Aparece como aprendiz del cretense en 1603. Posteriormente, en 1606, todavía se encuentra en la ciudad y será a partir de esa fecha cuando realice su viaje a Italia, fundamental para el desarrollo de su estilo artístico. Estuvo en este país, en Roma y Milán, durante un tiempo, junto a Ribera( pintor conocido en Italia como el “Spagnoletto), donde conoció de forma directa la obra de Caravaggio. Ambos introdujeron el naturalismo en España. Vemos a Tristán de nuevo en Toledo en 1613. Cabe destacar su profunda amistad con el hijo del Greco, Jorge Manuel Theotocópuli, con el que colabora en algunas obras, como el túmulo levantado en 1621 a la muerte de Felipe III.
El estudio de las composiciones venecianas también es apreciable en su pintura, pero, sin duda, la más clara influencia viene determinada por las obras de Juan Bautista Maíno quien pintó bastante en Toledo, destacando su gran Retablo de las Cuatro Pascuas de la iglesia de San Pedro Mártir, novedosa plasmación del naturalismo romano avivado con un suntuoso colorido
Luis Tristán posee un tono personal con intenso colorido luminoso de proporciones alargadas, en las que pervive algo del peculiar sentido de su maestro Doménikos Theotokópoulos y de un inmenso naturalismo, con mucha luz contrastada donde se percibe la influencia tenebrista de Caravaggio que trajo Tristán a España vía Toledo Fue amigo de Pedro Orrente, pintor barroco español, natural de Murcia pero formado en Toledo, y de Angelo Nardi, pintor italiano que realizó buena parte de su obra en España. Con ambos tiene puntos pictóricos de contacto.
Tristán trabajó toda su vida en “la ciudad del Tajo”, donde practicó el estilo personal aprendido de El Greco, aunque con un mayor control a la hora de estilizar esas figuras melancólicas que caracterizan la obra del maestro, en un intento por matizar el manierismo, ya pasado de moda con el enfoque naturalista que provenía de la península italiana y los ecos de la Contrarreforma.
Enclavado en este estilo manierista, impregnado con su enfoque naturalista, plasmó en el retablo de la iglesia de Yepes toda su categoría pictórica, blasonando a esta localidad para siempre, donde sus pinceles dejan las huellas de lo mejor de su obra. Observamos allí, entre otros aspectos relevantes, su naturalismo creciente que se evidencia en el fuerte individualismo de los rostros.
En las incautaciones que se hicieron durante la Guerra Civil española, se desprendieron los lienzos del retablo , entre 1937-39, trasladándolos al Museo del Prado, devolviéndose a la iglesia posteriormente en 1942, quedándose allí dos de las figuras de santas: Santa Mónica y Santa Magdalena, obras que jamás volverían a Yepes. El conjunto de estas medias figuras de santos y santas son también de lo mejor que pintó.
“El 23 de julio de 1936, cinco días después del inicio de la guerra, la Dirección General de Bellas Artes crea en Madrid la Junta de Incautación y Protección del Tesoro Artístico; su labor se centró en la salvaguarda del patrimonio artístico, bibliográfico y documental de los riesgos inherentes a la guerra”. Ésta intervino en Yepes trasladando las pinturas de Tristán al Museo del Prado.
Pinta Tristán a Santa Mönica—el cuadro que nos ocupa— como una anciana de rostro surcado de arrugas profundas, resecas, y una barbilla algo masculinizada, reflejando un gran realismo y naturalismo, con cierta crudeza. Sus manos entrelazadas, con las tocas de un blanco sucio y arrugado, reflejan un naturalismo exacerbado donde de percibe la influencia de Caravaggio, unido a una profunda espiritualidad que parece agitar el rostro de la Santa en oración.
Nos la presenta en oración, cubierta su cabeza con un doble manto, con pliegues gruesos y con ondulado volumen, que enmarcan un rostro anguloso, piel cuarteada por el tiempo y el sacrificio. Sus ojos, sus labios entreabiertos y su fija mirada nos descubren esa tensión interior que nos sumerge en un profundo realismo y que complementan las manos grandes, cruzadas, en donde venas y uñas son tratadas con gran precisión. Todo ello, le aleja ya de El Greco, el maestro, lo que nos indica que un nuevo sentir se abre en la pintura española de este momento.
Se trata de un retrato con componentes psicológicos que Luis Tristán capta a la perfección. Pinta a Santa Mónica con trazo firme e iluminación contrastada para acentuar su calidad escultórica.
El pintor plasma este retrato con un alto grado de realismo que utiliza para esta imagen de devoción. Como retratista, diríamos que Tristán es más humano, más realista que su maestro El Greco, algo más abstracto, más idealista.
Por último señalar que algunos autores han observado entre las obras de Velázquez y Tristán, una semejanza en la tonalidad y los modelos, viéndose conexiones formales en la Magdalena (Tristán) ]y La vieja friendo huevos (Velázquez), así como en la Santa Mónica (Tristán) y la Madre Sor Jerónima, (Velázquez),entre otras.