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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan...”

Mis mejores amigos

Por Germán Ubillos Orsolich
lunes 30 de enero de 2023, 23:42h

30ENE23 – MADRID.- Las columnas salomónicas en las que se sustenta buena parte de mi literatura, son los prestigiosos y dueños de diarios Luis María Anson y Juan Ignacio Vera. A Luis María Anson le conocí cuando era Subdirector del “ABC” verdadero, el de los Luca de Tena, cuyas cartas, las de Torcuato y las de Guillermo, conservo con verdadera unción.

Iba yo por entonces al despachito que tenía Antonino González Morales en la calle de Padilla, de Madrid, cerca de la majestuosa y antigua sede de ABC, en Serrano. Allí me recibía el director de Opinión con su decadencia aristocrática mientras miraba con deleite y cierta envidia mi “Omega Genève” de oro macizo. Mi padre tenía aún entonces el negocio de la calle de Pontejos (Conde de Plasencia,7) y nadábamos en la abundancia, símbolo del gremio de los Comerciantes. Anson me estimaba y me sigue estimando como uno de los intelectuales españoles con mayor rigor y profundidad; era una admiración mutua y recíproca y un cariño también mutuo. Escribía yo por entonces columnas y medias paginas en el “ABC” verdadero, y se me leía en todo Madrid. La Dictadura tenía su ventajas, no todo eran inconvenientes. A mi padre le robaron en vísperas del invierno de su armario, elegantes trajes de espiguilla y príncipe de gales y un par de abrigos; y a mi madre uno de sus joyeros repletos de joyas y pedrería, pero al poco tiempo aparecieron dos guardias civiles con los ladrones y buena parte de lo robado, fruto de la paliza que les habían propinado en la Dirección General de Seguridad, curiosamente muy cercana a la calle de Pontejos.

Teníamos entonces la casa preciosa en San Lorenzo del Escorial - “La Atalaya”, la llamábamos -, y todos mis amigos venían a ver desde su preciosa terraza las vistas inefables y casi inauditas sobre el Monasterio y el Bosque de la Herrería.

Los muebles lo había fabricado Ángel Molina, el mueblista del Real, y Carolo Dorvier, Pepe Tamés y otros amigos, dueños de preciosas casas, venían a visitarnos; mientras yo escuchaba música de Gustav Mahler y de Vivaldi y desayunaba tostadas con mantequilla salada y “Té Hornimans” con leche, que nos servían las mucamas (vamos, las criadas). Reinaba la paz celestial de las dictaduras, y todavía existían ellas.

Conservamos una foto en la que un ejército de doncellas - uniformadas de blanco y con cofia - aparecían en pie detrás de mis padres y de los Zornoza, dueños de otro precioso negocio en la calle de Arenal.

Aquella foto que conservamos recuerda más bien el filme “Sonrisas y Lágrimas” ( The sound of music) de Julie Andrews, que otra cosa.

Juan Ignacio Vera, al que quiero y admiro, fue amistad posterior. Ex-Director General de las Aerolíneas Chilenas, fue editor y propietario de un prestigioso diario en papel y ahora del digital “Euromundo Global” (EMG), en el que colaboro con asiduidad.

De talante izquierdista, no como Anson que es monárquico, Vera y yo hicimos amistad después de un duro comienzo, sencillamente porque nos queremos y nos respetamos. La cultura acerca y une a las personas por distintas que éstas sean, mientras la política las desune y las enfrenta

A mis cerca de ochenta años - próximos a cumplirlos ya-, mis recuerdos son innumerables. Gracias al cielo aún Luis María y Juan Ignacio, los periodistas de élite, aún viven, y que lo sea por muchos años; pero otros muchos ya se han marchado al “mundo de lo invisible”, como a mí me gusta llamar al más allá. Pues la muerte no existe, existe solo el fin de la vida, de esta vida material a la que me estoy refiriendo; porque la vida eterna del “mundo de lo invisible”, no termina nunca, pues ese mundo al que me refiero es anterior al visible y material; es mucho más poderoso; es inmenso e infinito, y curiosamente no es tan lejano sino cercano a nosotros.

Cuando Cristo - en el que creo fervorosamente - subió una vez resucitado a los cielos, partió al mundo de lo invisible, que no a otra cosa, y a eso se refieren los apóstoles.

Dejaron de contemplarle y de comer con él; pero él nos dejó la Eucaristía, el banquete eucarístico anticipo del banquete celestial que disfrutaremos en su compañía, junto a las buenas personas, - los justos -, de cuerpos dolientes y enfermizos como ha sido siempre el mío.

Solo le pido a Él, poderme reunir de nuevo para disfrutar de su gloria, con mis amigos los periodistas que tanto estimo y que tanto me ayudan, Luis María Anson y Juan Ignacio Vera.

Germán Ubillos Orsolich

Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, dramaturgo, ensayista, novelista y escritor.

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