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Un mundo lleno de personas mayores

Artículo publicado en El Mundo, Blog Cronicidad y envejecimiento de Jose Luis de la Serna. (El Mundo)

martes 11 de noviembre de 2014, 23:09h

Vaya por delante que la palabra viejo aún tiene tintes peyorativos. Anciano, por ejemplo, es un vocablo castigado por la mayoría de los libros de estilo de los periódicos en España. Hay un cierto atavismo que asume que la ancianidad y la vejez -entiendo por vejez el término que engloba a personas cuya edad cronológica ha superado los 65 años- es algo emparejado con decrepitud, carga, enfermedad, inutilidad y dependencia.

Un error puesto que la Humanidad en las últimas décadas ha conseguido ir paulatinamente superando los umbrales de edad que situaban la esperanza de vida en poco más de los 55 años de media en casi todos los países del mundo. Ahora hay un gran número de ellos en los que la esperanza de vida es superior a los 80 años. Eso es, probablemente, el mayor logro de la historia del hombre.

El reto de salud de la era actual en el planeta es prepararse para el desafío que plantea esa longevidad en los próximas décadas. En muchos países del mundo, España entre ellos, pronto habrá más porcentaje de mayores de 65 años que de niños menores de cinco. Jamás había pasado. La pirámide de población está cambiando -impulsada por el descenso de la natalidad y el aumento de la longevidad- y los expertos sanitarios y los economistas alertan de que si no se modifican muchas cosas en todo lo relacionado con la promoción de la salud y la gestión de las patologías crónicas, el tratamiento de las enfermedades llegará a ser económicamente insoportable.

Independientemente de que no habrá recursos para atender las pluripatologías que un gran porcentaje de mayores acumula, los expertos también insisten en que tiene poco sentido llegar a octogenario si a cambio la salud está muy deteriorada y la calidad de vida, debido a ese motivo, es realmente pobre.

Ha llegado la hora de actuar. Los políticos tendrán que reflexionar y ser valientes. Puede que tratar de construir un hospital cada pocos kilómetros sea una fuente de votos potencial entre los habitantes del área en la se edifique la institución médica, pero es un dispendio con muy poco sentido. Derrochar el dinero en más medicina reactiva, hurtando de recursos a la promoción de la salud y a la implantación de nuevas tecnologías para gestionar a distancia aspectos rutinarios de las patologías crónicas es propio de una administración con miras a muy corto plazo.

La razón de parte de los problemas de salud que suelen acumularse con la edad se reparte de forma desigual. Los genes tienen la culpa solamente del 25% de todas las disfunciones. El otro 75% hay que achacarlo al efecto acumulativo de haber llevado un estilo de vida pernicioso y a las desigualdades sociales y económicas que suelen afectar a mucha gente.

Pongamos un ejemplo: los masáis. La mayoría de ellos no tiene acceso al agua y a la electricidad. Un porcentaje significativo de los menores de cinco años fallece debido a enfermedades infecciosas. Sin embargo, una vez que llegan a la edad adulta, acaban cumpliendo un buen número de años, demasiados incluso pensando que viven al sur del Sáhara. ¿Por qué? Los expertos opinan que, además de sus genes, les ayuda la dieta y el ejercicio físico. Apenas comen carne, su alimento principal suele ser cereal, aderezado con proteínas del suero de la sangre de vacas. Y, sobre todo, hacen mucho ejercicio de forma permanente. Los varones caminan cuando poco 25 kilómetros diarios pastoreando el ganado.

La revista The Lancet acaba de publicar una serie de artículos que abordan en profundidad los aspectos que inciden de forma muy marcada en la salud de la gente mayor.

Recalca que, por ejemplo, en algunos países europeos el 50% de las mujeres de más de 65 años viven solas. Y la soledad es una circunstancia que grava seriamente la salud.

Por otra parte, la revista británica apunta a que aún se usan muy poco la nuevas tecnologías capaces de gestionar a distancia, y de manera cómoda, rutinas que controlan patologías crónicas. En los seres humanos casi siempre existe resistencia a los cambios (los profesionales sanitarios no se libran de ella) y en las administraciones hay más preocupación por llegar a cada fin de mes sin tensiones de caja que por innovar de forma disruptiva pensando en el futuro que se nos avecina.

Además, todavía hay poca responsabilidad entre la población sobre la trascendencia de implicarse en el cuidado de la propia salud. Casi todos los expertos coinciden en lo mismo. El máximo progreso de la biomedicina de las próximas décadas no vendrá de píldoras milagrosas que controlen el cáncer, de robots que operen a distancia, ni de construir un hospital sofisticado en cada esquina, vendrá del compromiso que tenga el individuo para promocionar algo que no debe perder, su salud. Un compromiso que depende fundamentalmente de la información, la educación y la comunicación. Pero en dosis masivas.

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