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Opinión:

El amorcillo

Por Concha Pelayo (*)
lunes 17 de julio de 2023, 18:47h
17JUL23 – ZAMORA.- El amorcillo, indiferente, descansa en el centro del jardín. Se han adosado a su piel líquenes y musgos petrificados. Descansa con sus flechas y su arco. A su lado pasan los días, los meses, los años. Pasa la vida sin que nada ni nadie lo perturbe.

Miraba al amorcillo mientras pensaba que pronto volvería a su estaticidad, a su indiferencia. Durante unos días, el solitario jardín ha cobrado vida. Se ha repoblado, si no de naturaleza, sí de nuestra presencia que ha invadido el silencio de este lugar remoto de la lejana Alemania. La mirada, desde la terraza, se pierde en el horizonte. El jardín no tiene límites, se confunde con los campos de labranza, con los bosques que circundan el lugar.

Durante unos días, con mis hermanas Toya y Marisa hemos visitado a Manoli. Albergaba la ilusión de que un parpadeo, de que una leve mirada, o tal vez, un gesto, la alertaran de nuestra presencia allí, de que habíamos vuelto para llevarle un pasado que se perdió, que quedó por algún rincón en el insondable camino de la memoria. Pero nada de esto sucedió, o parece que sucedió. Como el amorcillo de su jardín, nos recibió como las estaturas reciben a los visitantes en un museo, frías, pétreas.

Pese a ello, intentamos repetir las actividades de nuestros anteriores viajes: volvimos a cantar, a bailar a ritmo de las canciones de Julio Iglesias, -tanto te gustaban- Bailamos, sí, hicimos coreografías de a dos, mientras otra grababa. Pie adelante, pie atrás, ritmo, compás, Julio: mevamevameva…me va la vida me va la vida, me va el amor… A quién no le va la vida, a quién no le interesa el amor… ¡ay! Cuánto de aquello se perdió, cuánto se borró de la memoria. Y, ahora, ¿qué?

Me pregunto cómo será tu vida en tu interior; si aflorarán en algún instante del día tus recuerdos; si en medio de esa nebulosa que te anula, atisbarás a ver la casa de nuestros padres cuando niñas, las horas que pasábamos juntas en las clases de don Antero, o en la casa de la señora Ángeles donde dormíamos juntas y tú trazabas una línea imaginaria en la mitad de la cama para que yo no te rozara. Eras un poco cruel conmigo. Me llamabas tetuda a sabiendas de que no me gustaba, de que me hacías sufrir pues tenía un enorme complejo de tener los pechos grandes. Me pregunto si recordarás alguna de estas cosas.

Ahora, tu silencio es impenetrable, tu cuerpo se ha anquilosado de tal manera que sólo los brazos o las manos de los otros son capaces de moverlo. Y mientras así ocurre, apenas se aprecia un gesto en tu rostro. La misma expresión cuando te mueven que cuando te limpian tus partes íntimas, que cuando te visten o te desvisten. Una muñeca de carne y hueso a merced de los otros. Como un bebé al que hay que hacérselo todo, absolutamente todo.

Sé que muchas personas en tu situación, que se mueren por inanición, dejan de comer, dejan de tragar porque sus neuronas se han muerto y no dan señales ni órdenes. A ti, te visita un logopeda una vez por semana para hacerte ejercicios para que puedas seguir masticando y tragando. Ignoro como serán esos ejercicios, pero me los imagino que te mueven la cara con las manos, de un lado a otro, para que tus músculos se relajen y hagan ejercicios. No sé. Me imagino algo así. Lo cierto es que sólo haces movimientos cuando conseguimos abrirte la boca para introducirte los alimentos en ella. Después, esos ejercicios logopédicos, dan su resultado. Tu mandíbula comienza a moverse, tus muelas a masticar y por último tragas.

Y así te van manteniendo con vida, prolongándote esta vida absurda que vives ahora, en la que se hace realidad aquella frase que pronunció nuestro padre cuando, como tú, preso de la enfermedad de Alzhemier, pero todavía profería alguna frase, dijo aquello que a mi tanto me impresionó: como se puede estar vivo estando muerto. Una frase lapidaria, que nos hace pensar. Cómo se puede estar vivo estando muerto.

Pienso que aquella lucidez, aquella frase, como cualquier otra, puede aparecer en estos enfermos en cualquier momento. Puede que hasta sean capaces de maldecir por mantenerlos en vida ante esta situación.

El amorcillo está junto al ginkgo, un precioso árbol que trajiste de China y lo sembraste en tu jardín con tus propias manos. Hoy crece esbelto. A veces la sombra de sus frondosas ramas se introduce en el estanque, otro rincón de tu jardín que diseñaste con amor. Llevaste peces de colores y por las mañanas los mirabas y les hablabas. Hasta los protegías para que las garzas no se los comieran. Colocaste unas tiras de tela sobre el estanque para disuadirlas, como a otros predadores.

Ahora ya no hay peces. Las garzas acabaron con ellos. Tú ya no los cuidas. Ahora son las ranas las que saltan asustadas al agua al oírnos pasar. Estos días el jardín, la casa, los árboles, y todo lo que tu disfrutabas ha cobrado vida. La música y los bailes locos lo invaden todo. La alegría se esparce por doquier. Hasta que nos vayamos y volvamos a dejarte otra vez con tu silencio imperturbable. Ya sin llantos, ya sin lágrimas, ya sin dolor. ¿Sin dolor…?

El avión partió de Hannover rumbo a Munich, apenas sin tiempo para pensar, sólo aligerar el paso. Ya de vuelta, camino de Madrid, los pasados días en Alemania van desfilando ante mis ojos como las escenas de una película de Haneke, donde los protagonistas conviven entre risas y lágrimas, entre gritos y silencio, entre interminables noches e interminables días.

Concha Pelayo (*)

(*) Concha Pelayo - Es escritora/ Gestora Cultural - Miembro de AICA, FEPET y ARHOE - https://voydetapas.blogspot.com.es/

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