El Rey no contestó a tan extravagante e impertinente misiva y el Gobierno español respondió con un comunicado en el que lamentaba que la carta se hubiera hecho pública, rechazaba con toda firmeza su contenido y afirmaba que “la llegada hace 500 años de los españoles a las actuales tierras mexicanas no puede juzgarse a la luz de consideraciones contemporáneas. Nuestros pueblos hermanos han sabido siempre leer nuestro pasado compartido sin ira y con una perspectiva constructiva, como pueblos libres con una herencia común de
una proyección extraordinaria”. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, comentó -por una vez con razón- que la colonización de Méjico no podía juzgarse desde una perspectiva moderna.
Como ha señalado Gabriel Tortella ¿alguien se imagina al presidente de la República francesa exigiendo al de la República italiana que pida perdón por la conquista de las Galias por Julio César, o al presidente de Irán reclamando a sus colegas de Grecia o de Macedonia que se disculpen por las conquistas de Alejandro Magno? En el caso de España sería aún más complicado, porque no se sabe a qué Estado tendría que exigir explicaciones por la invasión de los iberos, y si habría que hacerlo a Irlanda por la de los celtas y a Túnez por la de los cartaginenses. Está clara que la exigencia de responsabilidades a Italia por la colonización romana, pero no lo está a quién habría que exigírsela por la conquista musulmana: ¿a Siria, Irak, Marruecos o Turquía? Si se siguiera la tesis de AMLO, el mundo entraría en una orgía ridícula de reclamaciones y peticiones de perdón, que conducirían a una marea de odios, recriminaciones y resentimientos absurdos y conflictivos, que podrían continuar hasta el infinito y más allá. “Los hechos pasados deben ser juzgados por los historiadores y los Gobiernos deben abstenerse de meter en ellos sus torpes manos”.
¿Fue correcta y adecuada la carta de AMLO a Felipe VI?
Según el profesor mejicano Ricardo Cayuela, AMLO no envió su carta para exigir justicia, sino para reforzar la cohesión interna, a través de un adversario externo conveniente, y recurrió al componente antiespañol presente en la narrativa oficial de los Gobiernos mejicanos. En el siglo XIX, EEUU arrebató a Méjico un 55% de su territorio, en una contienda muy desigual, que el presidente Ulysses Grant calificó de “la guerra más injusta de la Historia contra una nación débil”. ¿Por qué el Gobierno mejicano no exige disculpas y reparaciones al estadounidense? Pues porque -en opinión de Inocencio Arias en su artículo “Albares y su amo compran la Leyenda negra”- los presidentes norteamericanos lo mandarían a freír espárragos, pero España es diferente y Albares “hocicando ante los mejicanos como quiere Sánchez, se postra y recoge parte de las falaces tesis de sus dirigentes”.
Los políticos mejicanos han exaltado las culturas prehispánicas y denostado sistemáticamente la colonización española, y esta versión acrítica de la Historia se ha reflejado en los libros de texto. Según el historiador mejicano Juan Miguel Zunzunegui, en la escuela le enseñaron la gloria maravillosa de los pueblos aborígenes y la infamia de los colonizadores españoles, que trajeron la corrupción, la enfermedad y la desgracia. Como ha manifestado en su libro “Al día siguiente de la conquista”, los mejicanos entienden de forma simplista la colonización. “Papá cruzó el mar, violó a Mamá y así nació Méjico”. Mesoamérica en 1504 no era la Arcadia feliz que nos cuentan, pues vivía en la tecnología de la piedra y el palo, y en el sistema de las creencias de los chamanes que hacían sacrificios humanos. No eran peores que los europeos, pero estaban aislados del mundo y no tenían acceso a la innovación. Los españoles llegaron, trajeron la rueda, el arado y la yunta de bueyes, y adelantaron 5.000 años en un día. Los aztecas o mexicas bajaron de California y se enfrentaron a las tribus aborígenes, a las que vencieron y explotaron de forma cruel. Era un pueblo profundamente resentido que odiaba sus vecinos y practicó una política de venganza, que se basaba en una teología que justificaba los sacrificios humanos ajenos y la antropofagia -los aztecas nunca sacrificaban a los miembros de su tribu-. Como ha observado Tortella, la terrible religión de los aztecas postulaba la necesidad de abrir el tórax de sus enemigos y ofrecer a la deidad el corazón palpitante de la víctima, cuya carne era después devorada. Los historiadores han estimado que cada año se sacrificaba entre 20 y 30.000 seres humanos. Según Zunzunzgui, Hernán Cortés encontró en América a pueblos que no entendía, que le daban miedo y a los que quizás despreciara, pero a los que vio como prójimos. “España se comportó como se comportó por ser España, porque era diferente al resto de Europa. Llevó a América el arte y la lengua, fundó ciudades, universidades y hospitales, firmó capitulaciones e hizo gramáticas”. Desde que tocó tierra, Cortés hablo de paz y firmó alianzas con todos los pueblos aborígenes, salvo los aztecas.
Como ha señalado Alberto Gil Ibáñez, es falso el supuesto mito del paraíso precolombino, porque, cuando llegaron los españoles a Méjico, controlaba con mano férrea el país el Imperio mexica, que había sometido a los demás pueblos indígenas mediante una represión brutal. La conquista de Cortés solo fue posible gracias a la ayuda de unas 200.000 tlaxaltecas, chichimecas, totonacas, tepanecas y otras tribus que, cuando advirtieron el valor militar de los españoles, se aliaron con ellos para liberarse del yugo opresor, como describió, en su “Historia verdadera de la conquista de Nueva España” , Bernal Díaz del Castillo, testigo presencial de los hechos.
En opinión de Cayuela, la conquista de México fue un hecho histórico de importancia central. Nunca antes se habían enfrentado dos imperios con un desconocimiento mutuo tan absoluto y confrontado dos visiones religiosas tan opuestas: la mexica, basada en la idea de que los hombres debían ser sacrificados a los dioses, y la cristiana, en la que todo un Dios se hacía hombre para sacrificarse por la humanidad. La conquista no representó una interrupción de la Historia de Méjico, sino su punto de partida. Se creó un país mestizo, de mayoría católica y de lengua española, cuya cultura nacía de la fusión entre las civilizaciones indígenas y el mundo hispánico. “La identidad mexicana se construye precisamente a partir de esa síntesis, no de su negación. La Historia del Virreinato de la Nueva España no es un paréntesis en la Historia mexicana, sino su caladero: la olla donde se forjó lo que hoy somos como nación”. Es lo que Ituriel Moctezuma, gobernador indígena de Ciudad de México y descendiente directo el emperador -Cortés adoptó a dos de sus hijas y las casó con capitanes españoles- ha denominado la “indo-hispanidad”. Ha afirmado que todos tienen motivos para pedir perdón, pero que los Gobiernos mejicanos posteriores a la independencia agredieron más a los indígenas que lo hicieron los españoles.
Es evidente que la conquista no fue pacífica y que se produjeron hechos condenables, como las matanzas de Cholula o del Templo Mayor, pero en la “Noche Triste” fueron asesinados cientos de españoles, y Cristóbal Guzmán y otros 36 compatriotas fueron sacrificados durante el sitio de Tenochtitlán. La mayor parte de las muertes indígenas fueron causadas por enfermedades contagiosas traídas de España inadvertidamente -como la gripe, la viruela, el sarampión, el tifus o el cólera-, que causaron una gran mortandad, al carecer los aborígenes de anticuerpos para defenderse de ellas, de lo que obviamente no fueron responsables los conquistadores. Los Gobiernos del Virreinato fundaron numerosos hospitales -entre ellos uno financiado por Cortés en Ciudad de México-, abiertos a todos los ciudadanos.
Según Marcelo Gullo, AMLO defendía las atrocidades de los aztecas y culpaba a los españoles de todo género de maldades. En un video promocional del V centenario de la caída de Tenochtitlán, el Gobierno mejicano reivindicó las culturas precolombinas, que habían dado “rostro y corazón" (¿?) al Méjico actual, y afirmaba que, tras el “grito de Dolores”, el pueblo mejicano -harto del yugo colonial- rompió las cadenas de la opresión de España, que le dejó una herencia de exterminio y de muerte. Cabe señalar que quienes promovieron la independencia fueron los criollos, descendientes de los españoles, y no los indios, que en su inmensa mayoría apoyaron a la Corona. En el momento de la independencia, el 50% de los mejicanos eran mestizos, mientras que, en el Méjico indigenista de AMLO, este porcentaje se ha reducido al 30%. Durante la presidencia de Porfirio Díaz, los pocos mayas que quedaban fueron exterminados.
Las autoridades mejicanas se han acogido a la Leyenda Negra, que -en opinión de Gullo- es una de las mayores “fake news” de la Historia. En su testamento redactado en 1504, la reina Isabel la Católica instó a su esposo el rey Fernando y a su hija y heredera Juana a que indujeran a los moradores de las Indias a que se convirtieran a la santa fe cristiana y los trataran bien y justamente, sin que recibieran agravio alguno en sus personas o en sus bienes. Ya en 1511, fray Antonio de Montesinos defendió la humanidad de los indígenas y planteó su tesis ante el rey Fernando, quien, en 1512, firmó las Leyes de Burgos o “Reales Ordenanzas dadas para el buen Regimiento y Tratamiento de los indios”, en las que se establecía que los indios eran hombres libres y tenían derecho a la propiedad de sus casas y haciendas, y creaba las Encomiendas para facilitar la evangelización de los indígenas, lo que dio lugar muchos abusos.
En 1540, fray Toribio de Benavente afirmó que “es certísimo que estas gentes son nuestros hermanos, procedentes del tronco de Adán como nosotros, son nuestros prójimos a quienes somos obligados a amar como a nosotros mismos” y, dos años más tarde, se dictaron las Leyes Nuevas, que prohibían la esclavitud de los indígenas bajo ningún pretexto, eliminaban la obligación de realizar servicios personales sin paga, obligaban a los españoles a pagar a los indios por su trabajo voluntario, preveían la eliminación gradual de las encomiendas y reconocían a los indígenas como vasallos de la Corona. En 1552, fray Bartolomé de las Casas -obispo de Chiapas- publicó la “Breve relación de la destrucción de las Indias”, en la que criticaba acerbamente los abusos de los españoles, pero su apasionado relato contenía numerosas inexactitudes y exageraciones, y sirvió de base a la elaboración de la Leyenda Negra. Ante las numerosas críticas de los religiosos -especialmente a los encomenderos-, el emperador Carlos V convocó en 1551 en Valladolid una reunión de teólogos y juristas para debatir la legitimidad de la colonización de las Indias, en las que se enfrentaron las tesis de las Casas, que negaba la legitimidad del Reino de España a someter a los indios, y las del jurista de la Corte Ginés de Sepúlveda, que justificaba la colonización y el dominio de la Corona sobre los indios. Prevalecieron en buena medida las tesis favorables a los indios, a los que Francisco de Vitoria había reconocido la condición de sujetos de derechos, mientras que Francisco Suárez mantenía que los indígenas habían nacido libres y nadie tenía poder político sobre ellos. ¿Ha habido acaso otra potencia colonial que haya mantenido un debate semejante sobre la legitimidad de su dominación colonial en presencia del jefe del Estado? Esto dio lugar a la elaboración de las Leyes de Indias, que trataban de proteger a los indígenas de los abusos de los colonizadores. Cuestión distinta era que se cumplieran -el eslogan de “se acata, pero no se cumple”-, pero los religiosos y los tribunales trataron de que se aplicaran. Ninguna potencia colonial -de Inglaterra a Portugal, y de Francia la Holanda- dictó normas de este tipo.
Pese a los esfuerzos de las autoridades mejicanas de ignorar los logros de los 300 años del Virreinato, fueros éstos uno de los periodos más brillantes de la Historia de Méjico. La Nueva España fue -según Gil Ibáñez- un emporio de prosperidad y de modernidad cultural, económica y social, y un punto de conexión comercial entre el Extremo Oriente y Europa, a través de los galeones de Manila. Fue un ejemplo de honestidad y eficiencia, y una fuente única de mestizaje. Tras recorrer buena parte de América, el barón Alexander von Humboldt reconoció que los virreinatos hispanos estaban muy bien organizados, eran bastante prósperos y no habían en ellos corrupción institucional. Constató que los indios y los mestizos estaban asimilados, participaban sin trabas en la vida de la comunidad y su situación era mejor que la de muchos campesinos del norte de Alemania. La Nueva España no fue una colonia, sino una parte del Imperio, a uno y otro lado del Atlántico, con sus ventajas y sus inconvenientes.
España fundó durante el virreinato 27 universidades en América, tres de ellas en nueva España -Ciudad de Méjico en 1551, Mérida en 1624 y Guadalajara en 1792-. La primera Universidad de EEUU, Harvard, fue fundada en 1636 y la primera de Canadá, Toronto, en 1841. Francia, Portugal y Holanda no crearon ninguna universidad en sus colonias. El primer libro que se imprimió en América -un catecismo bilingüe titulado “Breve y compendiosa doctrina cristiana en lengua mexicana y castellana”- fue publicado en Méjico en 1539. Felipe II ordenó en 1580 que se crearan cátedras de lenguas indígenas para fomentar su estudio y, desde 1551, había una cátedra de Medicina en la Universidad de Ciudad de México. El primer hospital en América fue abierto en 1503 por Nicolás Ovando por expresa orden el rey Fernando de que estableciera hospitales donde fuera necesario, para que “se acojan y curen así tanto los cristianos como los indios”, y en Méjico se fundaron tres hospitales entre 1521 y 1528.
La izquierda española ha asumido la Leyenda Negra y simpatizado con las exigencias de los dirigentes mejicanos. Como ha observado Pilar Arístegui -hija, esposa y madre de diplomáticos-, la izquierda tergiversa la Historia y solo resalta lo malo realizado por España. No comparte la Leyenda Negra, aunque tampoco la Rosa, pero estima que España hizo una enorme aportación a la cultura americana y generó un fantástico mestizaje, que se palpa en la cultura, el arte, la medicina y la gastronomía. Para José Manuel Núñez-Seixas, frente a tanto discurso que sigue reverdeciendo los laureles de la conquista, la colonización y la evangelización, está bien que se reconozca que fue un proceso en el que hubo muchas sombras, por lo que es bueno que Méjico y otros Estados recuerden estas injusticias y exijan una reparación. Máriam Martínez-Bascuñán ha comentado en “El País” que, 500 años después, seguimos atrapados en “la invención de América”, y el lenguaje que justificó la conquista sigue moldeando la manera en que se rehúye su memoria ¿Cómo puede un país reclamar la gloria de una “gesta civilizatoria” y negar al mismo tiempo la responsabilidad por sus atrocidades? El tiempo no borra la injusticia, ni disuelve nada, sino que la institucionaliza. “Tal vez el perdón no sea una cuestión de tiempo, sino de mirada”. Zunzunegui, sin embargo, ha afirmado que pedir España perdón por la conquista, equivale a pedir disculpas por el hecho de que Méjico exista. Como ha comentado Bernard Durand, España no debe pedir perdón por la conquista de Méjico, porque tal país no existía.
Una pifia más de Albares
Con motivo de la inauguración en el Instituto Cervantes de la exposición “La mitad del mundo. La mujer en el México indígena”, nuestro parlanchín Canciller, José Manuel Albares, afirmó que ha habido dolor e injusticia con los pueblos originarios de México. Es parte de una historia compartida que no puede negarse, ni olvidarse, pues -como toda historia humana- tiene claroscuros. “Hubo injusticia, justo es reconocerlo. No podemos negarla, ni olvidarla”. No cabe echarle toda la culpa a Albares, que ha seguido obviamente las instrucciones de su amo y señor, que ha sufrido uno de los habituales ataques de “cambios de opinión”, y ahora considera que ya sí puede juzgarse la colonización de México a la luz de consideraciones contemporáneas. Vaya Vd a saber a qué se ha debido esta enésima rectificación de sus propia palabras. Hay algún malpensado que dice que ha actuado como el español residente en Méjico, que ordenó en su testamento que, si moría en Méjico, lo enterraran en España y que, si moría en España, lo enterraran en Méjico. Cuando un amigo le preguntó a qué se debía la inclusión de esta cláusula, le contestó: “Para fastidiar”.
Esta confesión de culpabilidad histórica por parte de Albares ha sido recibida con división de opiniones, como en los toros. García Margallo la ha calificado de “error histórico” y Tortella de “metedura de pata”. Para Cayuela, si esta declaración obedeciera a un acuerdo discretamente pactado con el Gobierno mexicano para cerrar el episodio de forma pragmática, debería entenderse como un gesto diplomático, pero sí, por el contrario, se tratara de una iniciativa sin una contraprestación ni un marco negociado, el error trascendería lo simbólico y entraría en el terreno del desastre político. Ceder sin presión efectiva abre la puerta a futuras exigencias. El Gobierno de España ha cedido demasiado últimamente: ante Puigdemont, ERC, PNV y la izquierda radical. “Esa dinámica de concesión sistemática, sin obtener nada a cambio -salvo un día más en La Moncloa- genera una percepción de país débil y sin guía, un patrón de abuso que otros Gobiernos -como el mexicano, el marroquí o el estadounidense-pueden ver como una oportunidad para obtener concesiones y privilegios”.
“El País” ha acudido raudo a respaldar a su Gobierno: “Al reconocer la injusticia y el dolor causados a los pueblos originarios mexicanos, España ha dado un paso de trascendencia diplomática y simbólica, que rompe con años de silencio […] Es una señal de madurez en un vínculo que ha estado marcado por la incapacidad los últimos años, pero que empieza a mirar el pasado con serenidad y sin miedo”. El valor de reconocimiento explícito de los agravios es incuestionable. Es un acto que rompe con años de cautela respecto de la herencia colonial y envía una señal de buena voluntad: la Historia compartida entre España y México no solo puede celebrarse en sus evocaciones de amistad, sino que debe también examinarse en sus claroscuros. “Solo así podrá consolidarse una relación madura, capaz de asumir tanto el orgullo como la responsabilidad de un pasado común. El desafío ahora es convertir este reconocimiento en política sostenida. España puede hacer de esta nueva etapa una oportunidad para redefinir su papel en América Latina, alejándose del paternalismo que durante décadas marcaron la relación. Mirar de frente el legado colonial no debilita España: la engrandece”. España debe perseverar en la senda de la autocrítica y la cooperación. Lo que comenzó con una frase puede devenir, si hay coherencia, en una política de Estado. ¡Tachán! Sánchez no podría haberlo dicho mejor.
La Dra Sheinbaum, condescendiente, dio la enhorabuena a Albares por este primer paso, al que deberían seguir muchos otros, por lo que la humillación no ha hecho más que empezar. Roma no paga traidores y Ciudad de México tampoco, por lo que Dña Claudia mostró su agradecimiento al ministro pidiendo su dimisión. Según “El País”, la reacción “serena y positiva” de ésta abre la posibilidad de retomar un diálogo basado en la confianza y no en la exigencia (¿?). México ha respondido con altura de miras y tendido la mano. “Si ambos Gobiernos mantienen ese espíritu, podrán construir una amistad adulta, basada en la memoria compartida y el respeto mutuo. En un mundo dominado por la desmemoria y el ruido, este reconocimiento no es un gesto menor, es una lección política. España y México, unidos por una historia que aún duele, pueden también demostrar que de las sombras del pasado nace la posibilidad de una alianza luminosa. Mirar el dolor y convertirlo en diálogo es el acto más civilizado al que puede aspirar una democracia”. Habló “El País”, punto redondo.
Acción de desagravio
Arias se ha preguntado cómo pudo Cortés dominar un imperio colosal con 740 hombres y tres docenas de caballos. “Es cierto que resultó ser un buen líder, pero pudo llevarlo a cabo porque los aztecas no eran unos bonachones filántropos. Eran una élite férrea, que sometió con brutalidad a las tribus vecinas, a las que obligaba a entregar anualmente miles de personas para ser sacrificadas y posteriormente devoradas. Sí, sí, eran caníbales”.
Llegada la hora del justo desagravio, sugiero que Albares se vista de penitente, ponga ceniza en su cabeza y acuda al Zócalo para hacer ante Sheinbaum -descendiente directa de Moctezuma por la vía lituana-, su Gobierno, AMLO y el Cuerpo Diplomático en pleno, una solemne declaración en los siguientes o similares términos:
“Ustedes perdonen, Señores Caníbales. Les pido humildemente disculpas por haber estropeado sus suculentos banquetes, por haber contribuido a liberar a los pueblosindígenas que ustedes tenían tiranizados a justo título, y por haberles incitado a abandonar la religión verdadera de la idolatría azteca y haberlesinculcado una religión absurda, en la que el único sacrificio humano que ha permitido ha sido la de su fundador, un tal Jesús de Nazaret. Les pido perdón por haber fundado escuelas y universidades, que pervertían a los jóvenes enseñándoles cosas perversas, por haber creado hospitales donde se propagaban las enfermedades y las plagas portadas por España a la Arcadia feliz de Mesamérica, y por haber construido fortalezas e iglesias que estropeaban el idílico paisaje. Les presento, en nombre de una arrepentida España, mis más sinceras excusas por haber dictado leyes que propugnaban la igualdad entre los habitantes de México, cuando nunca puede ser igual un azteca o un descendiente de AMLO, que un tlaxalteca, un gachupín español o un mestizo. Renuncio a Hernán Cortés, a sus pompas y a sus obras, y prometo ser fiel a Huntzilpoctli, Quezatcoatl, Plaloc y Ehecatl“.
Madrid, 13 de noviembre de 2025
*José Antonio Yturriaga, Embajador de España, profesor de derecho diplomático de la UCM y miembro de la Academia Andaluza de la Historia.