Abundaban los robles, cuyas hojas decoraban el suelo como una alfombra crujiente de tonos dorados. Bajo esa alfombra de hojas las bellotas y las castañas hacían que nuestros pies resbalaran con facilidad peligrando nuestra integridad física. Peso a ello podíamos admirar los madroños que crecían a un lado y otro de los senderos adornando de frutos el paisaje. Olivos, castaños, chumberas, todo nos acompañaba en nuestro caminar. La naturaleza es nuestra aliada y lo es también de algunos artistas que van dejando su impronta personal en perfecta comunicación con el paisaje. Mientras seguíamos la ruta aparecían junto a veredas y riachuelos obras de arte convertidas en camas, de esas que hemos visto con frecuencia en hospitales antiguos y colegios. Estructuras de hierro, camas solitarias esperando que alguien se relaje para paliar el cansancio. Pensé en los senderistas veraniegos cuando llegan a ellas. Allí podrán descansar sus pies, su espalda y su espíritu. Había unas cuantas a lo largo del recorrido. El paisaje invernal, la temperatura y la humedad no hicieron posible nuestro relax aunque se hacía necesario de vez en cuándo.
Estoy contando todo esto porque corre el mes de noviembre y pronto me encontraré con diciembre, con el día tres, día de mi ochenta cumpleaños; y me admira que todavía mi salud y mi naturaleza me permitan hacer estas proezas pedestres. Cumplir años es un privilegio, cumplir ochenta es demasiado. Mi vida ya es cómplice de los muchos avatares de la historia de mi país. Mis ojos han visto importantes acontecimientos. He sido testigo de los grandes cambios de esta España nuestra tan dividida y polarizada en estos tiempos. Me pregunto como habiendo nacido en el seno de una familia franquista, mi padre lo era; de los que lucían boina roja y se le permitía pistola haya conseguido tener una ideología independiente, que no me haya dejado influir ni por izquierda ni por derecha, sino que se ha ido forjando en mi interior una visión objetiva e imparcial que me permite analizar desapasionadamente cuanto ocurre en derredor.
Yo crecí con aquellos encendidos vivas a Franco, con su retrato en la pared principal de la escuela, detrás del maestro o de la maestra. Allí Franco, José Antonio Primo de Rivera y el Crucifijo. Parto de aquella España católica, apostólica y romana. También romántica. De aquella España de mujeres con el velo en la cabeza para ir a Misa, de misal en la mano, y rosarios por las tardes. De aquella España en la que se creía que la virginidad era un seguro para entrar en el Reino de los Cielos y que aquellas mujeres que fornicaban antes del matrimonio eran unas malísimas mujeres. Todas estas creencias nos habían sido inculcadas desde niñas y pobre de la que no las llevara a cabo; el infierno y las luces del Averno le pedirán cuentas.
A punto de cumplir mis ochenta años, repaso algunos sucesos y me tropiezo con nuestro rey Juan Carlos, un rey adorado por todos, al que yo le dediqué mis dos primeros libros. En vez de: a mi padre, o a mi madre, o a mi hija; reza en la primera página: al rey Juan Carlos. Ya era devoción. Pues bien, recuerdo su boda con Sofía, su constante periplo por las distintas provincias de España para que lo conociéramos los españolitos. Vi su coronación como rey. Estuve atenta a los nacimientos de sus hijos. Éstos fueron creciendo, y me emocionaba con las bodas de los unos y de los otros, con la llegada de los niños, con los nietos del rey. Vi también con gran sorpresa el divorcio de la infanta Elena, las tropelías de su hija Cristina y de su marido Urdangarín. Vimos con sorpresa a la infanta sentada en el banquillo de los acusados. La boda del Príncipe con Letizia. Vemos día a día el cambio de Letizia por mor de las cirugías. Sus hijas. Y por último vemos a Juan Carlos en Abu Dabi, huyendo de la vergüenza por los dineros que ha amasado de manera.....ni se sabe de qué manera....
Toda una vida, mi vida, contemplando y sufriendo esta España de odios, de insultos y de vergüenza. Todo lo que he vivido, repito, me ha servido para tener mi mente abierta y libre. No sé si por suerte o por desgracia, todas mis amistades piensan de manera diferente a como pienso yo. Por suerte digo, porque pese a ello, sigo manteniéndolas.