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Doce Cuentos Arqueológicos de Navidad

El Eje y la Rueda (II)
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El Eje y la Rueda (II)

  • Por Juan Carlos Rois Alonso - Ilustraciones: Eva Milán Rois

miércoles 11 de enero de 2023, 18:01h

11ENE23 – MADRID.- Veo en la televisión un programa donde filman a la chiquillería de una comunidad de la selva de la Amazonía. Los presentan como si fueran gentes excéntricas de otra época y no nuestros contempo- ráneos. ¿Tal vez para no cuestionarnos?

Niñas y niños juegan en el suelo de tierra con algo parecido a una peonza. Dan vueltas y vueltas a la peonza agarrándola por el pivote que sobresale y que forma su eje. Y la peonza gira y gira y los niños ríen y ríen y también giran sobre sus talones como una peonza de risas y bailes.

Dos microbios corretean haciendo rodar una rueda rudimentaria de madera que salta por los choques con los baches o las piedras.

Aunque es un anacronismo un tanto ingenuo, me transporto con mi mente pajarera a otros tiempos perdidos en la noche del olvido.

Seguro que allí también la infancia jugaría con algo similar a una rueda, con peonzas hechas de madera, con pequeñas muñecas de arcilla o de fibras y palos. Juguetes parecidos hay en muchos museos arqueológico.

Me río del diseñador de los potentes coches BMW o de Ferrari, con su pose arrogante y su especialización técnica a cuestas. Me río de todo el encumbramiento de la tecnología que ahora se predica como ideología casi universal. ¡Cuánto le deben estos orgullosos sacerdotes de la tecnología moder- na a inventos ya inventados sabe Dios cuántas veces antes, quizás por menores frágiles y enclen- ques con una imaginación tan despierta como la de cualesquiera otros de otro momento y lugar!

Sin infantiles y sus sueños, inventores de los ejes y las ruedas en unos tiempos que ni siquiera reconocemos como tales, ahora estaríamos tan prisioneros del mundo inclemente y fata lista como no cabe siquiera imaginar.

¿Les debemos a los sueños lúdicos de los pequeños y de quienes se negaron al fatalismo de lo dado la lucidez con la que hemos ido inventando un mundo a nuestra imagen y semejanza?

Mi imaginación vuelve a volar hacia el momento en que aún no había tiempo ni historia, cuando alguien inventó la rueda, o los ejes y las palancas, o descubrió el fuego y cocinó los primeros alimentos, o hiló fibras con que coser las pieles para cubrirse del frío, o moldeó con sus manos trémulas el barro para hacer una vasija en que guardar el agua, o sacó lascas de piedras para crear sus útiles, o cuando desobedeció por primera vez, burlándose de él, al primer idiota engreído que pretendió ser acatado por su filiación divina o por sus dotes humanas, ...

Su atrevimiento les valió a esos parientes lejanos de nuestra filogénesis cercana para soñar mundos deseables y para abrir las mentes de su mundo a la sorpresa: inventaron la rueda pero eligieron no usarla para acarrear piedras con las que construir cárceles, sino para soñar y jugar con ella; inventaron la pintura y eligieron no usarla para contar y controlar pesos, medidas, brazos de mano de obra o cualquier otra atadura, sino para plasmar manos acogiendo a otras manos y fauna pastando; o los viejos chinos, que inventaron la pólvora para festejar sus días felices pero no para usarla de armas con que dominar a otros pueblos, o el papel, que se usó antes como ropa o como lamparillas para haceras flotar en el aire que como hojas donde escribir decretos o consignar escrituras de propiedad.

¡Que lección más esclarecedora! Inventar es también soñar y elegir.

Usar los inventos que nuestro ingenio crea es cuestión de preferencias y de sabidurías. De elección hacia nuestra felicidad o hacia nuestra sumisión.

Apliquemos el cuento a otro sueño soñado que allende los tiempos se practicó hasta la extenuación: el arte de acordar, de alcanzar arreglos, de decidir en común, de soñar en común, de aunar afectos en común, de hacer prevalecer los cuidados y la cooperación sobre la adversidad, el miedo y la violencia.

Ahora hablamos de democracia y nos creemos justificados y sublimes por tamaña evolución desde la prehistoria a nuestro sofisticado mundo, pero, si os digo la verdad, como pasa con las ruedas de los potentes vehículos, es una versión más bien reductiva y pobre de un invento tan viejo, tan modesto y luminoso que casi le hemos perdido el rastro. Y el hábito.

Mas nos valiera volver a la idea originaria de ruedas y ejes para los juegos, en vez de seguir aceleran- do el coche que nos lleva a toda velocidad por una autopista de última tecnología al precipicio por el que nos obstinamos en zigzaguear.

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