El ordenamiento legal existente no es suficiente para impedir esta situación, porque es necesaria una ética mínima, que desgraciadamente no es puesta en acción en las relaciones sociales, por parte de todos. Esto se produce desde hace ya varias décadas y en los últimos años, con los avances tecnológicos se observa que los delitos, la agresividad, la violencia y la intolerancia están incrementándose hasta niveles increíbles.
El filósofo Carlos París en su último libro escribe sobre estas cuestiones y lo tituló En la época de la mentira. A mi juicio, es perfecto el título, porque refleja que vivimos en la sociedad de la mentira y de la manipulación. Por supuesto, existen espacios de verdad y libertad, pero otros muchos no lo son.
La transformación de la sociedad exige un compromiso ético, tanto de la clase política como de la ciudadanía, sin este planteamiento no se alcanza una vida ciudadana, que parte de la solidaridad y de la justicia social. Los intelectuales, según Carlos París, deben aportar ideas decisivas para mejorar la sociedad y consecuentemente la existencia de los ciudadanos. Considera que la mentira es la estructura misma que vertebra la sociedad actual. Además, los efectos de un capitalismo especulativo y financiero, cada vez más agresivo, son muy negativos para una considerable parte de la población. En España, por ejemplo, en este mismo año ha aumentado el porcentaje de pobreza un punto hasta alcanzar el 8% o, lo que es lo mismo, uno de cada doce ciudadanos españoles son pobres o pueden ser considerados de esta forma. Una auténtica democracia depende de una justa distribución de la riqueza, condición que ya consideraban como necesaria tanto Jefferson como Rousseau.
Siempre habrá desigualdades económicas, pero lo fundamental es que no sean excesivas o brutales. En este sentido, se entiende perfectamente, que las revueltas sociales estén aflorando en ciertos países europeos y también en otras partes del mundo. Una parte de la gente no puede vivir en condiciones infrahumanas o en la pobreza, para que una minoría viva en la riqueza a costa de los pobres. Esto la plantea también Carlos París de manera implícita en su libro. La explotación del trabajo debe terminar para siempre y esto no ha ocurrido todavía en el mundo.
La libertad es un valor ético de extraordinaria importancia y que no se respeta del todo en el capitalismo salvaje en el que vivimos. Las grandes empresas y compañías en muchos casos fagocitan a las pequeñas y medianas y alcanzan el éxito, con procedimientos que no son respetuosos con la competencia, a pesar de la legislación vigente. La deslocalización, la economía sumergida, el fraude fiscal y el excesivo nivel de paro y los contratos basura de trabajo son prácticas que cuesta mucho esfuerzo que desaparezcan.
La libertad debe ser máxima y aunque está garantizada por el ordenamiento legal vigente no es fácil ejercerla en todos los ámbitos sociales, ya que se notan trabas para su expresión, por parte de algunos de los poderes dominantes del neoliberalismo capitalista existente.
Otro problema es la falta de información objetiva. En la sociedad existen muchos prejuicios o falsas ideas que impiden un acceso directo, a la realidad verdadera de las cosas o del mundo. Existen muchos intereses empresariales y comerciales que condicionan lo que se puede decir, en los medios de comunicación masiva. Es cierto que algunos medios informativos son independientes, pero con determinados sesgos. Por eso es tan esencial la pluralidad informativa para los lectores o ciudadanos. De esta forma, la capacidad crítica puede explicitarse de modo libre. Verdad y justicia se oponen a cualquier tipo de falsedad o manipulación de lo que sucede o de las causas de los problemas económicos o sociales.
Carlos París en su libro también explica que la Iglesia y los gobiernos han realizado una labor troqueladora de la mentalidad de las masas, para que acepten sus condiciones vitales, aunque no sean las adecuadas. Y la información institucional de tipo político es triunfalista, porque se fija en aspectos teóricos generales, pero no desciende a la realidad cotidiana de la pobreza y la crisis económica y sanitaria en nuestro país. Con afirmaciones genéricas no se mejora la sociedad. Se logran avances significativos con grandes cantidades de dinero para servicios sociales, sanidad, trabajo y vivienda.