Apenas un centenar de personas acampa en la Explanada de los Ministerios, en Brasilia, para apoyar a Dilma Rousseff en su "hora de la verdad" ante el Senado. Mientras, el país mantiene la rutina de un lunes cualquiera, como si la sesión que define el futuro de Brasil le resultara ajena.
Los brasileños dan por descontado que el juicio político que se sigue en el Senado contra Rousseff concluirá con su destitución esta semana y viven más pendientes de sus problemas cotidianos, como la economía o la violencia, que del destino de la primera mujer presidenta de la historia de Brasil, reseñó Efe.
En poco más de 24 horas, el pleno del Senado decidirá la suerte de Rousseff, acusada de unas maniobras fiscales por las que fue separada provisionalmente del cargo el 12 de mayo pasado y que, no por ilegales, dejan de ser una práctica recurrente en los Gobiernos brasileños.
Michel Temer, quien fuera su vicepresidente, la sustituyó como presidente interino y espera el desenlace del trámite parlamentario convencido de que asumirá el poder de forma plena -y sin pasar por las urnas- con el aval del Senado.
El país, denunció hoy Rousseff ante el pleno de la Cámara Alta, está "a un paso de un golpe de Estado".
La contundente denuncia que la presidenta viene haciendo desde hace meses debería, al menos, encender las alarmas en un Estado de Derecho. Pero el todavía gobernante Partido de los Trabajadores (PT) perdió su apoyo y Brasil piensa ya en la era post-PT que estrenó el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva en 2003.
Hastiados de la corrupción que salta cada día a las primeras páginas de los diarios, de la violencia y de una crisis económica para la que no se vislumbra final, los brasileños no incluyen entre sus actuales preocupaciones el "impeachment", como se conoce el proceso político destituyente que acorrala a Rousseff.
Los votantes, señalan sondeos divulgados esta semana, están tan cansados de sus dirigentes políticos que el apoyo de Lula o de Temer perjudicaría a los candidatos de sus partidos a las elecciones municipales del próximo octubre.
De poco sirve que, también según las últimas encuestas, Michel Temer continúe sin superar el 10 % de valoración popular.
El aún presidente interino supo jugar con los tiempos. El proceso final del juicio contra Rousseff llega apenas unos días después de la clausura de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, una experiencia que Brasil exhibe como un "éxito", pese a sus muchos problemas de organización y seguridad.
Dichos juegos permitieron a los brasileños hacer una tregua, al menos psicológica, en la batalla por superar problemas cotidianos.
Además, los Olímpicos inyectaron una buena dosis de nacionalismo a un país que ha visto como se desplomaba su sueño de potencia emergente y se ha sumido de nuevo en la recesión.
Pocos recuerdan a estas alturas que fue el expresidente Lula -hoy en la mira de la Justicia por corrupción- quien logró imponer la candidatura de Río para los Juegos en 2009, cuando Brasil estaba de moda, y que los Gobiernos de Rousseff articularon y desarrollaron el proyecto.
Hoy mismo, mientras Rousseff enfrentaba a los senadores, su sustituto -interino- recibía a los medallistas olímpicos brasileños en el palacio de Planalto, la sede del Gobierno.
Temer saborea su "victoria" por adelantado y prepara las maletas para viajar el 1 de septiembre a China, con el fin de participar en la Cumbre del G-20 que se celebrará entre el 4 y 5 en Hangzhou, su "estreno" internacional como presidente de Brasil.
En su cartera, pocos logros para exhibir y cifras que confirman la gravedad de la crisis: el país perdió cerca de 625.000 empleos entre enero y julio y casi 1,7 millones en el último año.
La "estrella" de su Gabinete, el ministro de Hacienda, Henrique Meirelles, también tiene prisa por abandonar la "interinidad".
"Nuestra misión es realizar el ajuste fiscal", decía hoy en una entrevista a O Globo, el principal multimedia del país, el hombre fuerte del equipo de Temer, que forjó buena parte de su carrera como presidente del Banco Central durante los ocho años de gestión del expresidente Lula. Paradojas de Brasil.
En el aire quedan las palabras de Dilma Rousseff ante un Senado devenido en tribunal: "Todos seremos juzgados por la historia".