Desconocemos en cambio el nombre del artista que lo diseñó. No obstante, su autor habrá que buscarlo entre los maestros canteros activos durante finales del siglo XV en Trujillo: Alonso Veren, Hernando Davales, Diego de Nodera, Juan Méndez, Alonso Blasco… y particularmente Reduan de Piedrahita, alarife moro, a quien por aquellos años el concejo trujillano confió obras de cierta calidad, como la capilla del Caño o el puente sobre el Tamuja.
El rollo fue trasladado el 29 de julio de 1548 al paseo de la Encarnación o del Mercadillo, hasta que el concejo recibió las protestas del prior de la Encarnación, fray Felipe de Meneses y sería trasladado el 7 de enero de 1566 a la plaza del Campillo, donde se encuentra en la actualidad. El maestro cantero Antonio de Solís fue el encargado de realizar la obra, recibiendo 56 ducados. Sería reparado en 1864 por Juan Lozano, maestro alarife de la ciudad.
El rollo se levanta sobre un graderío circular tallado en sillares graníticos. Un podio cuadrangular sirve de base a una construcción de lados cóncavos con columnas adosadas en sus esquinas, enlazando en la zona superior mediante molduras conopiales. El rollo es un ejemplar gótico. Precisamente en el podio cuadrangular es donde se encuentra el símbolo fálico.
A media altura de cada columna hay una ménsula y en uno de los fustes el águila de San Juan con el escudo de los monarcas católicos. Corona el pilar un pináculo piramidal con la cruz de Santiago.
Símbolos fálicos hemos encontrado labrados en sillares romanos en Mérida (en el puente romano, en el acueducto de Los Milagros y en la zona arqueológica de La Morería) y en otros lugares de la geografía española. En Roma eran símbolos de fertilidad, de prosperidad y de protección, de larga tradición en el mundo agrario. El símbolo fálico en un sillar trujillano es una piedra de acarreo de alguna de las construcciones romanas que durante la Edad Media sirvieron de «cantera» para la construcción de otras obras civiles, lamentablemente tan solo nos han llegado escasos restos de la presencia romana en Turgalium: epígrafes romanos, parte de la muralla, el arco de la Coria y las dos torres cuadrangulares del arco de Santiago, dos terracotas y un busto que representa a Julio César.
En la antigua Roma, los símbolos fálicos eran comunes y tenían un amplio significado en la vida cotidiana, religiosa y cultural. Estos símbolos no solo estaban relacionados con la sexualidad de manera explícita, sino que también se asociaban con la protección, la fertilidad, la prosperidad y el poder. El falo era un motivo frecuente en el arte romano. Aparecía en joyas, utensilios domésticos, y también en la arquitectura. Por ejemplo, en las casas romanas, era común encontrar amuletos de falo esculpidos en piedras o metales, y estos objetos se colgaban o se ponían en lugares estratégicos de las casas, especialmente en la entrada o cerca de las puertas, para proteger el hogar.
Los romanos también lo usaban en la decoración de las calles, como por ejemplo, en las vías públicas, donde los postes o columnas a menudo estaban adornados con representaciones fálicas.
Los romanos vinculaban el falo con la fertilidad, no solo en un sentido sexual, sino también en un sentido agrícola. Se pensaba que el símbolo fálico aseguraba una buena cosecha, la abundancia de recursos y la prosperidad en general. De hecho, algunas deidades asociadas con la fertilidad, como Priapo, representaban figuras masculinas con órganos sexuales exagerados. Estas representaciones reforzaban la idea de que la fertilidad era esencial para la comunidad y la economía. Príapo era un dios menor asociado con la fertilidad, la virilidad y la protección del campo. En las representaciones artísticas, Príapo siempre aparece con un falo exageradamente grande, lo que subraya su rol en la fecundidad y la protección agrícola. Las estatuas de Príapo eran comunes en los jardines y en las áreas rurales, a menudo acompañadas de inscripciones que rezaban para asegurar una buena cosecha o para evitar el mal de ojo.
En un contexto más simbólico y social, el falo también representaba el poder masculino, la virilidad y la autoridad. Los soldados romanos, por ejemplo, a menudo llevaban amuletos fálicos para mantener su valentía y coraje en el campo de batalla. Este símbolo de poder se vinculaba con la percepción de que la masculinidad y la virilidad estaban asociadas con el éxito en la guerra, en los negocios y en otros aspectos de la vida pública.