Tal lógica maquiavélica se aplicaba en esos tiempos, tanto para el endeudamiento de las personas, como de las empresas, pero sobre todo de los países; y en el caso particular de Argentina, desde el Partido Humanista veníamos alertando sobre el desastre que se avecinaba, ante el crecimiento exponencial de una deuda externa que se había disparado en la década neoliberal de los años 90. Nuestra prédica solitaria en el desierto del pensamiento único no tuvo respuestas, y en el 2001 se desató la peor crisis económica de la historia del país.
Esa tremenda crisis económica, política y social fue tal vez el precio que hubo que pagar para que buena parte de la población cayera en cuenta del engaño al que fue sometida y buscara otros caminos, y así fue como a partir del 2003 se pasó de la lógica del endeudamiento perpetuo a la del desendeudamiento progresivo. Después de un período sin pagar, la economía se empezó a recomponer, y entonces se reestructuró la deuda con otra financiación y una sustancial quita. Se pagó cash la deuda con el FMI para no estar atados a sus recetas recesivas, y poco a poco, con fondos genuinos del superávit comercial se fue bajando el nivel de la deuda, con lo cual el ratio de endeudamiento en relación al PBI llegó a estar entre los más bajos del mundo.
Pero esta política de desendeudamiento tenía un gran defecto: no era un buen negocio para el Poder Financiero Internacional; uno de sus esclavos se le había escapado, y haría todo lo posible para regresarlo al redil, y para que no cundiera su mal ejemplo, en tiempos de una América Latina con gobiernos progresistas, y de una crisis financiera mundial que a partir del 2008 generó la reacción de las poblaciones de buena parte del planeta. Entonces, por si alguna duda quedaba de quién mandaba en los países del denominado Primer Mundo, los gobiernos de Europa y USA destinaron cifras billonarias para rescatar a los bancos -los culpables de la crisis-, mientras la gente perdía sus trabajos, sus viviendas, y hasta su vida cayendo en el suicidio. En Europa encapsularon y presionaron a Grecia para que no se salga del redil, mientras se ocupaban de denostar con sus medios de comunicación a los díscolos de América latina.
No caeremos en la simplificación de afirmar que el retroceso de los denominados gobiernos progresistas en América Latina se debe exclusivamente a la acción del poder económico, y ya hemos hablado de las contradicciones intrínsecas de esos gobiernos en otros artículos. Pero es indudable la formidable presión que tal poder ejerció para acelerar su deterioro y para confundir al electorado. Se puso la lupa mediática sobre las cosas mal hechas, sobre la corrupción y la demagogia, prometiendo corregir lo negativo pero sin retroceder en los derechos conquistados. Pero la realidad es que poco les importaba la corrupción en sí misma (ya que además la superaron ampliamente), ni tampoco corregir las cosas mal hechas; lo que realmente les preocupaba era que se hubieran afectado los intereses del poder económico y eso es lo que vinieron a corregir. Si alguna duda queda, basta observar en los países en los que el neoliberalismo consiguió retomar el poder, quienes han sido los principales beneficiarios de sus políticas.
En el caso argentino, es llamativa la velocidad con la que el gobierno neoliberal comenzó a desandar los caminos de los derechos sociales, deteriorando el nivel de vida rápidamente mediante la pérdida de poder adquisitivo del salario y el crecimiento de la desocupación; a la vez que desde el primer día se redujeron impuestos a quienes concentran la riqueza. Pero lo que más rápido comenzó a hacer este gobierno, es a endeudar al país vertiginosamente, regresándolo al redil de la Banca. En algo más de un año la deuda externa creció un 40 %, y todos los meses se emiten nuevos bonos de deuda a tasas usureras, hipotecando el futuro de varias generaciones.
Y esto de hipotecar a varias generaciones es literal, ya que se acaba de emitir un título de deuda a 100 años, por 2.750 millones de dólares. Por ese bono se pagarán anualmente 200 millones de dólares, con lo cual en 14 años se habrá pagado totalmente el capital, y durante los 86 años restantes se estarán pagando 200 millones anuales de intereses, hasta llegar al año 2.117 en el cual nuestros tataranietos -ya maduros, por cierto-, abonarán la última cuota. Esta deuda se contrajo a la usurera tasa del 7,125 %, pero como a los 4 bancos intervinientes se les hizo un descuento del 10 % en el valor nominal del bono, la tasa real es de casi el 8 % anual, con lo cual los bancos ya ganaron 110 millones de dólares en un instante, además de lo que la banca seguirá ganando durante los 100 años siguientes. Y todo este gran negocio deja suculentos dividendos, para compartir generosamente con los funcionarios que se prestaron a tal estafa. Así funciona; el poder financiero internacional necesita que el poder político esté controlado por sus amigos para hacer estos negocios, y paga los favores a través de paraísos fiscales para que todo se disimule.
Este ejemplo, si bien es el más llamativo por el plazo de los 100 años, es sólo una fracción del endeudamiento, habiéndose incrementado la deuda en 40.000 millones en algo más de un año. Y como el gobierno anterior había dejado un nivel de endeudamiento muy bajo respecto al PBI, el gobierno actual tiene mucho margen para seguir incrementando la deuda, antes de que estalle una nueva crisis como la del 2001. Porque esa es la lógica del usurero; vampirizar a la economía real generando pingües ganancias para la Banca, pero a la vez encadenar al país a estar permanentemente refinanciando deuda y así perpetuar la sangría.
A nadie escapa ya la influencia que el poder económico siempre tuvo sobre el poder político; en los municipios son las empresas contratistas que reparten algunos miles de dólares entre algunos funcionarios para tener obras y contratos leoninos; en las provincias los negocios son más grandes, entonces los sobornos son mayores y así siguiendo a la escala nacional. Pero a nivel mundial ¿Quién tiene el poder económico suficiente para controlar gobiernos? La Banca. Y su principal negocio es el endeudamiento de los países, porque allí están en juego cientos de miles de millones de dólares, y hay suficiente margen para comprar voluntades poderosas. Hay poder suficiente para controlar a los medios de comunicación y así manipular al electorado en favor de los “candidatos serios” -o sea sus gerentes-, y en detrimento de los rebeldes anti sistema que “traerán el caos” (un caos que el mismo poder económico está dispuesto a provocar cuando hace falta). Hay poder suficiente para controlar gobiernos de todo nivel, y así contar también con el brazo político y militar de las potencias para poner orden en cualquier lugar del mundo. Así funciona la democracia formal en el mundo. Y así tenemos la situación europea, en la que los países endeudados se refinancian a perpetuidad sin lograr bajar el nivel de deuda, porque los bancos privados les prestan al 5 % anual los mismos fondos que reciben del BCE a tasa cero.
Pero en el caso de Argentina, no es solamente a través del formidable y usurero endeudamiento que la Banca empobrece a la población, obligando a destinar cada vez más recursos a los intereses de la deuda, recortando el presupuesto social. También se ha regresado a la vieja práctica de la denominada “bicicleta financiera”, muy utilizada en los años 70 con la dictadura, y en los años 90 con el menemismo, que consiste en el siguiente círculo vicioso. Se emiten LEBAC para tomar préstamos en pesos a tasas superiores al 20 % anual (en algún momento fueron del 28 %), con el supuesto propósito de absorber liquidez del mercado para bajar la inflación -cosa que tampoco han logrado-, entonces vienen capitales golondrinas que transforman sus dólares en pesos, los colocan a esas tasas elevadas, y luego los vuelven a transformar en dólares para obtener ganancias enormes en esa moneda, imposibles de obtener en otros lugares del mundo; y eso lo consiguen porque precisamente, al ingresar tantos dólares especulativos, más los que ingresan por el endeudamiento, el tipo de cambio se mantiene muy por debajo de la evolución inflacionaria y de las tasas de interés. El resultado es una brutal fuga de capitales con enormes ganancias para el sector financiero, y toda esa operación se financia con más endeudamiento. Es la fórmula perfecta para la destrucción de la economía real.
Sin embargo, como los esclavos de la alegoría de la caverna de Platón, buena parte de la población cree que la única verdad es la que ve proyectada por los medios de comunicación, y cualquiera que trate de hacerles ver otra realidad es rechazado y acusado de agitador. Ya nos pasó en 1999, cuando desde el Humanismo impulsábamos la salida del régimen de Convertibilidad, y hasta los partidos de izquierda nos criticaban. Tal como lo explicaba Ortega y Gasset en “La rebelión de las masas”, mucha gente cree que piensa por sí misma con argumentos que le fueron implantados. Hoy nos encontramos con muchos argentinos que cuando se les pregunta por el evidente deterioro de la situación social, el empobrecimiento y el desempleo, repite como propios los argumentos de los medios de comunicación, afirmando que es necesario sacrificarse para ordenar las cosas, ya que “antes vivíamos por encima de nuestras posibilidades”. Una falacia total, ya que en todo caso se podría hablar de que una población vive por encima de sus posibilidades cuando se endeuda para consumir más de lo que su Ingreso Total le permite; pero en la Argentina de los últimos años no solamente no había aumentado la deuda externa, sino que había disminuido, por lo tanto siempre se vivió con recursos propios, en todo caso con otro tipo de distribución interna, que es lo que ahora cambió brutalmente. Y precisamente ahora empezamos a entrar en la etapa de vivir de prestado, para financiar las enormes ganancias del sector financiero, los oligopolios de comercialización, el sector agroexportador y el sector importador. Todo lo contrario de lo que nos pretende hacer creer el Poder Económico, a través de sus hipnóticos medios de comunicación.
En todo caso se podrá hablar de que en los años anteriores el Estado gastaba por encima de sus ingresos, y ese déficit fiscal se cubría con el impuesto inflacionario; pero una cosa es decir que el estado gastaba por encima de sus posibilidades, y otra cosa es afirmar que la población en su conjunto lo hacía, para justificar así un ajuste brutal. Porque el déficit fiscal debe cubrirse con crecimiento y reformas del sistema tributario, para que el equilibrio se vaya logrando con el aporte de los que más tienen, no con el hambre de los que menos tienen. Además, ya hay sobrada experiencia respecto a que los ajustes traen recesión, la recesión disminuye la recaudación fiscal y por lo tanto el déficit se mantiene o crece, que es lo que ha pasado. Y si un gran déficit fiscal financiado con emisión monetaria, es un problema, debemos decir que ese mismo déficit financiado con endeudamiento, es un problema mucho mayor, además de un negociado para la Banca. Los gobiernos neoliberales promueven el endeudamiento, y cuando este se va de madre pretenden aplicar recetas recesivas para disminuir el déficit bajando rubros sociales del presupuesto, pero garantizando lo necesario para seguir pagando los intereses de la deuda. Así se ha planteado en la Unión Europea, cuando se implementó el Pacto Fiscal para que ningún país se exceda de un 60 % de endeudamiento en relación al PBI, a lo que España agregó la obligatoriedad de pagar siempre primero los intereses de la deuda, y con el sobrante administrar el Estado; y todo esto establecido con rango constitucional, para blindar a los acreedores contra cualquier cambio de gobierno.
Pues lo que habría que hacer es precisamente lo contrario, blindar al pueblo para protegerlo de las sanguijuelas del Poder Financiero y sus socios de la política. Se debiera legislar para garantizar los presupuestos de salud y de educación; para pagar las jubilaciones, pensiones y subsidios sociales; para asegurar el nivel necesario de obra pública. Los desfasajes presupuestarios en el mediano plazo debieran reducirse con crecimiento, y en el corto plazo financiarse con impuestos extraordinarios a los que más tienen, pero nunca ajustando a los que menos tienen. Debería acotarse al mínimo indispensable el endeudamiento externo, poniendo límites muy claros a su proporción, tasas de interés y aplicación de los fondos. Pero como ya sabemos que muchos legisladores se venden al mejor postor, toda cuestión relativa al endeudamiento externo debiera ser materia de consulta vinculante al pueblo, porque es el pueblo el que en definitiva deberá hacerse cargo de las deudas.
Guillermo Sullings
Pressenza IPA
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