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Opinión: “Recuerdos De Mi Abuelita…”

Luna de miedo...

Por Geral Aci

domingo 12 de marzo de 2017, 19:25h
Luna de miedo...

13MAR17 – MADRID.- No podía dormir; era imposible cerrar los ojos y buscar la oscuridad. Aquella imagen tan terrible que mi abuela me había enseñado permanecía dentro de mi cerebro como un castigo perpetuo sin que recordara yo, un mal comportamiento ese día que justificara su actitud. Pero sucedió así y mi sufrimiento duró cerca de una semana. Temía que llegara la noche y tuviera que meterme en la cama y ya el atardecer me asustaba y nada impedía mi tortura.

Todo comenzó cuando obligados, fuimos a la iglesia al inicio de lo que llamaban el Mes de María. Durante treinta días soportábamos oraciones, persignaciones, golpecitos en el pecho, arrodillarse, sentarse, pararse y repetir lo que hacían las demás. Era la primera vez que acudía a la iglesia. Antes de eso, apenas soportaba permanecer sentado en un duro y frío asiento de madera en la congelada capilla que había dentro del cité donde vivíamos. Aquel recinto se utilizaba principalmente para velatorios y otras manifestaciones fanáticas.

En la iglesia cuando terminó el primer día dedicado a María, mi abuela me tomó de la mano y juntos caminamos hasta el altar central de la Parroquia de la virgen de Fátima, en Santiago de Chile. Lo que vi me aterrorizó y fue la causa de la dramática búsqueda de poder conciliar el sueño. Ante mi y levantado un metro desde el suelo, había una cruz de madera con un hombre que permanecía con las manos y los pies clavados y casi desnudo aunque no enseñaba los testículos ni el trasero; una especie de calzoncillo le cubría sus intimidades. De la cintura hacia arriba nada, con el pecho descubierto. Pero el pobre infeliz estaba manchado de sangre, lo habían herido, enseñaba las costillas, un rostro muy pálido, y para terminar tenía sobre la cabeza una corona hecha con cactus, con espinas por todos lados.

Era feo, muy feo, macabro. Me miraba con unos grandes ojos blancos, la boca entreabierta, la nariz húmeda y raquítico, es más, diría que cuando lo colgaron llevaba muchos días sin comer. Quise pensar… ¡pobre hombre! Y preguntarme: ¿Qué delito habrá cometido? Pero no tuve tiempo. Me cubrí los ojos, apreté la mano de mi abuela y deseé salir de allí lo antes posible. Hubiera preferido un Santa Claus, un personaje de ficción, un justiciero, pero no un cadáver tan horrible.

Todo esto lo recordé ayer, cuando me encontré con una amiga muy querida, joven y muy guapa:

-¡Hola! ¿que tal?

-Bien, me respondió.

-Me contaron que te casaste.

-Si, dijo, con cierto desgano

Imaginé por un momento que quizás estaba separada y, como es guapa, pensé que podría cortejarla pero no, no estaba separada…

-¿Sabes? -me dijo-, es complicado explicarlo, pero trataré de hacerlo.

-Estuve dos años de novia, todo muy bonito, poesías, caricias, desayuno en la cama, besitos, promesas y proyectos. Un día tonto decidimos casarnos, ya sabes, la familia, los posibles regalos, el dinerito que dejan los invitados, el sexo descontrolado, los chupitos de ron sobre la mesita de noche, la luna de miel, las fotos y la tarta de chocolate. Alquilamos un traje de novia, hicimos invitaciones, reservamos un restaurante y un amigo fotógrafo se comprometió a filmar y tomar fotografías gratis.

Todo iba como se dice, viento en popa. Yo me ilusioné. Soñaba lo que había leído en novelas románticas pero surgió el primer escollo. Teníamos que asistir a “clases” en la iglesia, no sé de qué, pero lo comentó mi madre:

-Dice el cura que si no asisten, no tendrán hora para casarse. Todo muy diferente al Registro Civil, donde nos atendieron de maravilla y sin “clases”. Por cuestiones de trabajo no podíamos asistir, por lo que mis padres buscaron un “arreglo” con el cura: pagaron las “clases” sin que asistiéramos y obtuvimos la fecha y la hora. Yo nunca había entrado en una iglesia y mi novio tampoco.

La cosa es que el día señalado y con cincuenta invitados, llegamos a la iglesia. Yo con mi vestido blanco, aunque “el pecado”, según el cura, ya lo habíamos cometido (llevábamos un año viviendo juntos); pero no dijo nada por cuanto ya había cobrado. Mi novio con traje azul y camisa blanca, parecíamos niños grandes haciendo la comunión.

El velo no me dejaba ver, por lo que caminaba con la cabeza gacha, me pareció larguísimo el trayecto desde la entrada hasta el altar. Por fin llegamos.

Se escuchaba un coro y un pequeño murmullo. El cura estuvo hablando no sé de qué, hasta ese momento todo normal, pero se le ocurrió preguntarme ¿Aceptas por esposo a fulano de tal con todas las consecuencias? Fue cuando instintivamente levanté el velo que cubría mis ojos.

Cuando mi amiga llegó a esta parte de la historia de su boda, prácticamente repitió todo lo que yo he contado al comienzo de este escrito; se encontró ante sus ojos con el cadáver del hombre crucificado y se estremeció; era la primera vez que lo veía. Tardó en decir ¡Si quiero! A la pregunta del cura.

Durante el banquete, al tirar el ramo de flores, al brindar, al bailar el vals, al posar para el fotógrafo y durante toda la velada, no pudo quitarse de la cabeza la grotesca figura del crucificado.

-Sabes, me dijo, sufría, sufría, no comprendía el significado de esa figura durante una boda. Ni siquiera pude quitármela durante la luna de miel.

A quién se le ocurre poner una figura ante los ojos de dos personas que sueñan la felicidad, que llegan ilusionadas a la iglesia, con alegría y muchos sueños por realizar, que planean una familia, un hogar unos niños. Es absurdo, es ridículo es nefasto. ¿No sería mejor una tela con niños dibujados, sonriendo, jugando, ofreciendo flores, con pajaritos volando, con el sol brillando y el paisaje verde. Eso nos hubiera dado más ilusión, más alegría, pero todo lo abortaron con ese señor colgado de una cruz. Nunca más volveremos a una iglesia, no tenemos imágenes sacras en nuestro hogar, no bautizaremos a nuestros hijos y menos recomendaremos a la gente que se case. La iglesia destruye, apoca, asusta. amedrenta, cohíbe y por todo esto cobra mucho dinero. Las personas algunas veces somos estúpidas. Eso es un maltrato a las parejas jóvenes que aceptan un enlace religioso Afortunadamente mi marido lo entendió y hemos pensado, dentro de poco tiempo, salir y viajar como si fuera nuestra luna de miel.

Nadie se preocupa y sería interesante legislar sobre esta cuestión que afecta a los niños especialmente sin olvidar a los enamorados que se deciden por una boda.

Conclusión, si las personas que piensan casarse acudiendo a una iglesia, que por lo menos lleven una pancarta dibujada con motivos alegres, que ilusionen, con frases deseando felicidad y mensajes llenos de amor.

Que no acepten figuras dantescas que asustan y coartan.

Así se mantendrá la idea de una sonora e inolvidable Luna de Miel y no una luna de miedo.

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