Y se durmió en el Metro…
Tiene un rostro que trasunta tranquilidad, pero en el fondo enmascara un gran desasosiego.
Pareciera un cuerpo fresco, pero hoy, esta mañana es un cuerpo añejo.
Duerme en el Metro contra su voluntad; en cada estación despierta, sonríe mirando a su alrededor para dormirse de nuevo mascullando su pena.
Es agraciada, pero no tiene una gran educación. Es esbelta, pero no habla inglés, por lo cual en su rubro no califica para “dama de compañía” de ejecutivos, empresarios o artistas; sino que debe conformarse con ser una obrera corporal más.
Es la otra cara de la medalla. No da entrevistas en televisión, no aparece en catálogos de internet.
En casa, su pequeño hijo espera por ella. Y su pareja, que con orgullo le celebra el sacrificio que debe significar cuidar enfermos por la noche en esa supuesta clínica privada. Él bien sabe que ella lo ama, aunque ignora que no tiene su exclusividad en la cama…