El Legado... (Nº 7)

Pero eso fue antes de romperse la pierna, cuando cayó por el barranco y todos presagiaron lo peor.

Logró sobrevivir. Gracias al grupo, es cierto, que lo llevaban a todas partes en una especie de andas de madera y ramas, turnándose para repartir el enorme esfuerzo, a cualquier lugar donde se desplazasen.

A muchos los había visto nacer, los había amonestado, o animado, o disuadido de cualquier locura. Por él sabían que había otros mundos que nunca habían visto, otros clanes que hablaban otras lenguas y tenían costumbres distintas. Gracias a sus cuentos sabían con cuáles convenía reunirse en busca de intercambio de pieles, o para conveniar parejas, o para recabar en cazaderos lejanos y difíciles.

También había visto despedirse en la sombra de la muerte a tantos de ellos. El viejo sabía dónde estaban los clanes que fabricaban las hachas y puñales del mejor sílex, de la mejor andesita o del mejor basalto y planeaba las marchas de los suyos y las negociaciones para cambiarlos por pieles, por ámbar, por marfiles tallados.

Interpretaba las sequías y los temporales, los tiempos de hartura y los de premura. Los días de luto y los de fiesta. Así se preparaban con previsión para cada momento. En solitario soñaba los nombres de los recién nacidos.

Era la voz de la evocación y también la palabra que apuntaba al futuro.

Tenía por costumbre cerrar los ojos y recordar. A veces le resultaba difícil acordarse de las palabras y los hechos antiguos, de los de antes de nacer él mismo, que había oído de sus mayores al calor de la hoguera cuando aún era un niño.

Del sueño y de la memoria extraía una gran parte de su gran sabiduría. La experiencia le daba la otra parte de su enorme conocimiento, porque había visto muchas cosas a lo largo de su vida.

Decía que en el sueño le hablaban los antiguos para acompañarle y guiarle en la zozobra y le hablaban los espectros por venir a la vida para que les preparara el camino y les facilitara la llegada.

Pero ahora sabía que se le acababa el tiempo.

Eligió al más despierto de los chicos del clan para recitarle cuanto era necesario antes de perder el último aliento, pues se sentía débil, pero el muchacho era demasiado preguntón y le desesperaba.

¿Por qué no podía cortarse un árbol si no se plantaban dos a cambio? ¿por qué debían cuidar los nidos de los pájaros aunque no viviera nadie en ellos? ¿por qué no debían matar búfalos sanos y vigorosos ni crías y sólo conformarse con los tullidos o los más viejos? ¿por qué no debían quemar las rozas cuando hacía más calor? ¿por qué no había que acumular comidas en silos para la escasez?

¿por qué pedir perdón antes de matar a un animal? ¿por qué adoptar a sus cachorros cuando se abatía a una hembra? ¿por qué todo el poblado era padre de cada niño ¿Por qué, por qué, por qué?

¿Cómo hacerle ver que somos los guardianes del pasado para conservar el planeta y dárselo en legado a los hombres del futuro? ¿cómo que no somos los amos de la tierra, sino unos huéspedes más de su acogedor regalo? ¿Cómo decirle que cada decisión debe considerar las necesidades de los que nos sucederán? ¿Cómo decirle que, igual que nuestros abuelos, debemos ser buenos antepasados de nuestros biznietos y que somos un puente por donde cruza el tiempo y la promesa?