Rincón Gastronómico

Hong Kong olía a pólvora

Joselito entre el neo lujo asiático. Supermercado del C.C. Harbour City (M.H.B.)

La excolonia inglesa es el sumidero de millones de euros que se tren los listos del régimen comunista. Se ha puesto carísima, también sus restoranes. Por Mario Hernández Bueno – Miembro de FEPET

Sábado 19 de octubre de 2019

18OCT19 – MADRID.- Con siete horas de antelación alcanzamos el aeropuerto; la cosa se puso más fea la mañana del domingo 30 de septiembre próximo pasado; una iracunda avalancha de manifestantes casi nos arrolla; nos recomendaban el "salto por la ventana", se celebraría al día siguiente la exaltación de la República Popular China.



No nos gustó ahora esa ciudad vertical, asentada en un trozo continental y una isla. Un cóctel de calor y humedad. Un inmenso centro comercial con marcas de la gama altísima; De Louis Vuitton hay nueve tiendas; pululan deslumbrantes joyerías; los hoteles de lujo pugnan por superar las cinco estrellas y se enseñorean los rolls-royces, maseratis, porsches, ferraris... Hay restoranes para manirrotos distinguidos por la célebre guía gastronómica francesa o supermercados con los más finos y deliciosos alimentos: caviar, auténtica wagyou de Japón, USA... O jamón ibérico.

Precisamente, en el rutilante súper del C.C. Harbour City nos topamos con ese paladín de la Marca España (ahora rebautizada para contribuir al derroche): Joselito. Tan fragantes alacenas satisfacen las demandas de ejecutivos bien remunerados en una plaza financiera de primer orden internacional, prósperos empresarios y, sobre todo, una legión de turistas millonetis compradores compulsivos: los millones de chinos del partido que se aseguraron su trozo del botín antes de dar portazo a la ideología de la solidaridad.

Algunos recuerdos de nuestro primer y único viaje estaban presentes: un aeropuerto que, luego de recoger el equipaje, se abrió una puerta y aparecimos sorteando viandantes en una céntrica calle. O la irritante cena de Nochebuena de 1991 en el restorán de cocina china del mítico hotel Península; los chinos de una mesa contigua estuvieron todo el tiempo riendo y pasándose un novedoso chisme: el teléfono móvil. Aquel aeropuerto pasó a ser un solar, donde se construyó parte de esa selva de rascacielos; la cena, hoy bajo el brillo de una estrella de la menos fiable Michelin, es accesible solo a ricos snobs. Y es ahora, en sus concurridísimas calles, donde se cruzan o tropiezan los viandantes: "zombis" que trastean en sus móviles. Aterrizamos en otro aeropuerto. Otro centro comercial con el mayor food court que hemos visto. Rolex y Chanel disponen de sendas tiendas de dos plantas.

Vistos los precios de los restoranes de élite, tanto a la carta como los socorridos bufés -el brunch del Ritz Carlton cuesta 120€-, optamos por los de tipo medio, cuyos precios sobrepasan los nuestros. El primero fue en el Dim Sum Bar, frente del 4 estrellas Prince, con el bufé a 68€. Pero en aquel moderno restorán, especializado en esas pastas de harina de arroz rellenas, abuelas de ravioli y tortelini, comimos decentemente por 50€. Tres cervezas, tres dim sum rellenos de bok choy y gambas, otros tres de cangrejo y carne de cochino, tallarines de harina de arroz con gambas y Arroz frito con panceta y verduras. Y como somos fanáticos de la comida india acudimos a uno recomendado: Delhi Club, en la muy comercial calle Nathan Road. Entramos a un edificio de rutilante fachada y caminamos por una enorme y mal iluminada planta baja plagada de pequeños comercios e inmigrantes indios, que nos acosaban para que comprásemos relojes falsos. Subimos varios pisos, en un ascensor cascado, y accedimos a un comedor, que conoció mejores días, atendido por gente de indecorosa vestimenta. Mas los platos resultaron buenos: pan naan, Gambas masala, Panaché de verduras al curry, Chicken tikka, arroz hervido, 3 cervezas y par de refrescos, 60€. Cuando hicimos la reserva nos aseguraron que disponían de tandoor a las brasas. Pero mintieron, era a gas. Siquiera lo mencionamos.

La vida es cara, la más cara de las ciudades que hemos visitado en Asia, incluida Tokio. Solo se salvan los taxis, y no entendíamos cómo pagando la gasolina a 2€ el litro sus tarifas son más bajas que las nuestras. Y junto al Dim Sum Bar vimos el modernísimo restorán Cheese Cake Factory con una cola de jóvenes dispuesta a gozar de una cena, cuyos platos llevan quesos y se postulan como de Cocina mexicana-americana. Y pensamos que aquella juventud no solo renuncia con garra a las virtudes del socialismo, sino que ya está enganchada a unas gastronomías y un alimento que durante muchos siglos perteneció solamente a las culturas europeas: el queso. Y dicho sea en favor de la globalización, el primer queso que entró en América fue español. Probablemente canario. Casi seguro gomero. Y lo embarcó un italiano conocido por Colón.