Veo grupos de gentes con numerosas bolsas y paquetes, a veces las valijas son pocas (valen caro) y adaptados “carritos de la feria” transformados en “maletas con ruedas”.
Todos felices en el metro, previo a combinar en La Alameda con el pullman que los llevará al ansiado y muchas veces desconocido Océano Pacífico.
Padres sonrientes y orgullosos, como diciendo: “aquí llevo a mi familia pues”, guardando en el bolsillo de su pantalón todo el sueldo del mes, total… a la vuelta “nos arreglamos”; por último al mes siguiente se pagarán dobles las cuentas de la luz, el agua, el gas y teléfono. Pero este viaje hay que disfrutarlo a todo dar.
Sufridos bebés menores de un año en sus cochecitos, que no saben ni comprenden y seguro ni les interesa tomarse la típica foto en la espumita con la inmensidad del océano a sus espaldas.
Los niños menores, eufóricos, ansiosos; ya casi jugando con el balde y la palita.
Los mayorcitos con sus audífonos, premunidos de su música, sus juegos de video, o revisando sus celulares (ahora la tecnología está al alcance de muchos y también va a la playa).
Y las madres, las esforzadas madres, llenas de bolsos colgando y niños de la mano, evitando que éstos se bajen anticipadamente en alguna metro estación equivocada.
Es el “Veraneo a la Chilena”.
El veraneo del taca taca y la lotería. Del churro y el melón con vino. Del té y el arroz con huevo. Y por supuesto sobre todo del tostado fascinantemente acochayuyado.
¿Pero, por qué siempre la playa?...
Pareciera que sin playa, no hay un buen inicio del año.
A pesar de las las incomodidades y las penurias, “el viaje a la playa”, ya es toda una institución nacional; y mientras más sacrificado y transpirado resulte… pareciera tener un mejor sabor.
Playa, cielo, sol y amor,
qué importa la distancia y el calor;
además siempre un buen asado en la playa,
hará que las penas tal vez se vayan…
Si (
No(
