Es como si nos introdujeran en un tren de alta velocidad, en el último vagón, y vamos caminando hacia la locomotora. El tren viaja a trescientos kilómetros por hora y nosotros caminamos en su interior a unos cinco kilómetros por hora más.
Anhelamos llegar hasta la locomotora para ver el paisaje por los cristales delanteros. Pero eso no es todo. La Iglesia, que es sabia en muchas cosas, ha declarado como dogma de fe que ha quedado inscrito en el Credo de Nicea, que recitamos durante la misa y cuando nos venga en gana y que se llama la “Comunión de los Santos”; o sea de la almas una vez perecido el cuerpo.
Estamos interconectados los que estamos aún aquí y los que han atravesado el velo, pero formamos una “comunio”, una unión; esto lo notamos cuando parece que nos hablan los muertos, que nos dan ideas, que nos recuerdan que están ahí, a nuestro lado, silenciosos claro está.
Es imposible que personas como las que nos han acompañado durante años queridos lectores, hayan desaparecido para siempre, y esto la Iglesia lo sabe muy bien, y define como la comunión, esto es la unión y la complicidad entre los llamados vivos y los llamados muertos. Vamos, que no morimos para siempre ni mucho menos, aunque algunos lo deseen como Frida Kahlo, por poner solo un ejemplo.
Cuando en la placita cercana a mi casa en la que hay instalada la terraza de un bar de copas, me pongo a pensar o mejor dicho a sentir, siento entonces el acompañamiento de mis hermanos, de mi hermano y de mi hermana. Otras veces la de Pilar madre, una mujer maravillosa que cruzó prematuramente el umbral, quizá de tanto fumeteo unido a la pandemia del Covi. Era y es una mujer interesante, llena de vida que no ha podido extinguirse así como así, sino que está ahí mismo a nuestros lado, escuchándonos, observándonos.
En fin, queridos lectores y lectoras que me estáis leyendo, que una vez nacidos e introducidos en ese tren que parece volar, pues se trata de “travel”, esto es de viajar: nunca termina.
Y en un pis-pas habréis atravesado el velo y seguiréis, seguiremos todos aquí en ese viaje interminable hacia lo que llaman el más allá, y que no es otra cosa que esa luz solar inextinguible que nos calienta y nos ilumina.