Formamos con los vivos en este mundo, y los que ya no están, el cuerpo de “todos los santos”. Unos intercedemos por los otros…, y todo estan vivos, pues nuestro Dios es un Dios de vivos y no de muertos.
La fiesta de todos los santos es una fiesta gloriosa y luminosa a pesar del tiempo melancólico en nuestra Península Ibérica, que se tiñe de nubes, lluvias, viento y frío.
El día siguiente al de “todos los santos” la Iglesia católica lo ha dedicado popularmente a los difuntos. Es el día de los difuntos. Hay que rezar por ellos estén donde estén, en el cielo, en el purgatorio o en el infierno. ¿ Quiénes están en el infierno?. A mi modo de ver muy pocas personas, bastante infierno es muchas veces la propia vida.
Los difuntos son aquellos que se fueron de este mundo y que ya no están, pero que los recordamos con frecuencia y emoción. Se va a los cementerios (dormitorios) a ponerles flores y a rezarles. Los gitanos les dedican un día entero o más, se reúnen a comer y a cantar sentados todos alrededor de la sepultura.
Tanto el día de todos los santos, como el día dos de noviembre, día de los difuntos, a mí se me antojan melancólicos; hace frío, humedad y se ha cambiado el horario, siendo las noches más largas y los días más cortos.
Abandonamos los cementerios con melancolía y con cierta tristeza. “Mi amigo el sepulturero” - uno de mis artículos más celebrados -, llega a decir que “La muerte ha muerto” pues van a los cementerios muchas menos personas que antes. La juventud, entre descreída y distraída, se ocupa de otras cosas en lugar de recrearse en el recuerdo y en la muerte.
Un año más pertenecemos al cuerpo de la Comunión de los Santos, este año aún aquí, en esta vida, ¿ y el año que viene?. Solo Dios lo sabe; solo que para los cristianos la desaparición como tal no existe, pues cuando salimos de esta vida es para entrar en la otra, que según dicen es mucho más agradable y venturosa, y además porque en ella “la muerte no existe”. Cristo la ha vencido.