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Opinión

Iberia, Bankia, Orizonia

Por Joaquín Pérez Azaústre(*)

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h

Remitido por Quino Moreno

Los amantes pasajeros no vuelan en Iberia. Cómo van a hacerlo, si la línea parece a punto de caer, en picado y sin alfombras de aire, hacia su propia espiral de desmantelamiento, camuflada de reestructuración.

Mientras las huelgas surgen, se atemperan, y las mediaciones se convierten en una nota más del conflicto infinito, recordamos el plan de vuelo adverso: aunque primero fueron 4.500, ahora la empresa tiene previstas 3.800, que no es poco, por prejubilaciones. Son 3.800 despidos, como los 5.000 de Orizonia o los de Bankia. Si recordamos que la indemnización por los 5.000 despidos de Bankia fue casi la misma cantidad que se pagó a 50 directivos que salieron de la entidad, y hacemos números, esta ruta celeste no pude presentarse más oscura: sobre todo, si tenemos en cuenta que esos directivos fueron los causantes del desastre.
Se baje o no se baje el salario un 7% para el personal terrestre y un 14% para tripulantes de vuelo y pilotos, Iberia presentó en febrero un ERE que afectaba a 3.800 empleados, casi el 20% de la plantilla, además de los consabidos recortes salariales para quienes no fueran despedidos. Pero seguramente será poco, porque siempre es poco y es lo mismo, y esta historia nos suena demasiado y nos recuerda el poema Apología y petición, de Jaime Gil de Biedma: “De todas las historias de la Historia / sin duda la más triste es la de España, / porque termina mal. Como si el hombre, / harto ya de luchar con sus demonios / decidiera encargarles el gobierno / y la administración de su pobreza”. Algo así parece que ocurre en Iberia, en España y en el mundo: que todo acaba mal, aunque se vea venir, porque hemos abandonado nuestros asuntos económicos en manos depredadoras. Porque cómo explicar que, mientras se especula con la posibilidad —ya casi una certeza— de 3.800 familias en la calle —esa misma calle que acoge ya, también, a las de Orizonia o Bankia—, IAG, el holding que integra a Iberia y British Airways desde que se fusionaron, haya anunciado que repartirá 2,657 millones de acciones entre ocho consejeros ejecutivos y altos directivos mediante dos planes de opciones, con un valor actual en el mercado de 7,57 millones de euros, o sea, 1.256,2 millones de pesetas. El consejero delegado Willie Walsh se embolsa 684.647 acciones, con un valor de 1,95 millones de euros, pero el asunto no acaba ahí: en 2012, el Consejo de Administración de IAG cobró 6,12 millones de euros —1.020 millones de las antiguas pesetas—, de los que los dos máximos directivos españoles, Antonio Vázquez —el mismo Antonio Vázquez que anunció, tras la fusión de Iberia con British Airways, que no habría despidos masivos— y Rafael Sánchez-Lozano, ganaron 1,5 millones. Total, calderilla: la misma calderilla que quebró nuestras cajas de ahorros.
Así, el consejero Willie Walsh gana 323,7 millones de pesetas mientras defiende la necesidad de reestructurar Iberia: o sea, despedir a miles, culpando al Sepla: “Los que intentan parar el ajuste están intentando destruir Iberia. Prefieren ver a Iberia morir que reestructurarse”. Por mucho que se asegure en ING que desde los fondos de Iberia no se ha pagado ni un céntimo de los planes de pensiones de British Airways, tal y como está el patio sulfuroso del entresijo mercantil, nadie puede poner la mano en el fuego por las declaraciones de nadie. Mientras, ¿qué sucede con el 15% del Estado español en Iberia, resultado del 3% de la SEPI y el 12% nacionalizado de Bankia? ¿Y la inversión de los españoles en Barajas, como puerta de entrada de América en Europa? ¿Qué aeropuerto será? Madrid puede quedarse sin vuelos directos a los países hispanohablantes, esa patria abierta en la palabra humana, comercial y poética.
Pero tampoco se puede culpar de todo ni a British ni al Gobierno. Miremos hacia Iberia, como antes a Bankia o a Orizonia. Repasemos la vida más reciente, cómo nos hemos ido acostumbrando a vivir golpeados. Preguntémonos por qué se privatizan siempre los beneficios, mientras se socializan —también siempre y brutalmente— las pérdidas. Así, cuando toca ganar, grandes primas para unos pocos consejeros. Pero si toca perder, se despiden a 5.000 familias y se le llama reestructuración. Iberia, Orizonia, Bankia: no estamos saliendo de la crisis, sino haciéndola cíclica. Los mismos altos directivos de empresas deficitarias, con primas millonarias, que nos trajeron aquí, no pueden dar ninguna lección de austeridad, criminal en sus labios. Hay que recuperar, a todos los niveles, la fuerza de la ética social.

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Joaquín Pérez Azaústre es escritor.

 

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