28OCT25 – MADRID.- Desde muy joven siempre pensé que la vejez era una época humana ideal para recuperar la paz de la infancia, esa paz de espíritu perdida por las turbulencias y la ambiciones, por los deseos insatisfechos de la madurez, la época en la que nos creemos importantes y útiles para la sociedad, pero la época en la que solemos carecer de esa paz adulterada por los deseos, las ambiciones y las pasiones.
Yo he tenido la suerte de tener a mi lado y en una época difícil de mi vida una mujer ejemplar, a Sera, una mujer valerosa y valiosa que me ayudó a vivir y a superar mis angustias y mis miedos; una época en la que mi salud mental parecía resquebrarse y amenazaba con diluirse. Nietzsche decía que no había cosa más triste y repugnante que el hombre que ha escapado a su genio, y yo recuerdo que viviendo en la abundancia y en el amor de unos padres ejemplares veía con inquietud y asombro como escapaba a ese genio, pues me habían otorgado premios importantes de teatro y periodismo y a nivel nacional era muy conocido. Sin embargo en días húmedos del otoño me abrazaba a una encina en el bosque lluvioso de la Herrería del Escorial y la suplicaba, “árbol, tú que puedes, cúrame”.
En esos momentos la suerte como siempre me ha acompañado, y la suerte era esa mujer valerosa, tres años más joven que yo, la que me ayudó, que me acompañó y me amó.
Hicimos viajes internacionales; subimos las crestas de los puertos del San Gotardo y del Simplón, en la Suiza, en “las suizas” como ella gustaba decir. Comíamos quesos, yogures y chocolates exquisitos que apenas habían llegado a nuestra patria; contemplamos paisajes inefables, prados cubiertos de flores de Edelweiss, como en el filme “Sonrisas y Lágrimas”.
Bien, después de pronto, surgió una ruptura, pues la gente joven que se ama con pasión no sabe por lo general lo que les puede esperar. Así, violentamente, hubo una ruptura harto dolorosa y larga. Pero con el milagro de la voz de un amigo común, pensador y filósofo, y la voluntad soberana del Espíritu Santo al que tanto amo y debo, en llegando a la vejez nos hemos reconciliado, nos hemos vuelto a tratar con la dignidad, el equilibrio y la belleza de la senectud.
A ella le debo mucho, dice que ella a mí también. Solo espero disfrutar en su compañía y de su amistad estos años postreros, y reunirnos cuando Dios lo quiera en ese paraíso celestial del que él tanto habla, y del que tanto esperamos los dos, ella y yo.