Tengo un álbum de fotos del Puerto de la Cruz, del hotel Martiánez en Navidad y la estancia allí con mis padres y con Paco Alfonso y Maxi.
El paisaje puede seguir siendo el mismo, pero el Martiánez ya no alberga turistas y Paco Alfonso ha desaparecido y madre también, no digo que hayan muerto porque la muerte no existe; pero si en las fotografías y eso me crea una intensa nostalgia y un deseo imposible de recuperarlas en la ficción fotográfica y en la vida real.
Quimera absurda porque yo tan sonriente y vital tenía unos treinta años y ahora tengo cerca de los ochenta.
“Juventud, divino tesoro” decía el poeta.
Aquellos años inefables de la juventud, cuando Pepi mi maestra estaba aún a mi lado aspirando el aroma de las strelicias y de la flores de pascua en aquellas navidades que quedan en el recuerdo y en las fotografías impregnadas de felicidad.
Muchas más cosas se podrían decir de “aquellos días” impresas en las fotos, y tan reales como la propia vida y el pasado eterno.
El Valle de Ucanca, Icod de los Vinos y el Drago milenario, Garachico, el Puerto de la Cruz, el Teide, los Llanos de Aridane, César Manrique y las piscinas escavadas en la lava volcánica, el Paseo de San Telmo, la Playa de Las Canteras, Garachico y tantos lugares inolvidables.
Todo esto y mucho más es el cúmulo de los recuerdos perdidos, una época real y altamente satisfactoria que se puede resumir en aquella frase tan castiza propia de mi madre; “Que nos quiten lo bailao”.