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Cuento: “Columna del Bárbaro Gentil...”

Muerte en la autopista

  • Por Carlos Morales Fredes *

viernes 26 de marzo de 2021, 14:34h
Muerte en la autopista

26MAR21.- La bala atravesó el vidrio del auto. El del lado del acompañante. Continuó, en veloz trayectoria ascendente, hacia la cabeza del conductor, perforando el cartílago de la oreja derecha y el hueso temporal, alojándose –cual una idea súbita– en el cerebro de su involuntario anfitrión. Al momento de su muerte el hombre iba en su automóvil, rumbo al trabajo, dijo el inspector Palacios, pasándose la mano por el cabello.

La carretera donde ocurrieron los hechos, agregó, luchando por acomodar un mechón rebelde, rodea un pequeño lago y el vehículo terminó en una zanja, luego de recorrer varios metros producto de la inercia.

¿Ésta es la bala?, inquirió el detective Nelson Mazuelos, inclinando hacía atrás la cabeza incipiente de canas, buscando mejorar su ángulo visual.

La munición presentaba la clásica deformación que sigue al impacto. Llamó su atención un fino orificio en la base, y que un ángulo se presentara llano, liso. Ese perfil parecía aplanado a propósito.

¡Sí!, respondió el inspector, recuperando con un gesto de fastidio el proyectil y devolviéndolo a la funda plástica que lo protegía.

Y de acuerdo al calibre y a la aleación del metal, el laboratorio concluyó que pertenece a un fusil. Uno no muy común. Un Máuser–Norris de 1868, armamento que está, en su mayoría, en museos y sólo unos seis en manos de particulares.

Así es que ya tiene por donde empezar. Eso es todo, Mazuelos, espero resultados, dijo, a modo de despedida. Usted y Ramírez están a cargo del caso.

Las diligencias preliminares, intentando establecer un motivo, descartaron la posibilidad de un triángulo amoroso. El occiso parecía ser una persona intachable, dedicado a su familia y trabajo, por lo que una amante despechada o un marido celoso no aplicaban como opción viable. Tampoco el móvil económico, ya que no era un hombre de fortuna y la sola posibilidad de un amorío por parte de la esposa, arrastrándola a cometer el crimen, fue de inmediato desechada por Ramírez, a la vista de la desidia de carácter y escasez de atractivos de la mujer.

¡No sería capaz ni de matar ni despertar pasión alguna!, fue su intuitiva y lapidaria argumentación.

El detective Mazuelos, ante las escasas posibilidades de balística por determinar la trayectoria del disparo, tratándose de un blanco en movimiento, se abocó a la tediosa tarea de realizar un catastro a los fusiles que el peritaje señalara.

Con los resultados ya en la mano, instó a su compañero a trasladarse al lugar del crimen.

Este rifle en particular fue discontinuado el siglo pasado, informó a Ramírez, mientras viajaban, y como ya fue establecido sólo están en poder de algunos civiles, en su mayoría coleccionistas. Necesitamos establecer en terreno los lugares de donde podría haber salido el disparo.

Restos de cintas, con el logo de la PDI, y unas piedras puestas a propósito delineaban el perímetro aproximado por donde transitaba el coche al momento de ser interceptado por el proyectil. Mazuelos midió la distancia con grandes zancadas y sin pronunciar palabra encaminó su sobrio continente hacía el pequeño lago que bordeaba el asfalto. Agachándose, cogió un pequeño guijarro, con el que jugueteó, siempre en silencio, pasándolo de una mano a otra para, luego de recuperar la vertical, arrojarlo al apacible espejo de agua.

¿Ves aquel edificio, Ramírez? ¿Sí? Bueno, uno de los propietarios del modelo de arma que buscamos tiene como dirección ese lugar. Si aún vive allí y presenta algún tipo de lesión facial, es nuestro asesino, señaló, subiéndose al furg

Ramírez, acomodando con parsimonia su sobrepeso en el móvil, ensayó un histriónico contoneo, teatralizando con marcado sarcasmo su pregunta:

¿No debiéramos entrevistar al tipo antes de acusarlo? Además, existe la posibilidad, suponiendo que sea cierto lo que dices, que ya no tenga el arma, que se la robaran, vendiera u otra cosa.

Puede ser, aceptó Mazuelos, pero en ese caso, tratándose de un a pieza tan rara y valiosa, debiera haberlo notificado a la autoridad correspondiente. Según el listado, este sujeto vive en un segundo piso, y ése, de acuerdo a mis deducciones, es el lugar de donde dispararon.

El tiro ingresó al cráneo en trayectoria ascendente, retrucó Ramírez, amalgamando escepticismo y condescendencia en su voz. Por lo que, el asesino, debió estar en un lugar bajo y no en altura, enfatizó con dureza, recostado entre la maleza del otro extremo o en el lago mismo, en algún tipo de balsa o flotador.

No lo creo, replicó Mazuelos. La irregularidad que presenta la bala y el ángulo de entrada se ajusta a un disparo hecho desde cierta altura. Mi teoría es que fue un asesinato involuntario. Es más, no obstante que una persona de edad figura como dueño del arma, te apuesto el almuerzo que el autor del disparó es alguien joven, tal vez un adolescente.

¡Para!, rugió Martínez. ¡Estaciónate y explica todo de una vez!

¡Está bien! ¡Está bien!, exclamó, conciliador su colega, deteniéndose en la berma.

La bala es la respuesta, aseguró Mazuelos. En el lugar de los hechos lo supe. La deformación y el orificio posterior son la clave de este caso. Siendo niño, ¿nunca tiraste piedras a un charco o una fuente de agua? Bueno, lanzadas de cierto modo, con fuerza, ladeándose un poco, hacen “patitos” sobre la superficie; rebotan hasta que pierden velocidad. Una ley física enuncia que: “Un objeto proyectado hacía una superficie acuosa puede, de acuerdo a su velocidad y ángulo de trayectoria, rebotar contra ella”. Eso debe haber sucedido. El lago –debido al ángulo y aceleración de la bala– hizo las veces de una lámina de acero, rechazándola. Hay antecedentes históricos y estudios técnicos que corroboran la compleja mecánica de este fenómeno. Por eso la bala tenía una marca en uno de sus lados, e hirió a la víctima en forma ascendente.

¿Qué tendría que ver en ello que el asesino presente una lesión en la cara?

La munición del Máuser–Norris, hoy tan escasa y rara como el fusil mismo, es singular. El fulminante está contenido en un taco de cartón; después viene la carga de pólvora, por lo que el percutor tenía que ser largo y fino para atravesarla. Entre los soldados de la época se le llamó percusor de “aguja”. Eso causa la perforación en la base del proyectil. Y aunque el sistema era ingenioso, en la práctica la falta de obturación de la recámara permitía que escapasen partículas incandescentes de pólvora hacia la cara.

¿Y dónde encaja la intervención de un muchacho?

¡Ah, eso! Bueno, esa parte es pura intuición. Quién tiene inscrito el Máuser es un anciano y este asunto, si me lo preguntan, es un suceso casual, una travesura de adolescente. Alguien que no pensó en las consecuencias de hacer un disparo al azar.

El edificio carecía de ascensor y Martínez no estaba en buena forma, por lo que Mazuelos lo esperó antes de tocar el timbre del departamento. El amable señor que los recibió e invitó a pasar, reconoció ser propietario de un fusil de esas características. Y aun cuando, “conservaba algunas de las balas originales por ahí”, aseguró no haberlo disparado en años.

Y mientras Mazuelos esperaba a que lo trajera, Ramírez debió reconocer a regañadientes que, desde la ventana, se podía mirar o apuntar, con gran comodidad hacía el lago, la autopista y sus alrededores.

A juzgar por el olor y los restos de pólvora en el cañón, esta arma fue disparada no hace mucho, caballero, aseveró Mazuelos, mostrando el meñique, recién introducido al cañón. El viejo se limito a levantar los hombros y abrir las manos, en una explícita manifestación de inocencia.

¿Vive solo?, preguntó a continuación, limpiándose el dedo.

, replicó el anciano, cabizbajo.

La escueta aseveración consiguió poner una sonrisa de burlona complacencia en Ramírez, ante el jugoso augurio de un grueso “filete” ¡Gratis!

Pensándolo bien... –agregó dubitativo el viejo, después de un rato, cuando viajo me cuida el departamento un nieto, aunque en estos días no ha venido porque está… convaleciente. Una alergia o algo parecido en una de sus mejillas…

* Carlos Morales Fredes – Es un poeta, narrador, cronista, (1951) chileno, residente en la ciudad de Arica, en el extremo norte de Chile. Es socio fundador del Club de Lectura “Cuenta conmigo”. Columnista del periódico ariqueño “La Estrella De Arica", periódico en el que ha conseguido ser el columnistas más leído. Primer premio regional en poesía (1986). Premio especial prosa en concurso nacional de Empresas Denham (2008). Obtuvo en dos oportunidades el “Premio a la creación” del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes con sus obras “Ausenciando”, (cuentos, 2008) y “De Corín Tellado y otras novelas de bolsillo”, (novela, 2015). Es autor de “Crónicas de aeropuerto”, “El resucitador en serie”. Ha participado en numerosas Antologías: “Avisos desclasificados Vol. I”, “La Nueva Nortinidad”, “Catálogo de Escritores de Arica y Parinacota”, (Cinosargo). “Identidad y Pertenencia”, “Muestra Literaria de escritores de Arica y Parinacota”, (Cinosargo), “Antología De Los Extremos De Chile”, Arica–Parinacota, Magallanes–Antártica. Antología de escritores de Arica–Antofagasta, “Antología del Cuento Chileno vol. II”, (Mago Editores), 2016, “Los Diez Mejores Cuentos de Arica–Parinacota” (2018), Antología Binacional Arica–Parinacota, Chile. Madrid–Valencia, España. Su obra “De Corín Tellado y otras Novelas de Bolsillo”, ha sido incorporada por la Doctora Soledad Maldonado Zedano, a su cátedra en la Universidad San Agustín, Arequipa, Perú. (2019)

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