Opinión

¿Es la muerte el silencio de Dios?

Opinión: “Mi Pequeño Manhattan...”

Éste artículo de mi colega, amigo y maestro Anson, publicado a bombo y platillo, parece interpelarme en donde más me duele.

Germán Ubillos Orsolich | Domingo 13 de febrero de 2022

13FEB22 – MADRID.- La muerte, el paso del tiempo y el amor, son los tres temas predilectos y centrales de toda mi dramaturgia. Porque yo soy dramaturgo y he de morir, pero no moriré del todo, pues ahí quedan mis obras.



E interpelo a los dioses paganos para ver quién es más fuerte si ellos, en sus paraísos fríos y lejanos, o yo, en esta tierra caliente que me dará sepultura en el madrileño cementerio de “La Almudena” o Almudaina, mi cementerio; en mi sepultura que no mi tumba, donde yacen los huesos de mis padres y de mi hermana querida.

A ellos apelo entre lágrimas y deseos ardientes de volver a sentirles que no a verles. ¿Porque qué es mejor, sentir a una persona o verla?.

He conocido gentes maravillosas y muy queridas, pero como dice el poeta Rubén, “¿a dónde han ido?”, ¿dónde han ido a parar y dónde se encuentran?.

Cuando mi padre querido e inolvidable se ausentó de este mundo y lo vi frío y pálido sobre una mesa de mármol en el Hospital Clínico de Madrid, mientras le iba diciendo al oído “no te preocupes que estoy a tu lado”; a las muy pocas horas amaneció de nuevo ese disco solar impertérrito, cruel y tan exacto; se elevaba en el horizonte de forma inexplicable, si mi padre había muerto; ¿por qué?.

Después vi muerta a mi hermana, tan querida e inocente; compañera de viajes; pero la vi como quien ve a Blanca Nieves de Disney, sonrosada y callada y silenciosa; tranquila como era ella.

Y después he visto a algunos amigos, pocos; porque no gusto verles así difuntos, porque no son ellos; arrebatados prematuramente por el COVI o por la Parca. Y me empeño en gritar a los cuatro vientos que “La muerte no existe” en mi pequeño y último libelo “EL MUNDO DE LO INVISIBLE”.

Pero ahora que acabo de salir del Rosario, ese Hospital del adinerado y lujoso barrio del Marqués de Salamanca, he vuelto a sentir con pasmo que “la muerte sí existe”, y que quizá tengan razón Sartre, y Camus y Simón de Beauvoir; y Ionesco, y Adamov y Samuel Beckett, como nombra mi compañero Anson, y le nombro compañero que no maestro, pues los dos somos prestos ya a la partida, al último viaje del cual no has de tornar; como decía Machado y cantaba Serrat.

Pero no. Me queda una esperanza, la del Cristo en la Cruz. Ese Cristo que atormentado y agónico, sediento y desangrado, tuvo fuerza y valor para decir al otro crucificado, a Dimas, su compañero en la muerte: “Hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso”.

Esa frase pronunciada, histórica, escuchada por varios de los testigos presenciales y vivos a los pies de esa cruz, tiene fuerza y veracidad suficientes para que afirme querido Luis María y lectores que me estáis leyendo, que “La muerte no es el silencio de Dios”, pues Él, que nunca muere, nos ha rescatado para la vida eterna con su Resurrección.