Quizá sea el mismo Carlo Acutis quien me haga experimentar esta idea. Él decía personalmente y repetía que “la Eucaristía es la autopista al cielo”.
Habrá muchos lectores de este diario que no crean nada de todo esto, incluso que les moleste. Bien es verdad que las posibilidades de que exista el paraíso o que no exista vienen a ser las mismas, si evitamos pensar, claro, en los milagros que está operando el alma de Carlos Acutis: Una anciana monja con cáncer con metástasis que es curada totalmente cuando su congregación le piden al joven santo muerto en Monza (Italia) que la limpie por completo. O el de la joven que cae de su bicicleta, se destroza la cabeza, y moribunda, sin solución, su propia madre emprende un largo viaje desde su lejano país hasta Italia, atravesando el Atlántico, hasta la tumba de Acutis, y rezado junto al féretro de cristal transparente del joven santo, que parece Blanca Nieves, y en el acto se recupera milagrosamente su hija, con el cerebro restablecido en su totalidad.
Bien. Cuando mi párroco me trae a Jesucristo en persona, en esa preciosa cajita de oro que cuelga de su pecho y me la entrega para que la coma, es el propio Cristo en ese momento quien está a mi lado, quien está conmigo.
¿Es que hay que morir para conocerle, para verle, para estar con Él?. No. Él mismo, en persona, y en un acto de su libre voluntad es quien ocupa esa fina oblea de pan blanco, pues afirmó tajantemente que quien comiera de ese pan comía su propio cuerpo.
¿Hace falta por lo tanto morir para contemplarle?. Repito: en absoluto. Estoy de acuerdo con el joven Carlo Acutis: “La Eucaristía es la autopista al cielo”.
Acutis, además de santo canonizado hace unos días, era muy simpático y ocurrente.