Cristo ha resucitado (y III)

Si quería sentir el cariño y el amor por aquellas nuevas criaturas tenía que dotarlas de libertad, la libertad que él mismo tenía desde siempre, que ellos fueran como Él, que fueran sus hijos, sus otros hijos, sus hijos pequeños, hermanos de su único Hijo, el hijo Unigénito, semejanza de Él.

Lo arriesgó todo. Y nos diseñó.

Pero claro, fallamos. El Edén era tibio como la primavera, paseaban desnudos cogidos de la mano sin voluptuosidad, no sabían lo que eran sus cuerpos, no sentían dolor, ni enfermedad, ni hambre, ni sed, no tenían que trabajar ni estudiar. No sabían lo que era la pena ni la tristeza.

Les prohibió solo comer la fruta de aquel árbol.

¿Por qué?, para probar el dominio sobre su libertad. Para ver quizá si eran como Él los había ideado.

Pero no había pasado un solo amanecer cuando ella se acercó a la fruta, la cogió, la probó y se la ofreció a él que sin apenas pensarlo  -  los hombres no pensamos cuando una mujer nos ofrece algo apetecible -, la cogió y la probó.

El cielo se oscureció entonces tanto como en el instante inmediato y posterior a la muerte de Cristo en la cruz.

Después, claro, él le echó la culpa a ella y ella a la pobre serpiente.

Es muy triste recordar lo que todos sabemos que: “EL QUE LA HACE LA PAGA”.

Sopló un viento impetuoso, los árboles del Jardín del Edén se doblaban y entró un frío tremebundo y algo mucho peor, ya no veían a Dios.

Así al comprobar de nuevo que nadie era como Él ni podría serlo, que no podía crear otros pequeños dioses tan libres y dominadores de su libertad hasta el extremo tal como Él lo era. Al comprobar cuan miserables eran, cuan menesterosos, como yacían tiritando, como enfermaban, agonizaban y morían. Para arreglar lo inarreglable, el estropicio, quizá confuso y entristecido, decidió hacer algo inaudito para evitar el final, la muerte eterna de aquellos engendros.

Y fue así como la Virgen María dio carne humana al Hijo de Dios, a su propio hijo, al Hijo perfecto, el muy amado, el predilecto, omnipotente y dominador total de su libertad.

Y lo hizo morir para que nosotros viviéramos al final en otro Edén cuyo nombre cambió por el de Paraíso.

Allí el Hijo resucitado por el Padre nos espera enlazados en ese amor enorme que se tienen, en ese amor eterno, desde siempre e ilimitado que se llama y se sigue llamando el Espíritu Santo.

(*) German Ubillos Orsolich

Nació en Madrid y es Premio Nacional de Teatro. Premio Guipúzcoa de Teatro, Premio Provincia de Valladolid de Teatro, Premio Julio Camba de Periodismo, Premio “Correo Español – Pueblo Vasco” de Periodismo, Premio Ciudad de Zamora de Periodismo, Finalista Premio Nadal de Novela, Guionista de Televisión Española Espacios Dramáticos. Es autor de varias novelas entre ellas: “Largo Retorno” (Con filme de Pedro Lazaga y música de Antón García Abril) “Proyecto Amenazante”, “Cambio Climático”. “Cambio Climático – Los Supervivientes”, “Cambio Climático – El Retorno” (Trilogía),(Ed. Entrelíneas Editores), El viajero de sí mismo”, “Malín”, “La Peste Negra – Vida más allá de las estrellas”, “La calle de los Amores” (biografía), “El hielo de la Luna”, “Los desiertos de Marte”, “La calle de los amores “(Memorias).- Ed. Belgeuse, “ Más allá del Purgatorio (Novela), Ed Belgeuse , “La Infancia Mágica “ (Biografía).- Ed. Belgeuse Es autor teatral y algunas de sus obras son: “La Tienda” (Ed. Escélicer)- Premio Nacional de Teatro, “El llanto de Ulises” (Ed. Escélicer)- Premio Guipúzcoa, “El Cometa Azul”, “Gente de Quirófano” (Ed. La Avispa) Premio Provincia de Valladolid, “Los globos de Abril” (Ed. Escélicer)