05SEP25 – MADRID.- No obstante, aprender a gestionar estos estados no sólo es posible, sino necesario para mantener la salud mental y física. Lugares de acompañamiento y reflexión como Espacio Vividoras recuerdan la importancia de parar, observar y reconectar con uno mismo. Y es que, detrás del estrés, encontramos al gran protagonista: el cortisol, la hormona que, cuando se mantiene alta durante demasiado tiempo, puede afectar a nuestro bienestar.
Por eso, una de las claves es saber cómo gestionar el cortisol alto y, en consecuencia, reducir esa sensación de tensión constante.
Cuando pensamos en ansiedad y estrés, solemos imaginarlos como algo abstracto, pero en realidad tienen un efecto muy real en nuestro organismo. El cuerpo se prepara para responder ante lo que interpreta como una amenaza, liberando cortisol y adrenalina. Esto está bien a corto plazo, pero cuando se convierte en algo crónico, aparecen problemas:
Insomnio o dificultad para descansar profundamente.
Dolor muscular, especialmente en cuello y espalda.
Alteraciones digestivas, como acidez o colon irritable.
Irritabilidad, falta de concentración y sensación de cansancio continuo.
Muchas veces pensamos que necesitamos cambios radicales para mejorar nuestra vida, cuando en realidad lo que marca la diferencia son los pequeños hábitos del día a día.
Tomar conciencia de nuestra respiración, cuidar lo que comemos o aprender a decir “no” son pasos sencillos que tienen un gran impacto. La clave está en la constancia. No se trata de hacer algo perfecto, sino de integrar acciones que, poco a poco, transformen nuestra manera de enfrentar el día.
La respiración es un recurso que siempre llevamos con nosotros y que puede convertirse en un ancla en medio de la tormenta. Cuando respiramos de manera consciente, el cuerpo recibe la señal de que puede relajarse.
Un ejercicio sencillo:
Coloca una mano en el abdomen y otra en el pecho.
Inspira profundamente por la nariz durante 4 segundos.
Mantén el aire durante 2 segundos.
Exhala lentamente por la boca en 6 segundos.
Repite este ciclo al menos 5 veces.
En apenas unos minutos, notarás cómo tu mente se serena y tu cuerpo se siente más ligero.
El deporte es un aliado poderoso contra la ansiedad, pero no se trata de convertirnos en atletas. Actividades como caminar, bailar, practicar yoga o incluso estirarse al levantarse activan la circulación y reducen los niveles de cortisol.
Además, el movimiento consciente nos ayuda a reconectar con nuestro cuerpo y salir de la mente, ese lugar donde muchas veces se multiplican las preocupaciones.
Lo que comemos influye directamente en cómo nos sentimos. Un exceso de café, azúcar o ultraprocesados puede disparar la ansiedad. En cambio, una dieta rica en frutas, verduras, proteínas magras y grasas saludables favorece un estado emocional más equilibrado.
Algunos aliados en tu plato:
Frutos secos como las nueces o las almendras.
Pescados azules ricos en omega 3.
Infusiones de tila, manzanilla o lavanda.
Chocolate negro en pequeñas dosis.
Dormir bien no siempre significa dormir muchas horas, sino dormir con calidad. El insomnio es una de las consecuencias más frecuentes del estrés, y aprender a mejorar la higiene del sueño es fundamental.
Algunos consejos prácticos:
Evita pantallas al menos una hora antes de acostarte.
Mantén horarios regulares para dormir y despertar.
Crea un ambiente cómodo y oscuro en tu habitación.
El estrés no desaparece por sí solo: necesitamos construir espacios de desconexión donde podamos soltar la carga. No siempre se trata de viajar lejos o hacer grandes planes. A veces basta con dar un paseo sin el móvil, pasar una tarde con amigos o dedicar media hora a una afición.
En este sentido, lugares como Espacio Vividoras promueven justamente eso: un refugio para reconectar con nuestra esencia, aprender a escucharnos y compartir experiencias con otras personas que también buscan equilibrio.
Cuando estamos atrapados en la ansiedad, solemos enfocarnos en lo que falta o en lo que puede salir mal. Practicar la gratitud cambia el enfoque: nos invita a mirar lo que ya tenemos y valorar lo positivo.
Un sencillo ejercicio es anotar cada noche tres cosas por las que te sientes agradecido ese día. Puede ser algo tan pequeño como haber disfrutado de un café caliente o haber recibido un mensaje inesperado. Esta práctica, con el tiempo, cambia la forma en que percibimos la vida.
No todas las compañías son iguales. Hay personas que aportan calma, motivación y alegría, y otras que, sin querer, aumentan la tensión. Aprender a cuidar nuestras relaciones y rodearnos de quienes nos hacen bien es esencial para mantener a raya la ansiedad.
Aunque los consejos anteriores pueden ser de gran ayuda, en ocasiones el estrés y la ansiedad alcanzan un nivel que requiere ayuda profesional. La psicoterapia, la meditación guiada o incluso terapias alternativas como la musicoterapia o la arteterapia pueden ser un gran complemento.
Pedir ayuda no es una señal de debilidad, sino de valentía y autocuidado.
Respira profundo varias veces al día.
Haz pausas conscientes, aunque solo sean 5 minutos.
Bebe suficiente agua.
Evita sobrecargarte con tareas innecesarias.
Recuerda: el descanso también es productivo.
Reducir la ansiedad y el estrés no es cuestión de una semana ni de aplicar un único consejo. Es un proceso, un camino que requiere constancia, paciencia y, sobre todo, amor propio. Se trata de aprender a escuchar al cuerpo, entender cómo funciona el cortisol y darle al organismo las herramientas necesarias para encontrar su equilibrio.
En definitiva, cuidar de ti no es un lujo, es una necesidad. Y cada pequeño paso que des en esa dirección marcará la diferencia en tu vida.
(CN-07)