En su último libro titulado En busca del consuelo ha explorado las complejidades de la identidad política. Además, su profundo conocimiento sobre el liberalismo y el nacionalismo se expresa en libros, artículos, conferencias y en programas televisivos. Es uno de los principales exponentes del liberalismo de los siglos XX y XXI. Rechaza todo tipo de dogmatismo. Desde su perspectiva intelectual se manifiesta contrario a las guerras o conflictos armados. Considera que la capacidad de aprender de los errores es algo indispensable. En este sentido, reconoció su error al apoyar inicialmente la guerra de Irak.
Está convencido también de que es absolutamente necesario analizar las características de lo que se entiende por democracia. Escribe que “la democracia es una discusión permanente sobre qué es”. Se opone a cualquier clase de autoritarismo o autocracia. Desde su cargo como rector de la Universidad Central Europea de Budapest ha denunciado la deriva autoritaria del primer ministro de Hungría Viktor Orbán. Desde el planteamiento liberal de Ignatieff el primer ministro húngaro ha utilizado “sistemáticamente la democracia para desmantelarla”. El concepto de soberanía ha sido ampliamente estudiado por Michael Ignatieff, al igual que otros muchos conceptos de filosofía política. Su filosofía se puede definir como una original combinación de realismo político, humanismo e idealismo liberal. Es consciente de los problemas causados por el neocapitalismo salvaje y consumista en el que estamos inmersos. La globalización o mundialización amenaza la pervivencia del Estado del Bienestar en pleno siglo XXI. El excesivo afán de lucro, a mi juicio, es otro de los graves problemas que afecta, de forma directa, a las instituciones democráticas de los países y a la justicia social. Ignatieff reafirma en sus 18 libros publicados valores como la libertad, los derechos humanos, la tolerancia y la salvaguarda de las instituciones políticas y judiciales. Está en la línea de pensamiento de Locke, el gran iniciador del liberalismo político, en el siglo XVII. Vivimos en un mundo que es intolerante y fanático, en muchas situaciones y circunstancias. Por tanto, la separación de poderes y el humanitarismo expresados en la fraternidad y solidaridad es cada vez más necesario, en un planeta lleno de conflictos sociales. Frente al individualismo egoísta o solipsista, es preciso un pensamiento realmente abierto al diálogo intercultural y a la solución de los problemas.
El doctorado de Ignatieff versó sobre la Revolución Industrial y se convirtió en su primer libro. A través de sus libros, artículos y programas de televisión ha aportado ideas, para la superación de las diferencias étnicas y religiosas y la búsqueda de valores comunes, dentro del contexto de la globalización. Sus planteamientos parten de una concepción dialógica y humanista de la ética y la política, con la evidente intención de superar la multitud de conflictos existentes, en el mundo actual. La violencia y la falta de respeto a los demás, el egocentrismo y la falta de reflexión son algunas de las causas de los enfrentamientos, de todo tipo, que se producen.
Hace falta un mayor nivel de educación o formación, para que la convivencia humana sea realmente armoniosa. Además, la pérdida de valores éticos y de sentido es creciente, a pesar de los esfuerzos de los gobiernos, en la mayor parte de los países del mundo. El individualismo consumista y materialista y el relativismo inundan la realidad social o colectiva, lo que dificulta, muy considerablemente, la efectividad de las decisiones políticas orientadas por los derechos humanos y los principios de justicia.
Otra de las cuestiones decisivas, desde mi perspectiva, es la atomización y dispersión de las formas de vida dominadas por la masificación. Se está perdiendo, aunque no del todo, el ejercicio de una vida auténtica, basada en el ser y no solo en el tener. La vida se está convirtiendo, para muchas personas, en algo extremadamente superficial. Es algo que supone el desprecio a la cultura, el saber, el arte y todas las expresiones de la inteligencia y el esfuerzo. Afortunadamente, todavía una parte de la ciudadanía busca desarrollar una existencia libre, culta, creativa y crítica, pero no es lo habitual, en la totalidad de las personas.
Desde el liberalismo político de Ignatieff creo que conviene repensar más estas cuestiones, ya que son esenciales para evitar que las grandes empresas, acaben controlando las vidas de las personas, desde intereses económicos que solo se centran, en el mayor beneficio económico alcanzable, a costa del bienestar de los ciudadanos particulares.
Hacen falta políticas sociales, que garanticen la suficiencia económica de todos los ciudadanos de todos los países. La pobreza tiene que ser erradicada y es posible, hace falta voluntad política manifestada a través de leyes, normas y más impuestos a los que logran beneficios económicos ingentes.El crecimiento económico es posible, pero sin pisotear la dignidad y la calidad de vida de los ciudadanos.