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Cuento: “La Columna del Bárbaro Gentil...”

Prodigios de la niñez

Por Carlos Morales Fredes *

martes 20 de julio de 2021, 17:06h
Prodigios de la niñez

20JUL21.- Fue en octubre, cuando la primavera recién ponía una nota de calidez, sobre los tejados del pueblo, el día en que desaparecí. Mientras en Estación Central –villorrio situado en la medianía del ferrocarril Arica a la Paz– los adultos se abocaban a sus afanes laborales y domésticos, los niños del lugar jugábamos a indios y vaqueros.

El poblado se caracterizaba por ser un lugar rodeado de quebradas, pequeñas colinas, y una variada vegetación, haciendo que el entorno influyera inevitablemente en nuestros pasatiempos infantiles. Los regalos más solicitados por los chicos del pueblo eran pistolas, espadas de madera, rifles de hojalata y puñales con filosas hojas de goma.

Cualquier lugar era para nosotros un fortín inexpugnable o un territorio a disputar a fuerza de armas y coraje. Así, un patio cercado por durmientes en desuso, se convirtió entonces en el fuerte, un baluarte donde los soldados nos guarecíamos. Cerca existía un extenso cañaveral, que hacía las veces de caballeriza. Sus flexibles varas servían de cabalgadura. Cada quien escogía una y, con un trozo de cordel a modo de bridas, galopábamos simulando el trote de briosos caballos. Nuestra desatada imaginación superaba, con creces, el apático rigor de la realidad

Esa tarde, uno de nuestros soldados sangraba profusamente. Una púa, fina y alargada, había traspasado con quirúrgica precisión el lóbulo de su oreja.

Sucedió durante una emboscada de los indios. La víctima, Juanito, cuya particular visión del juego implicaba dejarse caer con insensata valentía de donde fuera que estuviese, al momento de ser atacado. En esa ocasión –víctima de su celebrada teatralidad– cayó sobre un arbusto erizado de espinas. En tanto un destacamento de soldados escoltaba a Juanito, al consultorio del practicante –llorando a mares, despojado ya de toda su imprudente valentía– yo hacía guardia, por si volvían los apaches.

Encuclillado tras el delgado tronco de un arbolito, vi como los indios marchaban hacía mí —en fila ídem— y urgido por el riesgo que corría, sólo atiné a abrazarme a la base del enclenque árbol, cerrando los párpados y poniendo la mente en blanco sin yo proponérmelo. Estuve así inmóvil, estático mientras los indios pasaban uno tras otro.

Transcurrido un lapso que me pareció interminable, me levanté y volví con los míos. En ese minuto, no me cuestioné lo sucedido; estaba demasiado feliz por no haber sido visto ni capturado.

Caída la tarde, a esa hora el juego finalizaba y como ya no había motivo de pugnas, todo volvía a fojas cero. Los militares perdían su rango, como asimismo los salvajes su feroz temperamento. Todos, soldados e indios, volvíamos a ser simples niños.

En ese mágico instante crepuscular, los muertos de ambos bandos resucitaban, los prisioneros eran liberados, el Fuerte recuperaba su condición de vulgar empalizada y los caballos volvían a ser simples cañas. Era también el momento de la reconstitución de los mejores pasajes de la contienda.

Esto daba pie a una barahúnda donde todos querían detallar sus hazañas, imponiéndose el que gritaba más. Al final de esa jornada memorable, sin aumentar siquiera un decibel a mi voz, me alcé como uno de sus protagonistas.

Pero todo pasó a segundo plano, cuando alguien recordó que Juanito aún seguía cautivo, en el policlínico del pueblo. Después de rescatarlo, lo acompañamos a su casa. Gran parte del camino, mantuvo una mano en la oreja damnificada, y otra en la nalga izquierda.

En algún momento nos describió, con grandes aspavientos, la aguja de la inyección antitetánica:

¡Chiiii, era más inmensa que la espina que me perforó la “paila”!

Llegado a casa, conté lo sucedido a mamá quien siguió mi relato en tanto decoraba una torta. Al día siguiente era mi cumpleaños. Esa tarde el té y el pan amasado, dispuesto por las amorosas manos de mi madre sobre la rústica mesa familiar, me supieron como nunca.

Según avanzaba en años e intrigado al recordar lo sucedido, trataba de dar respuesta a lo sucedido. Algunas de ellas, halladas en internet, bordeaban la tontería. Más adelante, gracias a un libro que cayó en mis manos, concluí que quizá debido a un juego de luz y sombra –donde la intensidad lumínica impide al ojo humano percibir algunas formas– es que no me vieron.

Después, de manera más aterrizada, deduje que tal vez mi ropa y porte, facilitaron la mimetización con el agreste entorno del lugar.

Pero la simpleza de esas suposiciones se complicaba al recordar que de niño era gordito. Además, en esa ocasión vestía un mameluco de mezclilla sobre una camisa blanca. También estaba el árbol. Su cercanía con el sendero, tamaño y grosor no bastaban para esconderme. En fin, durante años las hipótesis se fueron acumulando sin lograr dar una respuesta satisfactoria al infantil misterio.

Hoy, décadas después del extraño suceso, con el raciocinio aguzado por la edad y en virtud del toda la información disponible, al fin me doy cuenta cabal de lo sucedido.

Ese día de octubre en Central, cuando estaba próximo a cumplir los nueve años de edad… me hice invisible.

* Carlos Morales Fredes – Es un poeta, narrador, cronista, (1951) chileno, residente en la ciudad de Arica, en el extremo norte de Chile. Es socio fundador del Club de Lectura “Cuenta conmigo”. Columnista del periódico ariqueño “La Estrella De Arica", periódico en el que ha conseguido ser el columnistas más leído. Primer premio regional en poesía (1986). Premio especial prosa en concurso nacional de Empresas Denham (2008). Obtuvo en dos oportunidades el “Premio a la creación” del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes con sus obras “Ausenciando”, (cuentos, 2008) y “De Corín Tellado y otras novelas de bolsillo”, (novela, 2015). Es autor de “Crónicas de aeropuerto”, “El resucitador en serie”. Ha participado en numerosas Antologías: “Avisos desclasificados Vol. I”, “La Nueva Nortinidad”, “Catálogo de Escritores de Arica y Parinacota”, (Cinosargo). “Identidad y Pertenencia”, “Muestra Literaria de escritores de Arica y Parinacota”, (Cinosargo), “Antología De Los Extremos De Chile”, Arica–Parinacota, Magallanes–Antártica. Antología de escritores de Arica–Antofagasta, “Antología del Cuento Chileno vol. II”, (Mago Editores), 2016, “Los Diez Mejores Cuentos de Arica–Parinacota” (2018), Antología Binacional Arica–Parinacota, Chile. Madrid–Valencia, España. Su obra “De Corín Tellado y otras Novelas de Bolsillo”, ha sido incorporada por la Doctora Soledad Maldonado Zedano, a su cátedra en la Universidad San Agustín, Arequipa, Perú. (2019)

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