El encanto y desencanto de la Navidad

Y por mucho que buena parte de los adultos “tengamos alma de niños”, eso no pasa de ser una frase tópica sin valor algunos (o al menos con escaso valor) que suele decirse del mismo modo con que se justifica “que los gordos son más felices, que los calvos son más sexualmente potentes” y todas esas tonterías con que tanto nos gusta convencernos a nosotros mismos de que lo que hacemos, (o lo que somos) está bien y nos hace o nos hará tremendamente felices. Con sinceridad, ¿Quién conoce a un gordo que no querría dejar de serlo? O ¿quién sabe de algún calvo que no estaría dispuesto a dejarse cortar un dedo con tal de recuperar el pelo?


Personalmente, cada vez más y de manera creciente, voy detestando esta fiesta consumista que te obliga a gastar para “quedar bien” con esa parte de la familia que si pudieras y no fuera delito, le prenderías fuego sin el menor remordimiento: ¿Cómo es posible que se puedan pagar todos los ingresos mensuales de un “mileurista” por un kilo de angulas y una cola de besugo?... desde luego hay que ser un poco tonto pero por otra parte ¿quien tiene lo que hay que tener para decirle francamente a los parientes que este año, “no habrá fiesta”? y –por lo tanto-, tendrán que buscar el lugar de otro idiota donde ir a llenarse la panza y luego (porque esa es otra) salir criticando la comida: “las gambas estaban pasadas, no le notaste un olor raro?, a ver si mañana me tengo que ir a Urgencias con un cólico de narices” y luego, en la mesa de la cena de Navidad, por muy familiar que sea la cosa (con el propósito de hermanar a “hombres de buena voluntad) nunca falta el primo o el cuñado que so pretexto de hacerse el gracioso, cuenta con detalle los varios miles de euros que le acaba de costar su coche nuevo (“se pone a 100 en cinco segundos el cabrón" dice el papanatas de turno) y todo eso, sabiendo que el primo de al lado o de enfrente en la misma mesa, está en el paro desde hace seis meses y la están viendo canutas para llegar a fin de mes y pagar los gastos de casa y de sus hijos.

NO, definitivamente, echo de menos las Navidades de cuando era pequeño y cenábamos todos tranquilos con nuestros padres, mis hermanos y algún primo cuya familia lo estaba a pasando un poco mal y para lo cual y por expresa advertencia de nuestro padre, había que hacer todo lo posible para que él, se sintiera, (si era posible), el más feliz de todos… pero claro…en aquel tiempo no había consolas, ni juegos de ordenador y los niños de ese entonces, solían respetar a sus padres y no les hacía callar en medio de la cena, ridiculizándoles o poniendo en evidencia su ignorancia en el manejo de las distintas prestaciones del móvil o del MP3… sin duda eran otros tiempos, quizás mas sencillos pero… de verdad…como echo de menos aquellas navidades incluso…recuerdo haber creído en Santa Claus hasta que tenía casi 13 años. Hoy día con esa edad –y según las estadísticas-, el 75% de los chavales ya ha tenido su primera relación sexual. Yo como soy –en opinión de mis hijos- “un antiguo”, la tuve con 17 años. Debo confesar –no sin cierta pena- que me gustaría que hoy mismo, fuese ya 10 de enero de 2010.