Porque las acciones violentas repentinas son imprevisibles, ya que no se puede controlar a cada persona que está en Londres, si se piensa en que la población de esta gran ciudad es de unos diez millones de habitantes.
El azar y la mala suerte pueden ser algo decisivo para que, por desgracia, tres personas hayan muerto sin contar al terrorista. Esto pone de manifiesto la fragilidad de la vida humana ante la violencia feroz del fanatismo terrorista. No se sabe todavía con certeza, si es una atentado yihadista, pero puede que sí o, al menos, tiene aspecto de serlo en el momento en el que escribo este artículo.
El miedo que han sufrido los ciudadanos y turistas que estaban en esos momentos en la zona más emblemática de Londres ha sido observado en las tomas de los informativos de las diversas cadenas de televisión y es perfectamente entendible.
Parece que ante la locura terrorista no se está seguro en ninguna parte. Han tenido que evacuar a la primera ministra británica del Parlamento. Se han vivido minutos de incertidumbre hasta que fueron llegando los policías y las ambulancias. Esperemos que de la veintena de atropellados se vayan recuperando lo antes posible todos los que siguen con vida.
Respecto a los tres muertos cabe dar todo el apoyo a sus familiares y amigos y unirse al profundo dolor que sienten ante este acto horrible que se ha llevado la vida de inocentes para siempre.
Aunque el Estado Islámico está siendo derrotado y, por tanto, pierde terreno y fuerza, los fanáticos no han desaparecido. Todavía hoy en España se han detenido a tres sujetos que pretendían captar yihadistas. Y en Bruselas existe un alto riesgo de que se vuelvan a producir acciones terroristas. Parece que la radicalización de jóvenes en un barrio de la capital de Bélgica sigue, según las investigaciones de la policía de ese país.
El fanatismo yihadista sigue golpeando duramente Europa desde hace unos años y da la impresión que continuará haciéndolo. Esto no quiere decir que las fuerzas policiales no realicen muy bien su labor de vigilancia. Significa que el factor sorpresa no siempre puede ser neutralizado. Y aunque es cierto que, por ejemplo, la prohibición de subir a las cabinas de los aviones de pasajeros con tabletas y ordenadores está justificado existen más riesgos de seguridad que no pueden ser totalmente eliminados o reducidos a cero.
Si en los próximos años los terroristas pudieran disponer de explosivos de elevadísima potencia explosiva que, con mucho menos de 120 gramos, pudieran causar una fuerte explosión sería algo para ponerse a temblar de miedo. Puesto que un terrorista con un objeto menor que una lata de refrescos o una cajetilla de tabaco podría hacer que un avión comercial lleno de pasajeros se estrellara contra el suelo. Y los controles en los aeropuertos tendrían que ser más precisos y minuciosos todavía. Habrá que dar un margen a la esperanza y al optimismo y esperar que las cosas mejoren.
(*) José Manuel López García es Doctor en Filosofía y Profesor