PORTUGAL
Como no sabía nada del país vecino, el paseante entró en la carpa de la Feria del Libro donde se hablaba de amistad luso-española. Aprendió sobre la rivalidad histórica entre Castilla y Portugal, sobre el odio sembrado en manuales escolares, sobre indiferencia, cuando no menosprecio, en los oponentes.
También supo de la decepción de Juan Valera, cuando intentó relacionar escritores españoles y portugueses y recibió achares en favor de los ingleses. Pero llegó Colombine, una española que se instaló en Lisboa junto al gran Ramón. Ambos escribieron con afecto sobre la ciudad de los tranvías: “Un Río de Janeiro templado y matizado”, “un Londres sin niebla”, una Génova “sin ese elemento trágico, angosto y frío”, un Avilés de “villa creada por indianos”. “Las palmeras de Lisboa están hechas para abanicar mujeres desnudas a la hora de la siesta”. Solo el interés genera amor. Colombine y Ramón para dar cuenta, en buena escritura, sobre el país vecino: “Los poetas portugueses no cuentan la sílabas sino los suspiros”. El paseante corrió a comprar libros sobre Portugal en las casetas: “La melancolía de Portugal se explica porque todas las tardes el país se detiene a contemplar la puesta del sol”. FIN