Para el artista una obra de arte, no es solo aquello que ves o representa, sino lo que te provoca, lo que sientes ante la misma, la emoción que percibes al contemplarla. Ese es el verdadero sentido y el espíritu de la pintura. Por ello, dice que ha ido al encuentro, una y otra vez, en busca de ese diálogo sutil, que culmina en una síntesis visual, donde el pincel encuentra su lugar, allí donde el agua lame la arena, acaricia la orilla, descansa en calma o embiste con furia el mar embravecido. Unas veces, desde mi propio estado de ánimo, y otras, desde la propia sensación de serenidad que el lugar me transmite. No solo visualmente, sino lo percibido a través de los sentidos. La belleza, el olor del lugar, los sonidos propios del entorno, o el silencio.
En “Maresía” a Marnay le seducen aquellos espacios intermareales, donde una vez descubiertos por las aguas ocupadas y tras abandonar lentamente la pleamar, la brisa y el salitre impregnan el alma. Donde el aroma de la bajamar y las algas, perfuman el instante.
Después de ese intimo diálogo, surgido con el paisaje, - en ese preciso instante en que la retina se llena de sensaciones y el alma se engrandece-, quiere compartir el camino de ese sentimiento primigenio y la emoción que le produce aquello que tiene delante de mis ojos. E impregnar la tela del aroma del mar para que cuando se contemple el cuadro, deje un sabor.
Para el pintor santanderino “de una u otra forma, tiene que haber una sintonía entre el tema y el estado de ánimo que me produce. Es por ello que siempre pinto lo que me seduce o aquello con lo que me identifico”.
“No sé por qué, pero sí sé, que siento la necesidad de que el agua de una u otra forma esté presente en mi obra. Es algo que irremisiblemente me lleva siempre al líquido elemento y al mar como protagonista”, concluye.
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