Ella tenía la razón, pero ¿cuál era la causa?.
Sencillamente que se ha ido sustituyendo la calefacción por carbón por calefacción de “gas ciudad”, que calienta la décima parte que el carbón de las minas asturianas, ahora clausuradas.
Las calderas de calefacción central de carbón mineral soltaban mucho humo y la capital se veía a lo lejos, desde el alto del Guadarrama, como cubierta por una espesa boina negruzca que impedía su visión. Esa boina de gas deletéreo la respirábamos los madrileños e imagino que los residentes de las grandes ciudades, aumentando consiguientemente los cánceres de pulmón y siendo letales sobre todo para los niños, esos locos bajitos que respiraban a nivel del suelo los gases pestilentes a mansalva.
Conclusión. La atmosfera de las grandes ciudades es ahora trasparente y saludable. A cambio - claro está -, que los que contamos muchos años, los octogenarios, nos congelemos en nuestras casas en los meses de invierno con unas calefacciones de “gas ciudad” que son para morirse de risa… o mejor dicho de pena.