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La doctora Lola F. F. Bursón
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La doctora Lola F. F. Bursón

Las hormonas femeninas y su impacto en la salud musculoesquelética: lo que toda mujer debería saber

  • Los cambios hormonales a lo largo de la vida pueden duplicar el riesgo de lesiones articulares y musculares, pero la prevención es posible
  • Por Gabriel L. Goold - desde Alicante

jueves 04 de diciembre de 2025, 22:06h
Las hormonas femeninas y su impacto en la salud musculoesquelética: lo que toda mujer debería saber

04DIC25 – ALICANTE.- El dolor articular en las mujeres no es simplemente una cuestión de envejecimiento o "achaques normales". Detrás de esas molestias en las rodillas, la rigidez matutina o la inflamación persistente existe una realidad biomédica poco conocida: las fluctuaciones hormonales que experimentan las mujeres durante toda su vida tienen un impacto directo y medible sobre el sistema musculoesquelético.

Desde la primera menstruación hasta la menopausia, pasando por el embarazo y el posparto, los estrógenos y otras hormonas no solo regulan la capacidad reproductiva, sino que actúan como moduladores cruciales de la salud articular, ósea y muscular. Cuando estos niveles cambian —ya sea de forma cíclica o permanente— las consecuencias pueden manifestarse en forma de dolor, rigidez, lesiones e incluso enfermedades reumáticas que permanecían latentes.

Un problema más común de lo que parece

Las cifras son reveladoras: hasta un 70% de las mujeres en menopausia experimenta dolor articular, y aproximadamente el 31% desarrolla artrosis posmenopáusica. Estos datos, que provienen de estudios reumatológicos recientes, evidencian que estamos ante un fenómeno de salud pública que afecta a millones de mujeres, pero que frecuentemente se minimiza o se atribuye erróneamente solo al paso del tiempo.

La doctora Lola F. F. Bursón, especialista en reumatología, insiste en que estos síntomas no deben normalizarse: "Cuando el dolor articular o muscular alcanza una intensidad que interfiere con la vida diaria, limita la actividad física o se acompaña de inflamación, es necesario consultar con un especialista". La clave está en distinguir entre las molestias ocasionales y aquellas señales de alarma que pueden indicar el desarrollo de una enfermedad reumática.

Cada etapa, un desafío diferente

Durante el ciclo menstrual, las variaciones hormonales no son inocuas. La ovulación incrementa el riesgo de lesiones en ligamentos y tendones, mientras que en la fase premenstrual y durante la menstruación se reduce la coordinación motora y aumenta la percepción del dolor. Esto explica por qué algunas mujeres deportistas notan mayor propensión a lesionarse en determinados momentos del mes.

El embarazo y la lactancia suponen otro capítulo aparte. La laxitud ligamentosa —necesaria para el parto— aumenta el riesgo de tendinitis en hombros, codos y muñecas, especialmente por las posturas mantenidas durante la crianza. Además, la caída de estrógenos y la producción de leche materna provocan una pérdida temporal de masa ósea que, aunque reversible con ejercicio posterior, requiere atención.

Pero es en la perimenopausia y la menopausia donde el impacto se vuelve más evidente y duradero. La reducción progresiva de estrógenos acelera la pérdida de masa ósea (osteoporosis), aumenta el riesgo de desarrollar artrosis y puede agravar enfermedades inflamatorias como la artritis reumatoide. Los estrógenos tienen un efecto protector sobre el cartílago articular y el hueso, por lo que su descenso deja a las articulaciones más vulnerables al desgaste y la inflamación.

Señales de alarma que no deben ignorarse

Los especialistas coinciden en que hay síntomas que requieren valoración médica urgente:

  • Dolor articular que persiste más de un mes, especialmente si empeora en la madrugada

  • Rigidez matutina que dura más de 30 minutos

  • Inflamación persistente o repetitiva de alguna articulación

  • Empeoramiento súbito de una enfermedad reumática previamente estable

  • Debilidad musculoesquelética que afecta a la movilidad diaria

Estos signos pueden indicar el despertar de enfermedades autoinmunes como el lupus eritematoso sistémico, la artritis reumatoide o el síndrome antifosfolípido, todas ellas más frecuentes en mujeres y relacionadas con los cambios hormonales.

La prevención está en nuestras manos

Aunque la genética y la biología juegan su papel, existe un amplio margen de acción para prevenir o minimizar estos problemas. El ejercicio físico emerge como la herramienta más potente. No se trata de cualquier actividad: la evidencia científica apunta a la necesidad de combinar entrenamiento de fuerza con impacto moderado-alto (para estimular la formación ósea), ejercicios de equilibrio (para prevenir caídas) y actividad aeróbica cardiovascular.

La alimentación es el segundo pilar fundamental. La dieta mediterránea, rica en ácidos grasos omega-3, antioxidantes y fibra, ha demostrado reducir la inflamación sistémica, lo que se traduce en una mejora de los síntomas articulares. Alimentos como el aceite de oliva virgen extra, los frutos secos, el pescado azul, las verduras de hoja verde y las legumbres deberían ser la base de la alimentación diaria.

En cuanto a los suplementos, si bien el calcio y la vitamina D son los más conocidos para la salud ósea, su prescripción debe individualizarse según las necesidades de cada mujer. En algunos casos, la terapia hormonal sustitutiva puede ser una opción para paliar los efectos de la menopausia, aunque siempre debe valorarse el balance riesgo-beneficio con el médico.

Un enfoque integral para todas las edades

La medicina moderna ha comprendido que la salud de la mujer requiere un abordaje específico que tenga en cuenta las particularidades hormonales. Esto implica no solo tratar los síntomas cuando aparecen, sino anticiparse a ellos mediante la prevención.

Para las mujeres jóvenes, esto significa entender cómo el ciclo menstrual afecta al rendimiento deportivo y adaptar los entrenamientos en consecuencia. Para las embarazadas y puerperas, supone mantener la actividad física adaptada y cuidar la postura durante la lactancia. Y para las mujeres en la perimenopausia y menopausia, implica intensificar el ejercicio de fuerza, vigilar la densidad ósea y no subestimar el dolor articular.

Conclusión: romper con el silencio y la resignación

Durante demasiado tiempo, el dolor articular femenino se ha silenciado bajo la etiqueta de "molestias normales de la edad" o "cosas de mujeres". Esta normalización ha impedido que millones de mujeres reciban diagnósticos tempranos y tratamientos adecuados para enfermedades que, detectadas a tiempo, pueden controlarse eficazmente.

La evidencia científica es clara: los cambios hormonales tienen consecuencias reales y mensurables sobre el sistema musculoesquelético, pero no son un destino inevitable. La combinación de ejercicio físico regular, alimentación antiinflamatoria, vigilancia médica y, cuando sea necesario, tratamiento farmacológico, puede marcar la diferencia entre una vida limitada por el dolor y una vejez activa y saludable.

El mensaje es esperanzador: conocer cómo funcionan nuestras hormonas y su impacto en las articulaciones nos empodera para tomar decisiones informadas sobre nuestra salud. No se trata de medicalizar cada etapa de la vida femenina, sino de escuchar al cuerpo, actuar con prevención y consultar sin demora cuando los síntomas lo requieran. La calidad de vida en la madurez se construye con las decisiones que tomamos hoy.

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