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Opinión:

ORDESA

Por Concha Pelayo (*)
martes 18 de junio de 2019, 20:17h

18JUN19 – ZAMORA.- No hace mucho tiempo iba cargada a todas partes con mi blog de notas donde iba apuntando cualquier cosa, todo lo que se me ocurría. Después, todos esos apuntes se iban convirtiendo en poemas, en artículos de opinión, en pequeños ensayos que ilustraba con fotografías para ponerlos en mis blogs.

ORDESA

Me he hecho muy perezosa. Todo me cansa y me pesa. No me gusta cargar con nada. Aunque se llevan los bolsos muy grandes yo los uso muy pequeños para meter lo mínimo en ellos. Ya, ni el tabaco, porque lo he dejado. Gracias a ello hasta me ha desaparecido, incluso, un pequeño edema que tenía en la faringe. Qué asqueroso y perverso es el tabaco.

Como digo, en el bolso llevo lo justo; la documentación, la mínima, alguna tarjeta de crédito, el móvil y un pequeño monedero. En mi bolso no encontrarán nada más. Pero ya no llevo bloc de notas. Y lo siento porque en estos momentos leo Ordesa, de Manuel Vilas, sentada en el banco de un parque junto al río Duero, en Zamora y le estoy sacando mucho partido a la lectura. Se me amontonan las ideas en la cabeza y no puedo anotar nada.

Los protagonistas de Ordesa son los padres del autor, Manuel Vilas, Manolín para mí. Los años clave donde sitúa la trama del libro van desde del 67, 68 y 69 hasta el 75, más o menos. Y, justamente, del 68 al 75 yo residía en Barbastro donde conocí a Carmen, “la Vilas” y a Manolo, los padres de Manuel Vilas. Conocí a estas dos personas superficialmente, de vernos por el Coso, de coincidir en alguna fiesta y de tomar el sol en la piscina. De poco más. Sin embargo recuerdo que en algún momento debió de haber una relación más estrecha porque vivíamos muy cerca y cuando se acababa mi jornada laboral yo tenía la tarde libre y la dedicaba a leer y a pasear con alguna amiga, y en aquellos paseos recuerdo que Carmen iba también y ello debió de propiciar nuestra amistad y confianza porque recuerdo hasta ir alguna vez a tomar café a su casa.

Tomábamos café y fumábamos. No recuerdo de lo que hablábamos, supongo que de nada importante porque no me acuerdo absolutamente de nada. Y una de esas tardes, Carmen planchaba camisas de su marido. De vez en cuando, cogía el cigarrillo que reposaba en el cenicero, daba una profunda calada y seguía con su plancha. Yo la veía hacer. Precisamente, viendo cómo planchaba las camisas aprendí a hacerlo yo también. Extendía la camisa sobre la tabla de planchar. Primero alisaba el cuello, después el canesú y a continuación planchaba una de las partes delanteras de la camisa, después la manga con el puño. A continuación planchaba el otro lateral y la manga, para terminar planchando la espalda. Después la colocaba en el respaldo de la silla y continuaba con la siguiente. Me gustaba a mí este proceso de planchado que hacía que me quedara extasiada, como cuando en alguna ocasión veía al albañil cómo colocaba los ladrillos y el cemento con la paleta. Son cosas que, de niños, nos hipnotizaban, como el propio fuego, que no puedes dejar de mirarlo. Pues eso me pasaba a mí con las camisas que planchaba la madre de Manuel Vilas. Recuerdo al padre de Manuel vestido, casi siempre, con camisas de color rosa, se ve que le gustaba este color. Y le favorecía. Tenía la piel sonrosada, algo dorada por el sol, de viajar en coche desde Barbastro hasta Lérida o Zaragoza. Tenía la piel delicada, los cabellos algo canosos y peinados hacia atrás. Le brillaba la frente.

Manuel era un tipo elegante y con cierto sentido del humor. Un día hablábamos sobre las parejas y su problemática y él decía que la situación perfecta era la suya, es decir; “como en casa sólo estás el fin de semana, si te llevas mal con tu mujer, como te marchas, te olvidas y si te llevas bien, estupendo porque estás deseando volver”. Nunca supe cuál era su caso, nunca supe nada del padre de Manuel Vilas. Tras leer Ordesa, el propio autor me descubre el misterio del que siempre se rodearon sus padres.

Lo único que sé es que Carmen era una adoradora del sol, que le faltaban horas al día para tomarlo, que estaba siempre, excesivamente morena, incluso en invierno, que tenía mucho estilo para vestir. Era una mujer moderna, tal vez frívola. No recuerdo ninguna conversación interesante con ella de la que se pudiera deducir una ideología, un pensamiento. La verdad es que no recuerdo nada de ella salvo lo que ya he mencionado. Debía sentir un cariño especial por Manolín pues lo nombraba mucho. Sin embargo no recuerdo el nombre de su hermano.

El autor de Ordesa, Manolín, me descubre que sus padres fueron para él un misterio, que le hubiera gustado saber más cosas de ellos, que sus padres marcaron su carácter, incluso su vida. Admiraba profundamente a su padre, le quería, como quería a su madre, de la que dice que no le interesaba nada, nada era objeto de interés para ella salvo ese deseo imperioso de haber sido rica y de haber llevado una vida de lujo. De vivir, en definitiva, como vivían otros. Ay, ay, ay…Las carencias, incluso las dificultades económicas, estuvieron siempre presentes. Recurriendo a la memoria, a la memoria del pasado, las páginas de Ordesa y el deseo de saber de su autor, me han llevado a mí, a no pocas conclusiones.

Concha Pelayo (*)

(*) Concha Pelayo - Es escritora/ Gestora Cultural - Miembro de AICA, FEPET y ARHOE - https://voydetapas.blogspot.com.es/

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