Por eso, al arribar a Coria, quise saber, inmediatamente, quién era aquél bobo tan mentado y así descubrí todo lo que había que saber del susodicho. Al parecer, a decir de algunos, su nombre era Juan Calabazas o Juan Calabacillas, aunque la versión más creíble dice que el verdadero nombre del Bobo de Coria era Juan Martín.
El “Bobo de Coria” era un discapacitado mental y físico, (un “cretino”, como se le denominaba en aquellos tiempos), pero tan simpático y atinado que formó parte del séquito del Duque de Alba, que por su título de Marqués de Coria, era señor de aquella población. Y tanto agradó a Felipe IV, que tuvo que cedérselo el Duque entrando a formar parte de la Casa Real y de la servidumbre. El Bobo, no tanto, recababa información, chascarrillos de unos y de otros, teniendo informado al Duque de lo que se decía de él, sabiendo así quiénes eran sus fieles o sus traidores. Una bonita historia que cualquier cauriense se complace en referir.
Coria es una de las principales poblaciones de la Alta Extremadura. Se sitúa a la derecha del río Alagón el que ha propiciado importantes asentamientos humanos, desde el Paleolítico. Río vigoroso por el que, hoy, se pueden escrutar sus orillas en frágiles canoas, salvando benévolos rápidos que hacen las delicias de quienes se atreven a dejarse llevar por sus aguas.
Su recinto amurallado, construido entre los siglos IV y V, constituye uno de los monumentos más destacados de Coria. Sus puertas, la de la Guía y la de San Pedro, conservan todavía parámetros romanos.
Destaca, cómo no, el palacio del Duque de Alba, en el que se puede contemplar un mirador renacentista formando una elegante columnata jónica con balaustrada. El Palacio Episcopal, del siglo XVII, la Cárcel Real o la Iglesia de Santiago, ambas del XVII y un gran elenco de nobles edificios que conforman el singular patrimonio artístico de Coria. El Hotel Palacio de Coria, precisamente, está construido, sobre el antiguo Palacio Episcopal. Situado junto a la Catedral, conforman, ambos, una bellísima y recoleta plaza que se abre hacia el río Alagón y al interior del casco antiguo. Desde este lugar se contempla una diáfana y espectacular panorámica que se prolonga en el horizonte.
A Coria se llega por innumerables razones pero, tal vez, lo más celebrado sean sus fiestas, sus costumbres, su forma de vivir las celebraciones, como, por ejemplo, los encierros, “encerrar al toro”. Esta tradición, aunque sus orígenes se remontan a época de los vetones, hay que datarla cuando el Duque de Alba compra el condado de Coria al clavero de la orden de Alcántara allá por el siglo XV. Es a partir de ese momento cuando la casa de Alba regala un toro para que sea corrido y toreado por los mozos del pueblo.
En la actualidad, el día del Corpus, la corporación municipal nombra a un Abanderado, quién lanza el primer cohete señalando que comienza la fiesta.
A partir de ese momento, Coria entera ya está preparada para vivir sus jornadas más emocionantes.
El día 23, el Abanderado prende fuego al “capazo” y comienza el ritual de fuego y toro que culmina cuando el toro irrumpe, acompañado de las vacas, en la plaza, llenando de tensión al respetable que abarrota los lugares del barrio viejo, por donde pasará la manada. Llaman la atención del visitante, los enormes portones que se encuentra en estas calles, y que se cierran al efecto.
Coria tiene una gran tradición taurina. Su tierra, donde abundan las dehesas, como en toda Extremadura, presume de criar los toros más famosos del mundo como los “vitorinos” a los que deben su nombre a don Victorino Martín, hombre afable y sencillo, a decir de quiénes bien le conocieron en vida. Cuentan que solía mostrar a quien se lo solicitara, su museo privado. Allí, entre miles de trofeos y galardones de todo el mundo, se puede ver, disecado, al toro " Belador", el único toro indultado en la Plaza de las Ventas de Madrid, lidiado por Ortega Cano, en la feria de San Isidro de 1982. El toro, un ejemplar bello, como es este animal ibérico, al que muchos, sólo le sitúan en el campo, siempre fuera de las plazas. Pero ya se sabe que el mundo del toro es controvertido y cuestionado.
Precisamente, durante el descenso en piragua por el río Alagón, la casualidad hizo que compartiéramos la misma embarcación, para tres ocupantes, con un veterano torero, Pedro Giraldo, ya retirado del mundo de los toros. Nuestra piragua volcó al pasar por uno de los rápidos. Fueron, apenas, unos momentos los que pasamos dentro de las aguas del Alagón con la embarcación sobre nuestras cabezas. Al salir a la superficie, el torero confesó que había pasado más miedo que delante de todos los toros que había toreado en las plazas.
Al margen de las tradiciones taurinas, Coria también cuenta con una actividad cultural notable donde no faltan los conciertos y representaciones a lo largo de todo el año, de la mano de los artistas más renombrados. Sus museos, como el catedralicio, albergan numerosos tesoros como es el famoso mantel de la Última Cena o la colección de frescos de la escuela de Rubens.
Otros aspectos a señalar son su rica gastronomía, sus postres, sus excelentes quesos y los vinos, que hacen las delicias de la buena mesa.
Sin duda, Coria es un lugar que hay que conocer para descubrir su historia, su cultura y sus curiosas tradiciones. Y al margen de todo ello, Coria también es un ejemplo a seguir, ya que, al contrario de lo que ocurre en otras localidades españolas, que ven disminuir su población, según un estudio de “La Caixa”, la provincia de Cáceres crece en estos últimos años, siendo Coria, entre otras importantes poblaciones cacereñas, la que lo ha hecho en un 8,6 por ciento, por mor de haber sabido potenciar sus recursos y transformar sus costumbres para adaptarlas a los tiempos modernos.
(*) Concha Pelayo es escritora y gestora cultural - Miembro de AICA, FEPET y ARHOE - https://voydetapas.blogspot.com.es/