Los personajes que nos acompañaban se funden en un mosaico para este autor octogenario.
Es un hotel que linda con los extensos pinares y los prados de altura que alivian cada año la llegada de la canícula.
Esta tarde, precisamente, el Aemet registra la entrada de polvo sahariano y advierte de una inquietante ola d calor que puede durar muy bien un par de semanas.
Pasados los ochenta años todo se hace como en un sueño, no sabes bien cuanto has de durar sobre todo en este planeta azul y menos aún donde has de ir a parar antes o después.
Mi mujer es muy buena, es una santa, y mi hija excelente persona. Ambas perdonan mis imperfecciones y muestran las virtudes que yo no poseo, y que el Señor ha tenido a bien regalármelas durante tanto y tantos años.
Aquí mi hija estuvo a punto d ahogarse con un trozo d manzana alojada en su laringe, pero mi esposa con toda su pericia y serenidad volviéndola al revés, colgándola por los pies consiguió que la expulsarla. Años o meses después también consiguió desatascar otro pedazo de alimento atascado en mi garganta, así que de entrada podemos decir que tanto mi hija como yo sobrevivimos gracias a la pericia, el amor y la atención de mi mujer.
Aquí, desde la terraza del hotel done escribo van y vienen a mi memoria imágenes y recuerdos d mi vida pasada.
Me han dejado escribiendo mientras ellas pasean cien o doscientos metros más arriba, entre los pinos más altos y mayestáticos del Sistema Central, los pinos del tipo Valsaín de una altura semejante al de una casa de cinco pisos.
Me entra cierta melancolía y pienso que corrompido y descompuesto mi cuerpo un día solo quedará el recuerdo del hacedor del universo anterior al Big-Bang, y que ese ánima o alma por el que los egipcios, asirios, caldeos, babilonios, romanos, visigodos, bárbaros y cristianos, construyeron pirámides, hipogeos, mastabas o catedrales no solo en su recuerdo, sino también provisiones varias en el convencimiento de que no todo se termina aquí.