El rostro de las letras

Siempre me imaginé, como aquél diablo cojuelo de Luís Vélez de Guevara, que se introducía por las noches en cada casa para conocer las intimidades de sus moradores, me imaginaba yo entre estos prohombres de las letras; agazapada debajo de una mesa o detrás de una de las rancias cortinas, incluso, colgada de cualquier araña de cristal que pendía del techo. Cuánto hubiera disfrutado de ser testigo directo de aquellas tertulias entre Salvador de Madariaga, Valle Inclán, Gómez de la Serna… Incluso haber husmeado entre las secretas conversaciones de la Pardo Bazán, bragada ella, y don Benito Pérez Galdós.

Todos los cafés literarios han tenido grandes historias. Me vienen a la memoria algunos de estos cafés que tuve la fortuna de conocer como El Ateneo de Buenos Aires, que en su día fue un hermoso teatro, el Teatro Grand Splendid construido en 1919 por Max Glucksman. Tenía cuatro filas de palcos y una platea para 500 personas. Por el teatro desfilaron grandes personalidades del tango como Carlos Gardel, Ignacio Corsini y Roberto Firpo. o, mportantes escritores como Rubén Darío o Rafael Obligado. Hoy, el Ateneo es un flujo de ir y venir de gentes de todo el mundo que hacen del lugar un espacio cosmopolita y elegante donde se mezclan intelectuales, curiosos, turistas y cientos de ciudadanos bonaerenses que leen con fruición y que pueden presumir de ser de los mejores lectores del mundo. Pude leer en un pequeño letrero ubicado en un discreto lugar este curioso texto :”Prohibido el ingreso a los toilettes con libros y/o CDS”

También visité el Café Brasileiro de Montevideo, fundado en 1877 donde Juan Carlos Onetti se sentaba cada tarde a escribir sus versos. Allí, sobre su mesa escribió las primeras palabras de EL POZO, su primera novela. Y allí, en aquella mesa y en la misma silla donde se sentaba me inmortalicé en una fotografía para llevarme la emoción que me produjo conocer el famoso café. de La Brasileira y el rincón de Onetti. Como si de un sagrado lugar se tratara, se conserva tal cual, con ese toque art Nouveau de los artefactos de bronce, las sillas italianas, la misma decoración interior, incluso la fachada donde en un cristal del escaparate puede leerse un pensamiento del poeta. Por este café también pasaron otros famosos literatos como Mario Benedetti, Vilariño y José Enrique Rodó. También Eduardo Galeano escribía y observaba a la gente, firmaba libros y trabajaba durante horas, en ocasiones junto con su editor argentino, Carlos Díaz. Allí se reunieron varias veces a comienzos de 2014 para pulir el original de su último legado donde los lectores encontrarán cerca de 240 piezas entre poemas, microrelatos e historias personales. La Brasileira fue el primer café declarado de interés cultural por la Intendencia de Montevideo.

Cabe imaginar lo que han dado de sí, lo que pueden guardar las paredes y el eco de tantas voces, de tantas personas ilustres que han ido conformando la personalidad de estos singulares cafés. Cafés literarios masculinos, sobre todo.

Y ahora vamos a dar un salto continental para trasladarnos a Porto a una de las más bellas librerías del mundo, la Librería Lello e Irmao. Está situada cerca de la Torre de los Clérigos y es de estilo neo gótico, toda en madera, con una bellísima y elegante escalera central. Allí se puede tomar un café y departir con los dueños. Allí se respira ese aire cosmopolita e intelectual Por este café han pasado, cómo no, importantes literatos de todas las nacionalidades. El español Enrique Vila Matas lo visitó en numerosas ocasiones y escribió .sobre la belleza de este reconocido café en el periódico británico The Guardian.

En España también tenemos algunos importantes y afamados cafés como el Novelty de Salamanca donde iba a diario Torrente Ballester, y cómo no citar al legendario Café Gijón de Madrid por donde han pasado diferentes generaciones de escritores como Lorca, Gerardo Diego, Benito Pérez Galdós o Valle Inclán. También Paco Umbral o Camilo José Cela entre otros.. En sus salones estuvieron sentados Franco, Santiago Carrillo y Saddam Husseim. Hasta Dali, pasó por allí brevemente.

El Gijón sigue manteniendo esa magia antañona, esa elegancia de otros tiempos que parece que nada haya cambiado porque siguen los encuentros, siguen las tertulias, siguen las conversaciones más o menos encendidas, porque aunque cambien las épocas, la sociedad sigue teniendo los mismos problemas y los temas a debatir son intemporales. Nada cambia.

Hay muchos, muchísimos cafés por el mundo, afamados todos ellos, y que sería imposible citar aquí, pero en todos se ha sucedido la misma liturgia, las mismas costumbres; por donde han pasado hombres y mujeres que han creado y defendido la pasión por la literatura, por la música, por la filosofía, por el ARTE, con mayúsculas. Por eso, estos sagrados recintos tienen una fuerza infinita porque nos muestran “El rostro de las letras”, porque nos retrotraen mucho más allá del tiempo, porque hacen que nos sintamos protagonistas, o al menos, parte de los instantes vividos por aquellos hombres que contribuyeron a dar prestigio y honor a todos ellos.

Concha Pelayo es Escritora y Miembro de AECA y FEPET.