Pues bien, mi sobrina Sara ha contraído recientemente matrimonio con Paco y lo ha hecho en la preciosa parroquia de Santa María en Tres Cantos (Madrid), y lo han celebrado posteriormente en la preciosa finca “La Hípica”.
La novia, guapísima, lucía vestido blanco con un velo de tul de larga cola, entrando en la ceremonia del brazo de Javier, su padre y padrino. El novio a su vez del brazo de su madre y madrina, María Luisa, a los acordes de Méndelsson y de otros compositores clásicos.
Entre los abundantes invitados y familiares, muchas caras conocidas de los veranos pasados en la localidad de Villacorta (Segovia) pueblo natal de la abuela de la desposada. A mí me acompañaban mi mujer y mi hija recién llegada de México, unas horas antes para la ceremonia.
Toda la sencillez y el esplendor del sagrado sacramento y las lecturas y palabras del sacerdote de porte verdaderamente bíblico, quedaron de nuevo grabadas en nuestras mentes y en nuestros corazones.
Una vez terminada la ceremonia religiosa viajamos los numerosos invitados en los automóviles hasta la finca llamada “La Hípica, donde tuvo lugar primero un cóctel exquisitamente servido donde se pudo departir con quienes deseábamos, probando exquisiteces y bebidas refrescantes o alcohólicas a elegir, para pasar acto seguido a unas mesas numeradas sobre el césped y digo numeradas pues los invitados estábamos magistralmente reunidos según nuestra formación y nuestros gustos para así hacer la velada más amena y gratificante.
Primero hablé personalmente con la esposa del hermano de José, al que tanto estimo, pareja de mi sobrina Irene, hija de Margarita, hermana de mi mujer y de Ángel; a esta sobrina, Irene, la tengo una estima especial por diversos motivos, estando ahora precisamente encinta de su primera hija.
Durante la cena, que se prolongó hasta las dos de la madrugada, una madrugada con temperatura deliciosa y bajo la luz de la luna, pude charlar con un historiador y catedrático del CEU y un militar de alta graduación recientemente jubilado de su cargo. La charla entre los tres, que éramos de “la misma cuerda”, fue no solamente amena, sino también interesante y altamente provechosa en su matiz informativo. Al final de la suculenta cena y a los brindis la gente más joven se quedó allí bailando, departiendo y libando (permítaseme el término) refrescos exquisitos mientras yo regresaba a la capital conduciendo mi propio automóvil y en compañía de mi esposa.
Me queda de todo esto un sabor inolvidable e intenso que quería manifestaros a vosotros lectores y lectoras, y la experiencia cada vez más veraz y la consciencia de que no hay nada como el matrimonio religioso y canónico, que es a mi modo de ver de jurista y escritor - y en expresión deportiva -, como entrar en la Primera División de Honor, para toda la vida, la división mayestática, la mejor y la única.
(*) Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, dramaturgo, ensayista, novelista y escritor.
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