www.euromundoglobal.com

Opinión: “Mi Pequeño Manhattan…”

Con un pie en el estribo

Por Germán Ubillos Orsolich (*)

domingo 17 de julio de 2016, 17:21h
Con un pie en el estribo

17JUL16.- El viejo escritor cargado de premios y lo que es peor, de recuerdos, se sienta en una butaca de la terraza del Hotel “Vista Alegre”, junto a la piscina, ese hotel tan perfecto en su funcionamiento y tan cálido y personal en el trato con los clientes, donde ha pasado tantos y tantos veranos junto al mar e intenta hacer memoria pues queda ya muy poco para coger nuevamente el transporte que le conducirá de nuevo hasta la capital.

Es un recuerdo breve, de nueve días, pero merece la pena pues vuelve más moreno, renovado, bien nutrido y lleno de ideas.

La llegada no fue grata, hacía un calor salvaje, ese calor del Mediterráneo cuando pega de veras y en verano. El pobre sacaba un poco la lengua como un pavipollo a punto de expirar y se tocaba el cuello y maldecía y juraba y hubiese blasfemado de no ser por ese poso religioso, ese fondo que le salvó de quitarse la vida en más de una ocasión.

Entre el calor y la edad que tenía creía verlo todo a través de un grueso cristal.

Pasadas unas horas, bastantes, y a la vista de que aquello no amainaba apeló como un náufrago a punto de ahogarse al eterno femenino. Oteó el horizonte desesperadamente y se encontró con una cara joven y desconocida, la de una muchacha que resultó ser la hija de una amiga muy íntima y de toda la vida. Pueden darse cuenta lectores del caos en el que vive uno de los últimos autores teatrales vivos del siglo XX que sigue escribiendo y sigue estrenando.

Bueno, volviendo al tema aquella joven dama me cogía del brazo o de la mano en principio para no caer y si no era yo quien me cogía a ella e íbamos casi siempre muy juntos y nos buscábamos y nos sentábamos si podíamos uno al lado del otro no sé repito si por no rodar o porque ambos nos sentíamos muy solos, sí, a pesar de esa muchedumbre que te rodea cuando no tienes interlocutores válidos. Por dos veces nos buscamos un poco a tientas en aquel lío de gente, yo la esperé una noche de forma infructuosa y ella descendió de las habitaciones otra tarde esperando encontrarme en la piscina pero yo estaba tirado en mi alcoba quizá empachado de tanto comer.

No habrían transcurrido ni 15 horas desde que se marchara del hotel aquel lazarillo rubio de ojos castaños cuando apareció la segunda con una niña primorosamente vestida.

Tocaba yo el piano del Hotel como hiciera tantas veces interpretando a Gershwin, Cole Porter, Lerner y Loewe o Agustín Lara cuando escuché unos débiles aplausos, me volví siguiendo esa tradición de mirar brevemente al público de soslayo antes de saludar en la Red Nacional y vi a Martina y a su madre Rebeca, hice un ademán con la cabeza y se acercaron con la admiración y el fervor de quien ha visto a un santo. Les cogí las manos y hablamos brevemente. Eran de Asturias y la madre, un ingeniero, quería que su hija aprendiera piano, cedí a la criatura el taburete de caoba y sorprendentemente sin tener ni idea deslizando sus deditos parecía interpretar una de aquellas sonatas y cantatas de los siglos XII y XIII. Aprovechando la circunstancia y mientras me conmovía la belleza de la madre murmuré algo así como que esa niña había nacido para el piano, que sería una artista. Pero ella, la madre, se fijaba en mí con gran intensidad y un raro calor emocional que yo sentía perdido pero no olvidado y que me reconfortaba mis amores de juventud en Mieres y en Oviedo, aquella invitación de Carmen Bobes, catedrático de Semiótica y las alabanzas y la tesis sobre mi obra “La Tienda”.

La belleza de aquellos dos seres me sobrecogía y ella, la madre, al hablarme tan cerca sin conocerme de nada parecía sin embargo conocerme desde siempre. La impresión que me producen determinadas hembras en determinados momentos es bestial. Como ver a Dios así, de pronto estando en bañador en playa o lo que es peor, en taparrabos.

No sé si volví a interpretar al día siguiente, y si las volví ver, lo que si recuerdo es que a través de ordenador las imploré “no me olvidéis” y que a vuelta de correo ella, la mayor, tan bien vestida siempre como suelen hacerlo las asturianas, me contestó “no te olvidaremos nunca”, somos tus amigas. Este es quizá el grito más doliente y angustiado, más condensado y profundo que he pronunciado en mi vida. Por eso siempre agradeceré a aquella joven madre asturiana, tan delicada y tan humana, su respuesta a vuelta de correo.

Finalmente la tercera y la última – si obviamos una cuarta que van a conocer, ya que tenemos un proyecto en marcha – es la muchacha de los labios pintados de rojo.

Eso fue en el comedor y la escena es digna de Luccino Visconti con un texto semejante al del genial de Thomas Mann: Viejo escritor desayunado exquisiteces en un lugar cálido y marino con playa como el Lido y una joven coqueta, interesante, versátil, pizpireta, erótica e inteligente que va y viene de una mesa a la otra trayéndole ensaimaditas, tostaditas, roastbeef, quesos, aceites mediterráneos y tomate, mermeladas, huevos duros y fiambres, coca alicantina y dulces de miel. ¡Ah, y zumo de naranja”, y lo hace contoneándose y sonriendo con sus labios pintados de un rojo estallante y sus ojos almendrados levemente pintados que le sonríen y le provocan y le interpelan . Al poco hablaba con otro cliente dos mesas más allá, alto, grueso, congestivo, colorado y calvo que se la hubiese comido allí mismo con patatas. Pero ella con el rabillo del ojo tenía en suspense al frío intelectual. Comienzan entonces los papelitos cifrados, las servilletas dobladas varias veces que contienen mensajes, las frases cortas, “te he echado de menos”, “¿pero es que ya se va?”. Frases cortas susurradas muy cerca casi junto al oído del otro. Y ese enorme comedor iluminado por esa sonrisa de esa boca pintada de esa pequeña bomba sexual de allende los Cárpatos capaz de quitar el hipo a cualquiera y más a este viejo zorro o mejor dicho viejo lobo curtido en mil batallas.

¡ Oh, qué hubiera dado Vladimir Nabokov de estar allí en aquellos momentos, de poder ver con sus ojos carnales de maestro la quintaesencia de “Lolita” el personaje que le hizo inmortal, pues la chica en cuestión venida cómo no de Rumanía, lo valía todo, valía tanto como todo Hotel en su conjunto!.

Pero ya ven lectores que comienzo a pirarme aunque no voy a dar su nombre por no perjudicarla a lo mejor equivocadamente, pues en este mundo corrompido y agónico dar su nombre y apellidos, que los tengo, podría transformarla de la noche a la mañana en reina de las Fallas, en miss España o vaya usted a saber.

Pero, perdón, se me hace ya muy tarde y siento interrumpir todo esto, y coger con premura la maleta que ahí la veo y salir disparado hacia la estación.

(*) Germán Ubillos Orsolich es escritor, novelista y dramaturgo

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (20)    No(0)

+
0 comentarios
Portada | Hemeroteca | Índice temático | Sitemap News | Búsquedas | [ RSS - XML ] | Política de privacidad y cookies | Aviso Legal
EURO MUNDO GLOBAL
C/ Piedras Vivas, 1 Bajo, 28692.Villafranca del Castillo, Madrid - España :: Tlf. 91 815 46 69 Contacto
EMGCibeles.net, Soluciones Web, Gestor de Contenidos, Especializados en medios de comunicación.EditMaker 7.8