Relatos que evocan la imaginación y fantasía que sugiere una estancia en lo alto de una casa que se llama “el alto” en la Rioja, el sobrado, la buhardilla, el trastero alto y que guarda cosas que nunca se tiraron , porque se estimaron de algún valor, pero se arrumbaron, muchas veces en una estancia de olvidos, descubrimientos y recuerdos para pequeños y mayores.
Autodidacta, atenta a las letras de la lectura y la escritura, Isabel Hernández Gil (Villanueva del Puente, Zamora, 1954), ha agrupado sus recuerdos, vivencias, emociones y sensaciones en las historia cortas que acoge el libro como ramillete de narraciones, que invitan, tanto a disfrutar su lectura como a evocar y crear las propias en una analogía paralela.
Cuentos, relatos… la vieja dicotomía entre unos y otros, que no es más que una equivalencia semántica a gusto del consumidor. Casi medio centenar de narraciones breves que la autor ha querido escribir para sujetar la memoria, como una Sherezade de bolsillo. “A esas pequeñas cosas que colorean la vida”, dice su dedicatoria inicial.
Una vuelta a la infancia, esa patria inicial, firme y segura contra o frente al presente y el futuro. Cuentos para “cuando el calor, el viento, el frío y la lluvia nos meren en casa. Tiempo de cuentos para los que todavía no hemos perdido ese lado infantil de cuando éramos niños y que a todos nos gusta recordar ahora, ahora que realmente ya no volveremos a serlo”, escribe la autora en la introducción al libro.
Cuentos con sabor al pasado, a otro tiempo que cimentó el presente, a recuerdos rurales que quedaron flotando en el aire, cuando la escritora viajó a Madrid, para continuar su vida en un también ciudadano, lejos de la existencia rural, pero con la llamada telúrica al origen. Cuentos con vocabulario rústico, obsoleto o antiguo, que invitan a saborear esas palabras que enriquecen la lengua castellana. Escenas de madres y abuelas con sus labores culinarias o textiles…
Vale la pena leer Cuentos del Sobrau.