Ya desde el título apreciamos cómo la cadencia musical del verso guía la elección y el orden de las palabras. Y, por último, se trata de una suerte de síntesis de artes: verbal, plástico, musical. Todo ello en una muy cuidada edición de Miguel Gómez, donde podemos leer poemas, ver imágenes y escuchar música.
Estructurado en tres partes, que se corresponden con lo anunciado en el título, la primera de ellas, “Homenajes”, contiene seis poemas, uno, “Vías de encuentro”, compuesto en tres poemas, en diálogo intertextual con san Juan de la Cruz. Otro, inspirado y dedicado a María Victoria Atencia. No obstante, a mí los que más me alcanzan son “Cementerio marino”, dedicado a su hermana fallecida y que luego analizaré más detalladamente a modo de ejemplo, y “De su Rosa en su corazón”, poema dedicado al insigne antequerano José Antonio Muñoz Rojas, y que es un elogio, al tiempo que una sutil interpretación de una de sus obras maestras, Cantos a Rosa, cuya primera edición es de 1954, más tarde ampliada sucesivamente.
La segunda parte, “Imágenes”, se compone de doce poemas inspirados por creaciones plásticas. Como indica en el prólogo, su intención ha sido “hermanar las imágenes pictóricas con las poéticas, hermanar, en fin, también, la música del poema con la música obtenida al tratar el texto como una canción, fundir, pues, de algún modo, artes distintas”1. De esta parte resalto “Quién ha captado el alma tú o el agua”, de una exposición de María Teresa Martín-Vivaldi, “Venezia Serenissima” (2015); “El misterio, los sueños, los celajes”, exposición de Nuria Murillo y Mercedes Higuero, “Como dos gotas de poesía” (2017); y “Poemas paseo”, en diálogo con el artista Fernando de la Rosa, compuesto por tres textos.
“Y márgenes”, en tercer lugar, que reúne once poemas en la serie “poemas marginados”, dos de ellos, “Cinco maneras de mirar un daño” y “Narrar la gata”, compuestos de cinco y tres partes respectivamente, y el tercero, “Otras voces, otros ámbitos”, compuesto de dos, al que sigue, igualmente, la serie “en los márgenes del poema”, cuyo subtítulo describe lo que contiene: “Canciones, juegos, ruegos”. De todas las canciones la que más me emociona es “La canción que se fue”. La dimensión elegíaca es común a todas ellas, incluso a buena parte de la poesía de Rosa Romojaro. Según Antonio Machado, “se canta lo que se pierde”. De acuerdo con Jorge Luis Borges, “todo poema, con el tiempo, es una elegía”. Se diría que en el arte vida y muerte son dos caras de una misma moneda que brilla más intensamente a la luz de la conciencia de finitud.
Otro aspecto en común, sobre todo en esta última parte de canciones, es lo popular, tan arraigado en la cultura hispánica y andaluza, así como en autores estudiados profundamente por Rosa Romojaro: Lope de Vega, José Moreno Villa, Manuel Altolaguirre…
Ahora quiero detenerme en “Cementerio marino”, título cuyo eco nos remite al célebre poema metafísico de Paul Valéry, donde el yo poético de Rosa Romojaro mantiene un diálogo con su hermana, fallecida, imaginamos, de manera próxima a la fecha de composición del poema, el 8 de diciembre de 2012. Curiosamente, algo que en la lógica de lo real nos resulta inverosímil, en el espacio mágico del poema se torna posible: el diálogo entre un ser vivo y otro muerto. Podría considerarse un monólogo bajo la forma de un diálogo ya imposible. Mas eso que llamamos “yo” o, si se quiere, nuestro espacio interior, es un nudo de voces entre las cuales se encuentran de modo especial la de los seres queridos y perdidos.
A pesar de su evolución histórica y sus consecuentes transformaciones, el arte y la poesía no han abandonado esa función ritual que concilia la implacable realidad con los sueños consoladores, y anima y vivifica. En este sentido, es sublimación, un concepto que Freud no llegó a desarrollar, pero que se manifiesta habitualmente en el espacio mágico de las artes, que es la telaraña que segregamos los humanos ante lo que fue y no fue y pudo ser la vida.
El primer verso apela a la recién desaparecida: “Acompáñame, hermana, no te alejes”, como si en el espacio del poema se pudiera reanudar la conversación: “has de venir conmigo a la nueva aventura”. Y luego, por medio de tres anáforas consecutivas: “de este decir callado, / de este vivir diciendo, / de este mirar futuro”, logra el ritmo del poema.
En la segunda estrofa se aprecia cómo juega con el campo léxico del mar y de la escritura, estableciendo paralelismos, algo que atraviesa de manera significativa todo el poema: es el mar, el mar Mediterráneo, que hay frente al cementerio donde descansa ella y es la escritura que permite este diálogo imposible y necesario. Se advertirá la metáfora preposicional, los símiles y la paradoja con la que concluye esta segunda estrofa:
ese río de tinta del poema,
las páginas de un libro, como olas de un mar:
el libro,
como el mar,
tan distinto y tan mismo2.
Obsérvese cómo la cadencia emula el ritmo de las olas del mar, que van y vienen. Por otro lado, el libro es siempre los mismos signos dormidos en cada página. Pero cada vez que se lee ofrece una nueva lectura, sobre todo si se ha vivido y se ha ampliado el horizonte. Igual sucede con el mar: parece siempre el mismo, pero no es más que una impresión, pues en realidad es siempre distinto.
Los paréntesis que se intercalan en cursiva corresponden a la voz de la ausente: “(¿Escribes?) {…} (Tu-libro-para-cuándo-/ envíame-tu-libro-/ tengo-todos-tus-libros”)”. Su hermana afirma como pocos a la escritora que hay en Rosa Romojaro, pues se preocupaba principalmente para que siguiera su vocación.
La siguiente estrofa se abre con un ruego: “Oh hermana mía”, y continúa con una descripción poética que nos lleva a imaginárnosla muerta: “tras el cristal dormida”, donde “dormida” es un eufemismo de muerta; “guardada en la madera / que brillaba a la luz, / más tarde tras la losa, / bajo el eco acunada / de ese otro mar, / el mismo. / El mismo que ahora veo. / En otra luz. / Tú allí, yo aquí”. Estamos ante una deixis intraducible.
Sin embargo, las últimas estrofas son una plegaria, un acto de fe, entendido como un movimiento, al menos provisional, de sus creencias:
Que el mar nos una,
{…}
puedes cumplir tu encargo:
estar en mi palabra:
que estas aguas reflejen
lo que se fue contigo sin ser dicho.
Tú puedes. Guíame.
La poesía, como acaso ningún otro lenguaje, cumple una extraña función performativa. Mas en vez de inaugurar un acto institucional lo que consigue es alterar y transformar nuestro espacio interior. La hermana desaparecida, la que acostumbraba a preguntarle por sus escritos, le había pedido estar en su palabra. Como suele ocurrir, la muerte, inesperada, impidió que eso se llevara a cabo a tiempo. Y el poema sobreviene para cumplir con lo prometido, para mitigar lo que no fue pero debía ser.
Y para que “estas aguas reflejen / lo que se fue contigo sin ser dicho”. Uno de los mayores sufrimientos provocados por las pérdidas de seres queridos, en las que también se pierde algo o mucho de nosotros, el yo que éramos con ellos, es lo que quedó sin decir. Lo que se queda sin decir se queda sin ser. ¿Hasta dónde llegan nuestras relaciones personales? Como si fuera un conjuro mágico, el poema quiere guardar la memoria de “lo que se fue contigo sin ser dicho”.
Reconocida con premios como el Andalucía de la Crítica (2011), el Premio Internacional Antonio Machado en Baeza (2010), el Premio de Jaén de Poesía (2006), el Ciudad de Salamanca (2000), el Manuel Alcántara (1999), el Premio Elio Antonio de Nebrija de las Letras Andaluzas (2023), entre otros, la trayectoria biográfica y literaria de Rosa Romojaro Montero (Algeciras), vinculada profundamente con sus labores docentes e investigadoras como Catedrática de la Universidad de Málaga –suyos son estudios tales como Funciones del mito clásico en el Siglo de Oro (Garcilaso, Góngora, Lope de Vega, Quevedo) (1998) o Lo escrito y lo leído. Ensayos sobre literatura y crítica literaria (2004) –, se inició con la escritura de relatos y con la poesía, que es el espacio primordial y el que atraviesa toda su creación, quizá porque la poesía se encuentra más íntimamente conectada con la vida que otros géneros y, asimismo, porque le permite indagar, explorar y fijar la experiencia de la vida en símbolos que, por una parte, abren la intimidad del yo poético, pero por otro lado la mantienen velada y salvaguardada.
(Enviado por José Antonio Sierra)
1 Romojaro, R., Homenajes. Imágenes. Y márgenes, Centro Cultural Generación del 27, Málaga, 2025, p. 10.
2 Romojaro, R., Homenajes. Imágenes. Y márgenes, Centro Cultural Generación del 27, Málaga, 2025, p. 19.