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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan”

El monte de las Bienaventuranzas
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El monte de las Bienaventuranzas

Por Germán Ubillos Orsolich
viernes 27 de octubre de 2023, 11:04h

27OCT23- MADRID.- Jesús de Nazaret subió al monte de las Bienaventuranzas para declarar allí su decálogo, semejante al de los Diez Mandamientos que su Padre, Jehová, musitó ante los ojos extasiados de Moisés. Tantas veces hemos visto esa película en el cine, el teatro y los libros.

Ante una multitud de fervientes seguidores, muchos de ellos ancianos y enfermos como yo, el apestado, que ahora cumplo la penitencia del Herpes.

Entre esa multitud había una mujer, una joya que el Espíritu Santo puso entre mis manos para hacer más luminosa mi vida, más apetecible.

El decálogo de las Bienaventuranzas desgranaba las virtudes que al saber del Hijo iban a conducirnos a su reino, esto es, a la salud y a la vida eterna.

Entre ese decálogo destacaba quizá uno de ellos, el de la misericordia, una virtud que Jesús iba manifestando constantemente como un suave perfume. Él sentía, igual que mi esposa, misericordia del dolor humano; de los enfermos, de los ignorantes, de los pecadores.

Después de pensarlo mucho o quizá muy poco, ahora que estoy enfermo como los leprosos y que nadie debe venir a mi casa porque puedo contagiarles mi mal, siento más que nunca en mi corazón la misericordia del Señor, que es curiosamente, como digo y repito, la virtud característica también de ese ángel de Dios que se me puso entre las manos el día de mi boda.

Recuerdo que eran tres mujeres las mujeres que me seguían, las tres muy virtuosas; quizá no querían quedarse solteras y yo era el soltero de oro, un cuarentón que no pensaba casarse nunca, pero que tenía una cualidad curiosa, siempre pedía en momentos de dificultad al Espíritu Santo, ese gran desconocido que siempre ha alcanzado mi corazón en momentos de peligro, de desdicha, y siempre me ha escuchado, y siempre me ha salvado.

Pero volviendo a mi esposa, su misericordia ilumina mi vida con un resplandor propio de otro mundo, quizá del paraíso. “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”, decía el Señor. Sé que mi mujer no me dejará morir del todo, y que a pesar de lo pesado que soy y cargante, abrirá para mí las puertas del cielo….pues quizá sea un ángel y no una persona.

Jesús sintió misericordia de la mujer, viuda de Naím, viéndola pasar entre sollozos acompañando el cadáver de su único y joven hijo; por eso, porque sintió misericordia de aquella pobre mujer y ordenó al difunto que se pusiera en pie, cosa que éste hizo en el acto ante el estupor de los acompañantes.

Cosa curiosa, siempre que hacía estos hechos asombrosos que nadie podía hacer, añadía “dadle de comer”.

Lo mismo ocurrió con su amigo Lázaro. “Señor, si hubieras estado aquí no hubiera muerto mi hermano”.

Tu hermano - le dice a María -, no está muerto, está dormido solamente, pues va a resucitar”. “Ya lo sé Señor, el día del fin del mundo”. “No María, nada hay imposible para Dios”.

Dice el texto sagrado que Jesús lloró dos veces, pues quería mucho a Lázaro, y al ver llorar a sus dos hermanas sintió misericordia, que se parece a la compasión: la virtud de mi mujer.

También aunque le advirtieron que “Ya olía”, pues llevaba tres días muerto, Jesús ordena que se acerquen a la sepultura para ordenar quitar la enorme piedra que obstruía la entrada. En aquellos momentos también lloró, pues era un hombre, claro, además de ser el hijo de Dios.

Poco después de decir con voz fuerte “Lázaro sal fuera”, los que le acompañaban, entre asombrados y espantados, vieron salir al muerto, ahora vivo, tambaleante y cubierto aún con los vendajes, y el sudario, el velo que cubría su rostro. Creo que también – aunque no lo sé con seguridad, pues no tengo el texto en las manos – también añadiría: “dadle de comer”.

Este curioso gesto, “dadle de comer” me ha impresionado siempre vivamente, pues muestra más que ninguna otra cosa la preocupación de Jesús por sus semejantes, entre tantas preocupaciones como tenía.

Pero a lo que vamos, el Espíritu Santo ha puesto junto a mí, en esta segunda y tercera parte de la vida, pues ya no sé cuántas son, a esta mujer misericordiosa y compasiva, pues de ella es el Reino de los Cielos; y espero que me acompañe siempre en este misterioso y difícil tránsito final que ya han experimentado mis padres y mis dos hermanos.

Germán Ubillos Orsolich

Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, dramaturgo, ensayista, novelista y escritor.

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