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Matthei, Kast y la derecha de fachada
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Matthei, Kast y la derecha de fachada

Por Mauricio Herrera Kahn

sábado 21 de junio de 2025, 19:10h

21JUN25 – SANTIAGO DE CHILE.-“Hay quienes se visten de orden, pero transpiran autoritarismo. No son el orden. Son el miedo disfrazado de orden. No son la solución. Son la nostalgia convertida en amenaza. Matthei y Kast no representan un futuro para Chile, sino una fachada pintada para engañar a los que ya están cansados.”

Evelyn Matthei es una política chilena de larga trayectoria, actual alcaldesa de Providencia (comuna de clase alta en Santiago), ex-senadora, ex-ministra de Trabajo y ex-candidata presidencial. Hija del general Fernando Matthei, miembro de la Junta Militar durante la dictadura de Augusto Pinochet, representa un sector de la derecha tradicional chilena con énfasis en orden y eficiencia.

José Antonio Kast, por su parte, es el líder del Partido Republicano, una colectividad de ultraderecha que defiende abiertamente el legado de Pinochet. Fue candidato presidencial en 2017 y 2021, y representa una visión autoritaria, conservadora y neoliberal, con fuerte arraigo en sectores que rechazan los cambios sociales impulsados desde 2019.

Ambos lideran hoy las principales fuerzas de la derecha chilena y su eventual enfrentamiento electoral define no solo una disputa interna, sino también el tipo de país que se intenta construir desde ese sector político.

Introducción

Algo pasa en la derecha chilena cuando sus dos figuras más competitivas parecen salidas del mismo álbum familiar… o del mismo archivo judicial. Evelyn Matthei y José Antonio Kast no disputan ideas ni visiones de país, disputan la jefatura simbólica de una derecha que ya no sabe si vestirse de corbata alemana o de cruzado medieval. Entre la alcaldesa con ínfulas de Thatcher y el ultraconservador que añora a Pinochet, la oferta es la misma: miedo, orden y pasado. Mientras uno promete retroceder cincuenta años con orgullo, la otra simula avanzar, pero arrastra un prontuario político que va desde los tiempos de la dictadura hasta las pensiones miserables que ella misma ayudó a consolidar. Si Kast es brutalidad con Biblia en mano, Matthei es tecnocracia maquillada de empatía. La derecha se fragmenta, sí, pero solo en las formas. El fondo sigue oliendo a represión, negocios y desprecio por la justicia social.

La puesta en escena es conocida: Matthei aparece en matinales, acaricia perros, lanza frases de autoridad. Kast, en cambio, se refugia en redes cerradas, juega a ser profeta del Apocalipsis y atiza los odios con una sonrisa. Ambos saben que no necesitan convencer al país. Les basta con agitar a un tercio enfurecido que se siente dueño de Chile desde antes de que existiera el voto universal. Pero en el fondo, lo que ofrecen no es gobernabilidad. Es castigo. Castigo al que protesta, al que piensa distinto, al que incomoda. En eso son idénticos. Y si hoy se hacen los distantes es solo porque el marketing electoral les exige matices. Pero la derecha ya eligió. Prefiere un país que obedezca antes que uno que piense. Y por eso los necesita a ambos. Uno como amenaza. Y la otra como coartada.

El decorado de Matthei y el púlpito de Kast

A simple vista, Evelyn Matthei y José Antonio Kast ofrecen perfiles distintos. Ella se muestra técnica, frontal, sin pelos en la lengua. Él se exhibe ideológico, radical, convencido de que la democracia es un trámite para llegar al poder. Pero esa diferencia es solo una escenografía. Matthei es el decorado, Kast es el púlpito. Uno da el sermón, la otra organiza la misa.

Matthei representa la derecha que quiere parecer moderna, pero que en el fondo no ha cambiado una coma. Su estilo “popular” es una parodia de la sensibilidad social. Grita contra la delincuencia, pero calla frente al hambre. Insulta al desorden, pero convive con la desigualdad. Kast, en cambio, no disimula. Añora la dictadura, desprecia a las minorías y quiere refundar Chile desde una cruzada moral. Ambos se complementan como piezas de un engranaje autoritario. Ella suaviza. Él endurece. Ella seduce al centro. Él moviliza a la base dura. Pero el proyecto es uno solo. Restaurar un país sin disidencia, sin diversidad y sin memoria. La escenografía no es solo su envoltorio. Es su esencia.

Matthei simula ser la voz sensata del sector, pero basta oírla dos minutos para descubrir que debajo del abrigo de alcaldesa hay una candidata a comandante. Le incomodan los migrantes, le molestan los estudiantes y le fascinan las cámaras. Cada frase suya es un meme, pero uno que se toma en serio. No le interesa gobernar un país. Le interesa gobernar la rabia.

Kast, por su parte, ya no necesita levantar el brazo. Ahora tiene un partido que lo hace por él. Es el único candidato que puede prometer la cárcel para sus adversarios y seguir siendo tratado como un demócrata por los matinales. Su discurso es tan previsible como una misa en latín. Todo pecado será castigado… salvo el de los empresarios, que gozan de indulgencia anticipada. Un país de fachada, sin derechos ni dignidad

La derecha que encarnan Matthei y Kast no propone un país. Propone un decorado. Un país que funcione bien… mientras nadie proteste, nadie cuestione, nadie piense distinto. Un país donde los derechos sociales se consideran “gastos” y la democracia es tolerada solo si gana la derecha. Todo lo demás, para ellos, es caos, marxismo u “octubrismo”.

Bajo su estética de eficiencia se esconde un desprecio profundo por el pluralismo. El orden que predican es siempre el de los mismos. Los dueños de la tierra, de la prensa, de las clínicas y de los bancos. Y si alguien osa pedir dignidad, entonces no está agradecido. Para ellos, el problema no es la injusticia. Es que la gente se dé cuenta.

La derecha de fachada es aquella que rasga vestiduras por la delincuencia, pero aprueba leyes que perpetúan la desigualdad. Que se escandaliza por los narcos, pero guarda silencio ante los evasores. Que criminaliza a los escolares por rayar una pared, pero aplaude a los empresarios que saquean el litio o los fondos de pensiones. Todo eso cabe en su patria. Una república para pocos y una represión para muchos. ¿Qué proponen, al final? Un país donde los ricos vivan en barrios blindados y los pobres en barrios vigilados. Donde se invierta más en cámaras que en cultura. Donde un joven con libros sea más sospechoso que uno con deuda. La derecha de fachada no quiere cambiar Chile. Quiere embetunarle la grieta con marketing.

La nostalgia de Pinochet que no se va

Matthei y Kast no lo dicen con todas sus letras, pero no necesitan hacerlo. Cada vez que hablan de orden, de mano dura, de “restituir la autoridad”, el fantasma del dictador se pasea por la sala. En su imaginario, Chile fue más gobernable cuando se callaba, cuando se torturaba en silencio, cuando los empresarios hacían patria con las manos limpias… y las conciencias sucias.

No es casual que Matthei defienda con altivez el “legado económico” de la dictadura y que Kast organice actos en memoria de militares condenados por crímenes de lesa humanidad.No es olvido. Es proyecto. Sueñan con volver al Chile de los 80, solo que esta vez con WiFi, Instagram y gas pimienta de última generación.

La nostalgia que ambos cultivan no es solo simbólica. Es programática. Quieren devolverle al Estado su rol de gendarme, a los empresarios su rol de gobernantes de facto, y a los ciudadanos su rol de súbditos agradecidos. Lo suyo no es orden. Es restauración.

A Matthei la memoria le resulta incómoda. Por eso prefiere hablar del “orden perdido” sin mencionar quién lo impuso ni a qué precio. Y a Kast la historia le molesta tanto que fundó su propio partido con apellidos reciclados del pinochetismo, pero con logo minimalista. Son como una dictadura pasada por Canva.

Lo que no dicen, pero aplican

Matthei y Kast dicen que quieren orden, pero nunca explican a quién deben ordenar. Porque no hablan del orden de los bancos ni del orden de las AFP. Hablan del orden en la calle, en la plaza, en la protesta. El orden para ellos siempre es vertical, siempre apunta hacia abajo. No mencionan que el desorden más grave es el de los empresarios coludidos, el de los políticos financiados por empresas, el de los alcaldes que contratan a los parientes, el de los grandes evasores que dan conferencias sobre emprendimiento. Contra ese desorden no hay rabia. Hay respeto. Porque ese desorden es de los suyos.Ambos se presentan como candidatos del futuro, pero sus recetas son fósiles. Más cárcel, menos educación pública. Más carabineros, menos participación social. Más leyes represivas, menos Estado solidario. Son viejos proyectos maquillados de urgencia. Lo que no dicen, lo aplican. Y lo que aplican, lo pagan siempre los mismos.

Kast habla de libertad económica como si fuera un valor universal, pero su libertad termina donde empieza un sindicato. Y Matthei se indigna con los paros, pero no con las comisiones millonarias de los directores de las ISAPRE. Es que para ellos, el abuso solo incomoda cuando lo comete un pobre.

La derecha que se cree nueva, pero es la misma

Evelyn Matthei se presenta como la “derecha moderna”. Kast como la “derecha sin complejos”. Pero ambos caminan con los mismos fantasmas del pasado. La modernidad que proponen huele a naftalina, y su audacia consiste en repetir lo viejo con otro envase. Uno se arropa en su apellido militar, la otra se lava las manos de su pasado… como si en Chile nadie tuviera memoria. Hablan de un Chile nuevo, pero sueñan con el Chile antiguo. Aplauden a Pinochet en voz baja y desprecian las transformaciones con estruendo. Se ríen de la Constitución del 80 en privado, pero la siguen defendiendo en lo sustantivo. Su proyecto no es nuevo. Es el mismo de siempre, pero más rabioso, más simplificado, más televisivo.

El electorado de fachada

Kast y Matthei se disputan el mismo electorado. Ese 30% duro de la derecha chilena que oscila entre el conservadurismo nostálgico y el neoliberalismo punitivo. No son mayoría, pero hacen más ruido que nadie. Es un grupo que se informa por WhatsApp, que cree que Boric convirtió Chile en Venezuela, y que añora los tiempos donde “la autoridad se respetaba… a punta de palo”.

Matthei captura mejor al votante de clase media-alta, con miedo a la inseguridad, con rabia por el desorden y el retroceso de sus privilegios.

Kast enamora al votante desencantado, al que quiere orden aunque venga con Biblia y metralla. Ambos se reparten ese 30%, y si suman un poco más es solo porque los medios los inflan como si fueran la única opción posible.

El mapa electoral en primera vuelta

En una primera vuelta con Matthei, Kast y un candidato de izquierda competitivo (como Jeannette Jara, Gonzalo Winter o incluso una figura sorpresiva con narrativa fuerte), los factores determinantes son tres, unidad, relato y participación.

Primero, la izquierda debe llegar unida. Si va dividida, pierde por walkover.

Segundo, necesita un relato país, no solo gestión. La gente no vota solo por currículum. Vota por horizonte.

Y tercero, la participación. Matthei y Kast ganan cuando votan pocos. La izquierda gana cuando votan los olvidados, los jóvenes, los indignados, los cansados del abuso.

Si el candidato de izquierda logra representar un Chile que no quiere volver atrás, que no traga encuestas fabricadas ni nostalgias con uniforme, pasará a segunda vuelta. Porque la mayoría de Chile no es fascista ni añeja. Solo está desmotivada. Hay que despertarla. Y eso, no lo hacen los matinales.

Cuando se rompe el decorado

La derecha chilena parece fuerte, pero cruje. Su fachada está pintada con cifras de encuestas, con nostalgia artificial y con un discurso que no resiste el agua de la realidad. Porque no tienen proyecto de país. Solo promesas de castigo. No ofrecen futuro. Solo pasado reciclado. No convocan a la esperanza. Solo al miedo.

Matthei actúa como si el país fuera una sala de profesores. Kast como si fuera un cuartel. Pero Chile es otra cosa, es un pueblo despierto, dolido, contradictorio, pero profundamente humano. Un país que ha aprendido a no confiar en los que gritan mucho y proponen poco.

La elección que viene no es entre izquierda y derecha. Es entre lo verdadero y lo impostado. Entre quienes creen en la democracia con coraje y quienes la fingen por conveniencia.

El decorado, por brillante que lo barnicen, no resiste un solo día de lluvia…

Fuente: Pressenza.com

Mauricio Herrera Kahn

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