“El desconcierto de vivir” es un conjunto de relatos escritor por Juana Vázquez y publicados por Sapere Aude en la colección Relataria. El asombro y desconcierto de vivir es el tema que une a todos ellos como cordón umbilical. La vida misma a través de la ficción, con personajes singulares, que buscan la plenitud de la existencia, lo que se traduce en situaciones de alegría o esperanza, en la búsqueda de los sueños o ansiedades de la existencia.
Entrar en vidas ajenas de la literatura, buena literatura como la de Juana Vázquez, es una forma de aprendizaje.
Juana Vázquez es doctora en Filología, licenciada en Periodismo y catedrática de Literatura. Poeta, ensayista y narradora ha publicado libros con títulos como El Madrid de Carlos III, El costumbrismo español en el siglo XVIII, Zubazagoitia, precursor de la novela social, San Juan de la Cruz, Las costumbres de la Ilustración, o El Madrid cotidiano del siglo XVIII.
Fragmento de un cuento:
“La tienes que contratar, la casa es grande y está sucia como boca de túnel. No esperes más, los gatos guarrean y el espacio todo se ha convertido en una cloaca. Lo que pasa es que los ojos verdes, violetas, ámbar y azules de los mininos la iluminan, pero no lo creas, tienes que contratar a esa señora que con sus cerca de cincuenta años va a la casa de la vecina con un diente de menos, pero sonríe y sonríe y los pantalones casi de pijama que lleva le dan forma de peluche. Óyela: está cantando y suenan la fregona y los platos al meterlos en el lavavajillas.
Ya se va, tengo que salir y bajar con ella, pues debo verla bien, es mamá de casas, las acaricia les lava la cara, las viste sin una arruga en las sábanas, les pone el almohadón como marido para las camas solitarias, les peina la pelusa de los rincones dormidos y acaricia los libros de las estanterías con un plumero, y ellos se hacen jóvenes. Ya la casa es quinceañera y no tiene la cara sepia ni arrugas.
¿Y qué? Mi rincón es acogedor, calentito, las zapatillas se arrastran acariciando el suelo, mis gatos ronronean por las camas, se hacen nido en los sillones; la cocina huele a cáscaras de naranja, de plátano, de manzana; está medio dormida y en las habitaciones los edredones abren la boca y tienen sueño, luego se resbalan y suenan blanditos, y los grifos entonan la melodía del medio abrir, mis libros son libres y se acuestan en baldas, en mesas, en sillas, se visten desafiantes de columnas casi hasta el techo, se abren y te cuentan historias de esas que no terminan. Yo corro desnuda por la casa como mujer primitiva en verano, y en invierno me echo una manta encima, tan calentita como estufa que me arropa.
Un silencio envuelve todas las habitaciones. El brillo no agrede, nada recuerda a los militares ni sus normas, la casa está relajada, no tiene ansiedad, la mesa no se quita pues es multicultural, se quedan haciendo la sobremesa el gazpacho con las judías, los restos de chuletas con las espinas del pescado, los tomates al lado de las medias manzanas, el café a medias...”
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