Porque entre otras cosas, tener que pagar una nueva consulta para que lean el análisis que otros hicieron de tus exámenes…. es un exceso. Con buenos resultados para el paciente, pretender llenarlo de pastillas sofocadoras de síntomas, sin investigar las causas que lo llevaron a su altar, también es un abuso.
En pocos días que llevo de “enferma”, he descubierto que ser observadora de mi sintomatología y conocer unos miligramos de anatomía, parece desarmar a un médico impaciente. Especialmente si en la primera consulta le afirmo no beber, no fumar, comer de forma saludable, poca sal, nada de alcohol, ejercicios moderados y constantes, no tomar medicamentos, no haber sido operada de nada raro, no haber heredado ninguna idiotez enfermiza… Con todas estas negaciones, el hombre de blanco se tomó la cabeza y, contra toda dignidad, desordenó sus cabellos en vías de tornarse grisáceos. Una vez superado su complejo de Shrek, optó por preguntar, como última instancia para captar un adepto, si acaso habré vivido alguna situación que pudiera catalogarse como estresante. Si le hubiera dicho que los tres recientes funerales del trimestre me fueron indiferentes, habría podido terminar en el exilio de su consulta, que hasta ese momento, aún aguantaba el aire venenoso de dos seres respirantes, que no se soportaban desde que uno de ellos demostró estar más sano que enfermo. Porque, aunque parezca exageración, los médicos de hoy parecieran detestar a las personas sanas.
En compasión por su conflicto de intereses, intenté reflexionar para no ser derivada a una interconsulta con el loquero. Pensé para mis adentros (la única forma de pensar que he conocido hasta ahora) que cualquiera con tele en su casa, durante el noticiero y sin gran esfuerzo, logra estresarse completamente con solo dos cápsulas al día.
En algún minuto que no recuerdo, el señor neurólogo dejó al descubierto su falta de actualización y de interés en su trabajo, más el escaso intento de empatía con su víct… digo paciente, que en este caso era yo.
Él todavía parecía tener sueño al recibirme y demostró que no le agradan las mujeres que hubieren aprendido un poco, que sean rebeldes para tomar medicamentos o engreídas como yo, que si se van luego de su oficina, mucho mejor.
¿Se ha hecho exámenes a la tiroides?
No.
Uno podría pensar que dentro del legajo de exámenes solicitados (quizás ganando comisiones por cada uno) estaría el de la famosa glándula… ¡Pero no! Entonces… ¿Tiene real interés en analizarme si no pidió los análisis cercanos que permitan detectar mi eventual mal?
Ahora hablemos de los exámenes que fueron nuevos para mí:
Ser poseída por un HOLTER (monitoreo de presión arterial continuo) es algo así como un enemigo adosado a tu brazo, apretándolo hasta el infinito, además de pellizcarlo por un apriete excesivo y una tardanza desproporcionada en el suelte, que está a la vista por los moretones que me quedaron. Además que en eso de tomarme la presión ya no era inocente ni pura. Esta agresión la sufrí cada tres minutos durante un día entero, es decir, unas ochenta porciones de tortura, si es que no me fallan las matemáticas, dentro de veinticuatro horas seguidas. Si quieren ver que mi presión alta es constante, lo lograrán. Las indicaciones eran que debía seguir haciendo la vida normal, pero relajar el brazo, es decir soltar cualquier cosa que estuviera haciendo cuando sintiera que el monstruo me iba a medir. Bueno, tuve que soltarme del agarre del metro, soltar los platos que estaba lavando, soltar mi compra del supermercado, soltar, soltar y soltar, mientras el aparato me agarraba como un demonio sin querer liberarme, haciéndome doler y enfurecerme. Para qué decir durante la noche con el sueño interrumpido. Hasta quise cortar las manguerillas conductoras. ¡Horrible! Y también me habían preguntado si me lo había hecho antes. La respuesta no sé para qué la usan, ya que ni siquiera te explican lo que sucederá. Es más que predecible que mi presión saldrá muy alta y con %&@ incluidos. Vamos al otro examen:
Simulando mi autopsia con una RESONANCIA MAGNÉTICA, ANGIOGRAFÍA DE ENCÉFALO. Se trata de la introducción de mi bello y frágil cuerpito dentro de una cápsula fría al estilo de Michael Jackson. Tras la pregunta de rigor: “¿Se ha hecho este examen antes?” La paramédica, con un modito insultante de controladora de reos y una actitud algo agresiva me metió unos grandes tapones en las orejas, me inmovilizó la cabeza con unas almohadillas y comenzó a darme órdenes, que lógicamente no escuchaba bien por los tapones y debía repetirme tras cada “¿Ah?” que le regalé: No trague saliva en forma brusca, no respire profundo ni se le ocurra pestañear, no vaya a tiritar, no se mueva y… al verla tan aburrida de lo que hacía, pensé que la siguiente orden sería “no viva”. Pero no, ella no era tan malita. Me decía que si necesitaba algo que activara el botón de pánico metido entre mis deditos inmovilizados. Quise hacer uso inmediato de la cobertura a mis necesidades y desear que se vendiera bien la casa de mi papá, pero cuando me tiró un chal tapándome el ombligo, capté que no iba por ahí la oferta de satisfacer mis necesidades. Mientras esta mujer “con gran interés” me preguntaba si acaso era claustrofóbica, ya me estaba introduciendo al tubo. Una vez dentro algo me pasó y tuve ganas de toser, tragar, gritar, tiritar, vomitar… pero redescubrí que el poder de mi mente estaba en perfecto estado. De pronto comenzaron a sonar como cadenas de una gran ancla bajando al mar, luego, como que alguien quería entrar conmigo y me lo hacía notar con fuertes golpes de gong en la urna. Por unos momentos, en vista de la insistencia de los golpes metálicos tan fuertes como el de los camiones basureros trituradores o más horriblemente fuertes, pensé que el asunto se había descompuesto y de pronto me sentí como los famosos 33 mineros, pero yo era todos ellos juntos, sufriendo en silencio sin saber de mi destino bajo esa profundidad, que me estaba imaginando, con abuso de poder mental, para no desesperarme. Por ejemplo, me vi en el Titanic con Leonardo di Caprio, pero no arriba, sino ya hundidos y medio muertos los dos, porque ni el sonido ni el frio daban para mucho romanticismo. El escándalo dentro de la máquina era espantoso, como una tortura de bullicio y con ello recordé que el tío Einstein me había advertido que el fin de la humanidad sería mediante el exceso de ondas sonoras y me dio algo de susto que estuvieran matando la poca humanidad que me va quedando.
En fin, tuve cincuenta largos minutos para desvariar con fuertes sonidos metálicos de todo tipo y que no eran ni parientes de la música que le gusta a mi marido. Terminando el asunto, con voz suave, sumisa y aturdida, le pregunté a la tipa que para qué quiso saber si era primera vez que me hacía ese examen y me respondió que no era relevante la información. ¿Para qué lo habrá hecho? Medio sicótica la pregunta... Como si un novio te preguntara si es tu primera vez, le dices sí y te viola.
(Primavera torturada en el sistema de salud)