Un cadáver bello y contradictorio que, a pesar de todo, goza de buena salud, al menos fuera de las Españas. La puñalada se la metió la Constitución del 78 con ese Artículo 3.1, tan político con los nacionalismos periféricos y tan poco considerado con lo lingüístico, que consagró por imperativo legal que "el castellano es la lengua española oficial del Estado".
Nuestros mayores pensaban que la lengua de todos era el español, pero nosotros descubrimos con la Constitución que ese idioma común era en realidad el castellano. He aquí la razón por la que los sufridos muchachos de la ESO y el Bachillerato tienen una asignatura que se autotitula Lengua Castellana y Literatura, a la que, de seguir por este despeñadero, no la va a reconocer ni la madre que la parió. Los extranjeros se hacen de cruces cuando nos visitan y escuchan que por aquí no hablamos español, sino castellano.
Además, no somos consecuentes con nuestras propias sandeces. El organismo encargado de limpiar, fijar y dar esplendor al castellano es la Real Academia Española de la Lengua, esa ropavejería de alcanfores. La RAE se cisca en el artículo 3 y sigue con su título neoclásico en vez de cambiarlo por el de Real Academia Castellana o así.
Pudiera parecer que en el territorio cidiano estaríamos más interesados que otros en promover ese castellano que propugna la Constitución. Pero por estos andurriales hallamos el Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, con sede en Burgos, participado por la Consejería de Cultura y Turismo de la Junta, que en su denominación no aclara si promueve el castellano o el español.
Tampoco ha optado por el castellano la Fundación de la Lengua Española, con sede en Valladolid, según se aprecia en su propio nombre. Y desde la Junta de Castilla y León, en colaboración con algunas universidades autóctonas, se promueve el Plan del Español como recurso cultural y económico. O sea, se ignora también la indicación constitucional.
Venimos de encerrarnos durante el pasado fin de semana en unas interesantes jornadas internacionales organizadas en Valladolid por la Fundación de la Lengua Española. Se habló, como es lógico, de educación y de posibles fórmulas para optimizar la educación literaria. Pero uno pudo comprobar sobre todo las variadas contradicciones que recorren nuestra sociedad. Absurdos que se agigantan especialmente en los más jóvenes, arrojados a un sistema educativo idealista y extravagante que, entre otras cosas, llama castellano a lo que es propiamente español. Un idioma, por otra parte, que puede estudiarse en cualquier país del mundo excepto en España.