Han sido 40 años de emociones, alegrías y también incertidumbres cuando el bienestar y la salud de algún paciente se muestran esquivas.
Más allá de la enriquecedora relación médico-paciente, he sido un afortunado porque he aprendido muchas cosas que no me enseñaron en la universidad, como "el afecto médico". Pero uno de los temas que más valoro es nunca enfrentarse a una enfermedad desde el otro lado del escritorio, sino cruzar esa barrera y procurar la recuperación desde dentro del seno familiar. Eso es fundamental.
También creo que no es menor llevar una simpática estadística que me recuerda que voy en el paciente número 438 de segunda generación y 15 de tercera generación. Muchas madres, padres, abuelas y abuelos algún día se treparon en esa camilla, en la que después de algunos años sus hijos y nietos llorarían al verme acercar a ellos baja lengua en ristre. (Literal "esa camilla", que buenos hacían los muebles clínicos antes).
Todos los atardeceres de cada semana, procedente de otras consultas, terminaba mi actividad diaria en esa -para mí ya mítica- esquina, muchas veces cuando mis hijos en casa ya comenzaban a conciliar el sueño.
Realmente ha sido "una vida". Pero una vida que me ha dado vida.
Todo esto no hace más que reforzar en mis recuerdos lo que en una oportunidad mi desaparecida hija Mane dijera: ”papy, tú no tienes pacientes, tú tienes amigos”.