El viaje de Azorín a La Mancha

Fue en los comienzos del mes de marzo de 1905 cuando se publicó en El Imparcial, el diario madrileño que dirigía José Ortega Munilla, el primero de los artículos que más tarde formarían el libro La ruta de Don Quijote. Corría el año del tercer centenario de la edición príncipe del Ingenioso Hidalgo y José Ortega Munilla quería destacar el acontecimiento como realmente merecía, por lo que comunicó a José Martínez Ruiz su deseo de que escribiera una serie de crónicas sobre La Mancha. "Bueno, ya lo sabe usted. Va primero, naturalmente, a Argamasilla de Alba. De Argamasilla de Alba, creo yo que se debe usted alargar a las lagunas de Ruidera. Y como la cueva de Montesinos está cerca, baja usted a la cueva. ¿No se atreverá usted?"

Como es sabido, aquella fue una época especialmente decisiva en la vida de Azorín. Habían transcurrido nueve años desde su llegada a Madrid y el escritor se hallaba plenamente integrado en las inquietudes y el espíritu revisionista de los autores de la generación del noventa y ocho. El año anterior había publicado su libro Las confesiones de un pequeño filósofo, todavía bajo la firma de José Martínez Ruiz, y se había lanzado a su pasión viajera por los pueblos de España. "Siente deseos", escribió su biógrafo Santiago Riopèrez y Milá, "de acercarse a la entraña verdadera y palpitante de España, descubrirla en su esencia y no en los libros finiseculares que habían deformado su imagen, por error o por prejuicio".

Por cierto que en aquel mismo año de 1905 otros escritores de aquella generación también se ocuparon del gran acontecimiento cervantino. Miguel de Unamuno publicó su Vida de don Quijote y Sancho; Navarro Ledesma El ingenioso hidalgo Miguel de Cervantes Saavedra, y Ramiro de Maeztu Don Quijote y el amor. Fue un momento de búsqueda de la identidad española, de profunda reflexión por parte de aquel grupo de autores a los que hemos de agregar nombres como los de Joaquín Costa, Macías Picabea y Antonio Machado. Azorín percibe y se duele del atraso español: "En regiones como Castilla, como La Mancha, sin agua, sin caminos, sin árboles, sin periódicos, sin casas confortables, ¿cómo va a entrar el espíritu moderno?"

Es éste de La ruta de Don Quijote, insisto, un libro especialmente significativo en la biografía y la bibliografía de Azorín. No hacía mucho que el escritor de Monóvar había fundamentado su preceptiva: "poner una cosa después de la otra, y no mirar a los lados; no entretenerse; si un sustantivo necesita de un adjetivo, no le carguemos con dos; el mayor enemigo del estilo es la lentitud; nuestra mayor amiga es la elipsis; dos cualidades esenciales tienen los vocablos: color y movimiento; no generalicemos; no concluyamos".

Con este espíritu renovador de la prosa castellana, con estas convicciones estilísticas llegó Azorín a los pueblos y paisajes de La Mancha y comenzó a caminar por los mismos lugares que tres siglos antes lo hicieran Don Quijote y Sancho llevados cordialmente por la pluma y el ingenio de Cervantes. Y es bueno recordarlo de nuevo en esta conmemoración del IV centenario de la publicación de la segunda parte de una novela que de manera tan fidedigna y profunda recoge las esencias del alma española.