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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan…”

Siempre aprendiendo: (las razones del éxito) (II)

Por Germán Ubillos Orsolich (*)

martes 09 de mayo de 2017, 01:23h
Siempre aprendiendo: (las razones del éxito) (II)

09MAY17 –MADRID.- Los escritores en general y los autores de teatro o más concretamente los dramaturgos de calidad, que siempre han escaseado y quizá ahora de forma más acusada, solemos pecar si no de vanidosos, sí de autosuficientes hasta llegar en determinados momentos a creernos el obligo del mundo.

Recuerdo mi primera juventud cuando ganaba los premios aquellos y la gente me miraba por la calle y me reconocía, solía decir en las conferencias sobre todo si se trataba de públicos también jóvenes que la escritura nunca te abandonaría, era una compañera fiel que llenaba tu vida emocional sin un desmayo, solía decirlo a la vista de que todas las ambiciones humanas, gran parte de los proyectos - al decir de Ortega -, solían acabar fallando. La vida como historia de una derrota. Pero mira por donde el tiempo me demostraría de una forma brutal y cruel que aquello que decía a mi público tan joven era una falacia, una engañifla vamos, pues para ser más concretos el 21 de marzo de 1975 me fallaría la inspiración, me fallaría todo, y el mundo de oropel y de los aplausos se me vendría abajo.

Casi dos décadas buscando donde se habría metido ese don inefable en el que me solazaba, para por fin de una forma milagrosa y cuando la daba por perdida reapareció con el milagro de la paternidad.

Por supuesto jamás volveré a decir a nadie que esto no fallará nunca, esto o esta o aquello siempre te será fiel, por lo menos mientras estemos en este mundo. Pero a lo que vamos, como creador de argumentos y su desarrollo teatral creía saberlo todo pero es precisamente ahora, en la vejez o pre-vejez, cuando mi vida cambia y el mayor tiempo libre me ha permitido si no aprender por lo menos sí acercarme bastante más al proceso teatral, y he aprendido por ejemplo que el autor no es lo más importante en un espectáculo, que lo más importante es el director; sin un buen director no haces nada, ya puedes escribir mejor que Shakespeare, ya puedes describir una situación dramática con más precisión que Arthur Miller, ya puedes poseer más dinero que Bill Gates, que no tienes nada que hacer si no tienes un buen director que elija el elenco de los actores con acierto tras aprender de memoria una y mil veces el texto, consecuencia vital o esencial de haberse literalmente enamorado de él.

Una vez en posesión o mejor decir de acuerdo con esa pieza clave, darle libertad. Y es aquí donde un gran director puede enriquecer una obra como si se tratara de jugo “Bovril” a una sopa. También puede dejarla como está, y también puede arruinarla, claro; cosa harto frecuente.

Todo esto que les cuento lo he declarado en público desde un escenario, hasta llegar a decir yo no soy nada sin esos señores y señoritas que tienen ahí detrás de mí (los actores), y sin ese señor de las gafas que es el director, mi director.

Esa cura de humildad importante en esta vida y fundamental para llegar a la otra, algunos iluminados la ejercitan desde el principio, otros más torpes como yo, hemos necesitado, batacazos, ruinas económicas y enfermedades mastodónticas, para llegar a darnos cuenta de lo que somos en realidad dentro de un gran espectáculo como es el teatro, donde hay que tocar doscientos cincuenta cabos para poner en marcha, lo que se dice en pie una obra, desde el teatro clásico y antiguo hasta el contemporáneo, contando también y por supuesto con el empresario de local, que no es moco de pavo. Por eso es más difícil, infinitamente más difícil estrenar que escribir.

Y este es el punto álgido del tema. Esta es la clave y la razón del porqué tantos autores de teatro, de un teatro incluso excelente no estrenan. Les falta el director; un director fiable, dúctil, habilidoso y competente, capaz no solo poner en pie la obra - con el casting previo de elección de actores, la dirección de los mismos, la ambientación, el vestuario, decoración, luces, música, efectos especiales -, pero también el local donde representarla y el trato rápido con el empresario del mismo.

El desgaste de un director de actores es infinitamente superior al del autor y al del actor, además es un desgaste físico y mental que les deja exhaustos. Y la belleza de lo que vemos y su grandeza, se deben al trabajo multidisciplinar, polifacético y armónico a la vez de ese hombre o mujer indispensables.

Como ves, lector querido, siempre estamos aprendiendo, y ¡ ay del día que no lo hagamos pues será signo inequívoco de que aunque nos vean vivos habremos dejado de estarlo!.

(*) Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, dramaturgo, ensayista, novelista y escritor.

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